A lo mejor la lluvia imaginaria que deshizo mis caracoles puede volver a verterse en las aceras a varios grados norte. Nuestras vidas se despiden en el mismo punto, extraño nudo de caminos con techos como pasteles de limón...
Se despiden las maletas como tesoros de lo más preciado: una clasificación de nuestros más valiosos y deseados bienes, de los cuales, no queremos despegarnos ni despedirnos en ningún momento.
Se despiden las miradas, que quizá nunca vuelvan a encontrarse en el mismo lugar, ni vuelvan a mirar lo mismo a la vez, ni vuelvan a mirarse juntamente.
Se despiden nuestras manos, intentando retener el tacto la una de la otra el mayor tiempo posible. Se despiden nuestras bocas. Nuestros pasos. Nuestras espaldas...
El mundo está articulado en torno a este aeropuerto, por el que desfilan cada uno de los continentes ataviados con esplendorosos trajes importados de Italia, o con harapos raídos mientras, una pequeña historia se acaba, se despide, se aleja con el traqueteo de las ruedas sobre las cintas transportadoras...