Las historias que hacéis son cojo$%&. Joé, entrar en el foro últimamente es la leche. Tres buenas historias en tres días y encima con el esperado regreso al ruedo del autor del hilo.
La pera.
Yo ya adelanto que voy a colgar, en breve, una historia en dos partes y que probablemente (ahora sí), va a ser la última en un tiempo. Las screens están hechas y ya tengo todo en la cabeza, pero falta ponerlo por escrito.
Saludos
EDITO CON HISTORIA
Y se hizo la luz (Parte 1)No podían salir. Llevaban asediados tres días y lo único que podían hacer era esperar.
Sin embargo, algo había pasado esta noche para lo que ninguno de ellos estaba preparado, y Marauder, era probablemente el que menos. No obstante fue el primero en hablar:
-Como sabéis hemos sido atacados esta noche-dijo con tono tembloroso, y antes de continuar tragó saliva -Y
... Se han llevado a Brokal, nuestro hermano cazador.Las lágrimas ahogaron las palabras de Marauder y Wulfang prosiguió con la explicación.
-Hasta donde hemos podido averiguar, los miembros del grupo que asaltó el castillo procedían de distintos enclaves. Elenglynn, Fanacas y un tercer sitio que no hemos podido sacarle a nuestro invitado.-explicó Wulfang mientras miraba con desprecio los restos calcinados del cautivo.-
Ha muerto antes de decirnos el tercero, pero...- y suspiró antes de continuar, como si las siguientes palabras le costaran un esfuerzo especial -
Pero sospechamos que el tercer punto era Lipsand Tarn.La noticia de Wulfang tuvo tanto peso que enmudeció a sus compañeros, acallando así los comentarios de acción irreflexiva que se habían estado rumiando antes de la reunión.
Lipsand Tarn.
Una vez fue una próspera ciudad, ubicada al Noroeste de Chorrol, en uno de los emplazamientos más altos de la provincia. Su situación estratégica y su inaccesibilidad a las tropas enemigas, le proporcionó importantes victorias, y dio siglos de gloria al Reino de los Ayleids.
Además, según algunos historiadores, su regente, un sabio y poderoso mago Ayleid , se dedicó a construir una selecta biblioteca de libros de hechicería y convirtió la ciudad en un punto de referencia para muchos estudiosos de la época.
Sin embargo, su fama reciente sólo se debía en parte a la historia antigua.
En la última era, las ruinas de la ciudad se habían convertido en uno de los nidos vampiros más truculentos y sanguinarios de todo Cyrodill, y se rumoreaba entre los trotamundos y comerciantes ambulantes, que sus oscuros habitantes podían salir durante el día y que eran completamente inmunes al daño causado por la luz solar.
Wulfang conocía todas esas historias y no daba ningún crédito a las habladurías, pero Marauder sospechaba, y así lo había dicho en más de una ocasión al resto, que siempre había algo de verdad en los rumores, y que en este caso, no era descabellado pensar que los vampiros hubieran encontrado una magia olvidada que les permitiera prolongar su tiempo de exposición a la luz.
El cazador más joven rompió la hegemonía del silencio y la pregunta obvia salió de sus labios.
-¿Y... Qué podemos hacer para salvar a Brokal? Todos los miembros de la sala se miraron entre sí esperando una reacción, alguna idea que les permitiera justificar la actuación.
Los más ancianos sabían bien cuál era la respuesta pero ninguno quería decirla en voz alta.
Al final, fue Marauder el que, con un hilo de voz casi inaudible, reunió las fuerzas para darla.
-Nada.Y esta vez el silencio se instauró para reinar supremo.
Caía la tarde y el cansancio hacía mella en el caballo de Miridiel. El magnífico animal comprado a precio de oro en Cheydinhal había dado, hasta ese momento, excelentes resultados.
Pero incontables horas de cabalgada ponen a prueba los límites, y la patas del alazan habían llegado al suyo antes del mediodía. Miridiel escuchó un doloroso crujido y, al instante siguiente, jinete y montura yacían en el suelo, ambos doloridos.
La pata del caballo estaba rota.
Incluso ante la incipiente sensación de urgencia que le embargaba, la elfa no podía permanecer impasible ante el sufrimiento ajeno. No estaba en su naturaleza.
Incorporándose de su caída, Miridiel sacó un pergamino de su polvorienta mochila, se acercó a la gimoteante criatura y le murmuró al oído las palabras escritas en él.
Poco a poco, la respiración del caballo se hizo más lenta, sus lamentos más pausados y la dulce sinfonía de la somnolencia terminó su trabajo.
La curación completa de la fractura tardaría unas horas en hacer efecto. Miridiel, mirando una última vez al caballo, recogió algunas pociones de sus alforjas y se puso en marcha.
Cuando llegó, la noche era cerrada y la luz de su antorcha lucía como un faro en el mar.
Frente a ella, las pesadas puertas de piedra. Un escalofrío recorrió su espinazo y le recordó la proverbial boca del lobo.
