La tacita de café decidió que era un buen día para quitarse de en medio y se dejó caer hasta el suelo, aprovechándose de mi torpeza indecisa.
La señora Pots estaba desconsolada, lloraba y lloraba, había matado a su único hijo, todos me lo echaban en cara, Lumiere dejó de hablarme, Ding Dong dejó de atender mis pedidos, Fifi dejó de limpiar. Todos me miraban mal, ¡¡JODER!! Yo no tenía nada que ver, Chip había saltado al vacio por voluntad propia, ¿Nadie entendía que había sido un suicidio?
El tiempo en el castillo pasaba lentamente, por primera vez sentía que era un monstruo por fuera y por dentro, pues eso me hacían sentir los que eran mis sirvientes, los que consideraba mis amigos. Y encima Bella no estaba cerca para escucharme, porque el sr Maurice estaba enfermo y ella como buena hija había ido a cuidarlo.
No sabía que hacer, los restos mortales del joven Chip yacían en un cajón de la cocina, todos le lloraban y me culpaban a mí, incluso intenté pegarlos con “loctite” pero mis enormes garras no facilitaban la tarea y sólo conseguí empeorar la situación…
Así que, desesperado, envié una carta a mis amigos los príncipes encantadores buscando consejo, y, finalmente, el príncipe Philip halló la solución, mando a Flora, Fauna y Primavera, y las 3 hadas trajeron de vuelta a la vida a la tacita, y todo volvió a la normalidad…
Bueno, todo no, desde su resurrección el pequeño Chip pasa las horas muertas en un rincón de la bandeja del té dejándose consumir por el café, y buscando una nueva oportunidad para acabar con la tortura que le supone que su joven e inexperto cuerpo viva encerrado en un frío y pequeño trozo de porcelana blanca.