Juanjo se acercó al sarpero central. Nadie se movía, solo él acercándose poco a poco, sin dejar de fijar la mira en el rostro de aquel hombre. Una vez cara a cara, los dos “jefes” seguían mirándose, como retándose a ver quien empezaba a golpear primero. Juanjo captó el reto, y un fuerte cabezazo le bastó para tumbar al sarpero y dejarle sangrando por nariz y boca.
Aquí empezó mi primera pelea nazi. Inmediatamente después de ese golpe, todos nos pusimos como fieras corriendo hacia el enemigo, al igual que ellos hacia nosotros.
Juanjo retrocedió para alcanzarnos, y todos juntos, hacer frente a aquella docena de hombres. En pocos segundos estábamos unos y otros repartiéndonos puñetazos, patadas, y utilizando nuestras armas. Un sarpero bastante pequeño de estatura, pero unas espaldas impresionantes, se acercaba a mi con una furia en sus ojos que se veía a kilómetros. En ese momento no vi más a mi alrededor.
Esperé a que se acercara lo suficientemente a mi, y antes de que pudiera reaccionar, le asesté una patada en sus partes más débiles que le dejaron unos segundos sin respiración. Pero no se rindió fácilmente. Sacó su navaja, y entre gritos de dolor y de furia, se dispuso a clavármela en mi hombro derecho. Fui más rápido que él, y logre esquivar su primera estocada.
Tenía miedo de sacar mi arma. Nunca había usado nada parecido, ni tan siquiera para cortar una pieza de fruta, y me podía meter en problemas si la usaba. Pero el miedo pudo conmigo, y mi mano se deslizó por el bolsillo izquierdo, y rápidamente me puse a su nivel, navaja contra navaja. El tanteo había terminado, y los dos sabíamos que pasara lo que pasara, ninguno saldría bien parado de aquel duelo. Fue él quien intento una nueva puñalada, pero esta también logré esquivarla, aunque con más problemas que la anterior. Mi edad y mi forma física me permitían ser más rápido y ágil que él, así que sin tiempo a dejarle reaccionar, le clavé mi navaja en el costado derecho.
Unos segundos logró mantenerse en pie, respirando agónicamente, pero en unos instantes cayó derrumbado en aquel sucio suelo. Ganado aquel duelo, y sin darme cuenta de lo que había hecho, miré a mi alrededor a ver como estaban mis compañeros. Juanjo yacía en el suelo, pero sele veía una respiración normal. Los demás estaban todos bien, metiéndoles caña a aquellos sarperos.
Dos más estaban inconsciente en el suelo, además de mi presa. Me aproximaba a la zona más conflictiva de la pelea, cuando el ruido de unas sirenas de policía hicieron que mi cuerpo sintiera un escalofrío de arriba abajo.
Todos, empezando por los sarperos, y terminando por mi, huimos hacia donde pudimos, incluso Juanjo rápidamente se incorporó y emprendió la fuga.
Mientras corría desesperado y sin rumbo, eché la vista atrás, y vi que la policía se dedicó a atender a los heridos, en vez de a seguirnos. Una vez estábamos a salvo en una callejuela bastante alejada de la plaza, nos paramos a tomar un poco de aire. Habíamos salido todos vivos. Yo tenía un rasguño en el brazo de aquella navaja sarpera, pero poco más. Los demás estaban por el estilo, algunos rasguños, cortes, y pequeñas heridas.
Nadie hablaba, todos pensaban. En aquel momento me di cuenta de que había apuñalado a un hombre.
- Quizás ahora este muerto – pensé. Todo había sucedido tan deprisa, y aquella gente me tenía tan comido el coco, que me sentía feliz de aquella hazaña.
Y tarde mucho tiempo en cambiar...