De vuelta.
De vuelta. Abriendo su palacio de soledad. Mas sola ahora que ayer. Mas sola día a día. Hora a hora. De negro grisáceo. A juego el cabello. A juego su alma.
Y no llora por no arrugar mas su rostro. Por no arrugar mas sus labios y mejillas.
Su vida, bulevar de luces ,se ha ido fundiendo dejándola al final de la calle sin ninguna luz que la ilumine.
Un accidente de trafico la dejó ayer sin las ultimas luces que le daban calor. Una hija, tres nietos. Todos apagados. Y no llora, por que el agua salada no le va a dar nada. No llora, por no morir llorando. Ochenta primaveras. Ochenta veranos. Ochenta otoños y otros tantos fríos inviernos. Mirándose al espejo y preguntándose; “¿Y porque no yo? Señor.”
Gastada y agotada. Abatida…amoratada. De que sirve seguir viviendo si nadie la ha seguido por este camino suyo. ¿Hay esperanza para alguien como ella? Resignarse a morir, quizás. Ahora esta sentada junto a la ventana por la cual intenta evadirse. Mira la calle. Los niños juegan al balón. Evoca recuerdos de infancia. Difuminados por el tiempo. Carcomidos por millones de segundos olvidados. Abre la boca. Algo quiere decir. El gato se detiene y el tiempo va mas lento. El gorrión se posa curioso en su ventana. El sol también quiere escucharlo y se detiene con un rayo en el blanquecino iris de sus ojos que una vez rivalizó con el azul del cielo. Su mano al pecho, su vista cristalina, voz temblorosa. “Se acabó”.
Abre la ventana y se da por concluida.