Aquella mañana desperté con una tremenda resaca debido a la gran fumada de ayer. El despertar fue el de todos los días, grito de una voz ronca que venía a decir, “¡levanta, cabrón!”, pero la voz había cambiado. No era el mismo hombre de siempre. Hoy la voz era más suave, más calmada. La voz de un doctor.
- ¿Quién es usted? – pregunté.
- El doctor al que han llamado para atenderte – me contestó, y justo después abrió mi puerta y me hizo un gesto señalándome el pasillo dirección a enfermería.
En todo aquel corto camino no me atreví a pronunciar apenas un par de frases. Tenía miedo al dolor, pensando en aquella prueba estomacal de hace un par de días. Tenía miedo de mi resaca, aun tenía grandes síntomas de ella, y no podía andar con total destreza. Pero sobre todo, tenía miedo de los resultados de la prueba de hoy, solo esperaba y confiaba en que no saliera ningún indicio de drogas.
Cuando llegué a la “maldita” sala en la que me hicieron la revisión médica, el doctor me invitó a sentarme para que le comentara mis problemas en el estómago.
- Lo único que me pasó es que tuve unas molestias el día después de la prueba, nada más. Se me pasó rápidamente el dolor, y ahora mismo estoy como nuevo, no se preocupe, ya no hay de que preocuparse.
- No estés tan seguro, hay que descartar posibilidades, puede que tengas razón y no sea nada, pero también piensa que la prueba puede afectar a las paredes de tu estómago, y eso habría que tratarlo bien. – el miedo recorría cada palmo de mi cuerpo. Tenía calor, sudores.
- ¿Pero hay que hacer alguna prueba, doctor?
- Más de una, amigo. Para empezar repetiremos los análisis de sangre, es decir, te haremos un contraanálisis para comprobar si las pruebas afectaron a tu sistema inmunológico y demás. Después radiografías, indispensables, y si no se aprecia nada de gravedad y el dolor sigue, ya habría que meterse en pruebas más específicas, y más avanzadas.
- El dolor no seguirá, eso seguro. Y otro análisis de sangre no lo veo necesario, no me apetece que me pinchen de nuevo.
- ¡Que listillo eres, pequeño! ¿quién manda aquí? Pues eso.
Ya no podía hacer nada, la suerte estaba echada. No había desayunado, por lo que era el momento ideal para extraerme un poquito de sangre fresca. El pinchazo apenas lo sentí, tenía mi mente ocupada en darle vueltas a los posibles resultados de la analítica.
- “Nacho y los demás me matarían, todos los chicos me matarían…quien me mandaría a mi acercarme a la puta enfermería” Pensé.
La radiografía me la harían mañana en mi hora libre, que ya no sería libre. Hoy me dijo el médico que no hiciera nada si no me encontraba con ganas, y, evidentemente, no tenía ganas, pero por otra cosa distinta a la que él pensaba. Gran parte del día me dediqué a estar tumbado en mi habitación, dándole vueltas una y otra vez al mismo tema. Cada vez que lo pensaba una vez más, me daba cuenta de que era más grave de lo que creía.
El miércoles amaneció igual que ayer, con la voz del doctor despertándome, pero esta vez era distinta, se le veía más apagado.
- No todos los días se va a estar igual – me consolé a mi mismo, pensando en realidad en que ya tendrían los resultados de las pruebas.
Y no me equivoqué. Después de volver a hacer la ruta camino a la enfermería, y llegar allí, sin más miramientos, comenzó la desagradable noticia…
- Ya tengo los resultados de la analítica de ayer, Enrique. – me dijo con una voz un tanto pícara, podría decir.
- ¿Y que tal están doctor? ¿Todo correcto?
- Casi todo correcto. Colesterol y glucosa en los niveles normales, glóbulos rojos y blancos perfectos. Una salud de roble. – y se cayó como esperando a que le preguntara que era lo que fallaba, y así hice.
- Entonces doctor, ese “casi”, ¿a que se refiere? – mis labios estaban totalmente secos, mi garganta más de lo mismo, en esos momentos era lo más parecido a un muerto viviente.
- ¿Estás seguro de no saberlo? Yo no me chupo el dedo chaval, así que ya que estás aquí y te hemos pillado, cuéntame quienes y donde hacen los trueques.
No me quedó más remedio, lo poco que sabía se lo largué con pelos y señales, cosa que el doctor supo captar.
- ¿Algo más?
- Ya está todo dicho – dije, y otra lágrima se balanceó sobre mi nariz.
- Bueno, ahora viene lo difícil, que hacer contigo… Tenía pensadas varias cosas según tu reacción, y voy a seguirlas. Para empezar, vendrás todos los días en tu hora libre conmigo, para acudir a un psicólogo que te ayudara en todo, no solo en las drogas, que eso es lo de menos si no va a más. Lo segundo, una vez a la semana te haré análisis de sangre y orina, para comprobar que no has vuelto a caer. Y lo tercero, te voy a ayudar, y si tú colaboras, yo colaboraré. Confío en ti, así que por ahora no diré nada a nadie de los resultados de estos análisis. Nadie sabe que te los has hecho, así que no tiene porque enterarse. Cuando digo nadie me refiero a los “jefes” de este lugar.
- Muchas gracias, doctor….
- Doctor Martín, llámame doctor Martín.
- Muchísimas gracias por todo Doctor Martín.
Y después de dar un gran suspiro nada más cruzar la puerta, me retiré a mi habitación a recapacitar sobre lo ocurrido, y sobre todo, a agradecer al más allá lo fácil que me había puesto todo, no podía fallar…
Aquel doctor Martín se le veía una gran persona, y pronto me daría cuenta de que no estaba equivocado, y de que sería más importante en mi vida de lo que yo creía…