Sin embargo, no era la puerta principal el objeto de su atención, y mientras recorría con la mirada el perímetro, se percató de unos matojos colocados en el suelo de una singular manera. Apartándolos, inspeccionó con la antorcha el agujero descubierto y su luz reveló la entrada que había estado buscando. Un túnel de apenas medio metro de ancho que se perdía en las profundidades de la tierra.
Antes de que la claustrofobia la asaltara, Miridiel se quitó su mochila y, poniéndola delante suyo, apagó su antorcha y comenzó a arrastrarse por el agujero, cambiando así la negrura de la noche por otra aún más oscura.
Llegó al final del túnel y cayó de pie sobre el frío suelo de piedra. Tal y como había sospechado la ruina estaba impregnada por la corrupción de los vampiros. Niebla antinatural ahogaba la luz del entorno y las piedras Welkynd, en lugar de emitir su resplandor azul, brillaban con una enfermiza emanación roja.
Abrumada por el ambiente opresivo del lugar, sacó lentamente una botella de líquido amarillento de su mochila y vertió el contenido por su cuello y ropas.
-"Evitar despertar el agudo sentido del olfato de los vampiros es la primera regla para sobrevivir"-pensó para sí y, ocultando el frasco vacío entre las piedras de un derruido muro, comenzó a caminar.
Pasado el vestíbulo y un pasillo con escaleras descendentes, se llegaba a una gran sala. El olor a sangre era fuerte, la oscuridad, impenetrable, y aunque Miridiel sabía que encender la antorcha era un riesgo, lo era mayor aún el hecho de utilizar magia en los dominios de un Señor Vampiro. Sólo Julianos sería consciente de los contrahechizos que protegían a los habitantes del lugar.
Era mejor utilizar métodos de iluminación más rudimentarios y, prendiendo la antorcha, contempló el estado de la ruina.
Sangre cubría el suelo hasta donde llegaba la vista, y a la luz del hachón, lo que en principio parecía un montículo de tierra que surgía de una esquina de la sala, se revelaba como una pila de restos de víctimas de toda raza y edad. Estos, a su vez, estaban mezclados y agrupados entre sí para dar forma a un grotesco concepto de arte.
La nauseabunda imagen le hizo dar un paso atrás y fue eso, precisamente, lo que la salvó. Una furtiva sombra se proyectó en la pared para desaparecer al instante siguiente y Miridiel quedó completamente paralizada. Controlando el miedo, mantuvo la posición. Había que reaccionar en el momento adecuado y esperando el preludio del ataque por el rabillo del ojo, así lo hizo.
Una finta, un movimiento rápido y todo acabó antes de empezar. El vampiro emitió un gorgojeo ahogado al sentir en su garganta la afilada plata bendecida de la elfa y, ardiendo con el mortecino fulgor de una tea, se consumió dejando tras sí un motón de cenizas incandescentes sobre un ennegrecido esqueleto.
Envainando su filo y esperando que nadie más se hubiera percatado de su presencia, entró con sigilo a una sala contigua y con la antorcha aún encendida, miró a su alrededor.
Ataúdes.
Para su desagrado comprendió que se había topado con uno de los dormitorios habituales. Contuvo la respiración y cerró los ojos. Iba a morir.
Sin embargo, pasado un minuto, se relajó lo suficiente para entender que seguiría con vida. Las losas de piedra estaban movidas y los ataúdes, vacíos. Sin dejar nada más al azar, comprobó la habitación, incluyendo una marca de sangre en el centro de la misma. Estaba fresca al tacto, y la forma de la mancha recordaba vagamente a la disposición en la que estaban colocados los matojos del túnel de entrada. Analizándola con detenimiento memorizó cada trazo de sangre.
De repente, una fría corriente de aire erizó el vello de su nuca, alertándola del peligro y haciéndola ponerse de pie de un salto.
Nada en las sombras.
Registró la habitación por segunda vez y miró de nuevo en los atáudes comprobando los puntos oscuros de la sala y aun así, no podía evitar la desasosegante sensación de sentirse observada.
Salió tan rápido como pudo del dormitorio y apagó su antorcha. Ahora conocía el camino y si su información era exacta, llegaba a la parte más difícil.
Continuó por un pasillo estrecho y franqueó el arco de entrada al comedor. En el otro extremo del mismo, tres vampiros jugaban a uno de sus repugnantes juegos de dominación. El premio, una doncella elfa, que se humillaba ante ellos con la esperanza de que la convirtieran, en lugar de matarla.
Furia y piedad brotaron de Miridiel a partes iguales, y aunque cada fibra de su ser la pedía intervenir, sabía que la única esperanza que tendría esa mujer residía en que ella cumpliera su cometido. Contuvo la respiración y siguiendo la superficie de la pared con la mano, se encaminó sigilosamente hacia la puerta.
Justo antes de llegar a la salida del comedor, oyó un escalofriante grito, y con la triste certeza de la suerte corrida por la doncella, siguió andando hasta adentrarse en lo más profundo de las ruinas.
FIN DE LA PRIMERA PARTE