Cuelgo la segunda parte de esta historia larga. No es gran cosa: no me he tomado mucho tiempo para hacer los screenshots.
Aprovecho para felicitar a todos los autores (disculpas, Farrul, pasé por alto la tuya no sé por qué xD Un gran trabajo.). Este hilo está ganando mucha calidad gracias a vuestras aportaciones.
¡Gracias y bien hecho!
Caja de Pandora--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Antes, la noche era nuestra. Prostitutas, borrachos, ladrones... ni siquiera el ocasional asesinato era capaz de hacer temblar el pulso a la Guardia Nocturna. Sí... Bravil era un pozo de inmundicia, y sí... sus habitantes eran cualquier cosa menos honestos. Sin embargo, por muchos robos, peleas, obscenidades, o incluso homicidios que se produjeran, al menos eran acciones humanas. Actos sin duda despreciables, pero que podían medirse, comprenderse, y, por lo tanto, combatirse. Incluso el ocasional psicópata acababa cayendo en nuestras manos.
Los guardias eramos los reyes de Bravil: allí donde íbamos infundíamos respeto. Por supuesto que había corrupción... un hecho inevitable en una ciudad como la nuestra, pero incluso con todos nuestros defectos, la guardia era valorada como el único elemento que evitaba que la ciudad se convirtiera en algo parecido a una fortaleza de bandidos. El trabajo era duro y poco agradecido, pero, aunque ninguno de nosotros lo supiera en ese momento, estábamos viviendo lo que pronto pasaríamos a recordar como los buenos viejos tiempos.
El accidente de aquella noche fue el desencadenante de todo.
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La noche estaba inusualmente tranquila. Tras el alboroto de la anterior jornada, parecía que la sed de acción de la ciudad se había saciado temporalmente. La patrulla prometía ser aburrida y tranquila... justo lo que Tiberius necesitaba. Ya había saltado bastante por los tejados la noche anterior. Tiberius dormitaba cerca del puente colgante que cruzaba el canal, manteniéndose caliente mediante su antorcha, que proyectaba una cálida piscina de luz que lo marcaba como un foco de orden dentro de aquella ciudad sin ley. Unos húmedos pasos sobre el lodo resbaladizo de la ciudad le sacaron de su sopor. A su lado llegó Bonus, un compañero de la guardia, conocido desde sus tiempos como recluta.
-¡Hey, Tiberius!- saludó, jovial- Buena caza la de ayer, ¿eh?
-Hola, Bonus.- respondió Tiberius, aún poco activo- Solo era una idiota que jugaba a hacer la ladrona. Nada digno del bombo que le estáis dando.
Bonus se encogió de hombros, indiferente.
-Como quieras. - concedió, para, acto seguido, apoyarse en un poste del puente y lanzar un largo y prolongado bostezo. -Hoy parece que vamos a tener una noche tranquila.
Tiberius asintió, dando a entender que no estaba de humor para seguir intercambiando palabras vacías. Ambos se quedaron en silencio, sin decir nada, dejándose envolver por la cascada de sonidos nocturnos de Bravil. Los pensamientos de Tiberius giraron en torno a los recurrentes demonios que siempre le azotaban en mitad de guardias de este tipo: ¿Había hecho bien alistándose en la guardia? ¿Qué habría sido de su vida si hubiera optado por la legión o estudiado magia? ¿Debería pensar en un cambio? Todas esas preguntas probablemente quedarían en el olvido en cuanto surgiera el sol, ya que aquello que nos atormenta durante una larga noche de monotonía, acostumbra a desvanecerse junto con la oscuridad al llegar el alba.
Bonus echó un trago de una botella de cerveza y se la tendió a Tiberius, que negó con la cabeza. Bonus se disponía a hacer un comentario al respecto cuando le interrumpió una voz.
-Perdonen, señores Guardias... ¿Serían tan amables de atenderme?
Era una mujer de mediana edad, de clase media-alta. Una visión inusual a aquellas horas de la madrugada.
-¿Que ocurre, ciudadana? No son horas recomendables para vagar por la calle.
-Quiza no sea nada, pero me tiene preocupada... Verán, vivo en la plaza de la estatua de la Anciana Afortunada, y cada noche, con la oscuridad, aparece un hombre que...
-Un momento.- interrumpió Bonus- ¿Se trata del loco de la estatua? ¿Es eso?
-¿El... loco?- titubeó- bueno... puede... normalmente lo veo desde casa, pero hoy he vuelto tarde de visitar a unos amigos y ya está allí... no me atrevo a pasar por la plaza para llegar a mi casa.
-Ya nos han hablado de él. Es inofensivo.
-Pero ese... “señor” se planta ante la estatua en mitad de la noche. ¡A veces incluso le oigo hablar solo! No puede significar nada bueno.
-Recibimos una denuncia parecida hace poco. Investigamos al tipo y no encontramos nada que indique locura peligrosa.
-Pero...
-Mire, buena mujer,- suspiró Tiberius- nos hacemos cargo de la situación. Bravil es un lugar peligroso y es normal que los que pueden permitirse sobresalir un poco de entre la mugre miren con recelo al resto de ciudadanos. Sin embargo, por ahora, ser un chiflado que habla con las estatuas no está penado por la ley. No podemos permitirnos el lujo de ir arrestando a gente sin pruebas o cargar contra el primero que se comporte de un modo sospechoso. No en esta ciudad.
-Pero sin duda entenderán que...
En ese momento, un sonido espeluznante rasgó la noche. Era algo parecido a un grito, pero no del todo, con un punto inquietante, inhumano. Tiberius se llevó la mano al arma, sobresaltado.
-¡¿Que ha sido eso?!- preguntó Bonus, con los pelos de punta.
-¡No lo sé!-contesto Tiberius, igualmente alterado- ¡Creo que ha venido de la Mansión Riverview!
-¿La Mansión Riverview? ¡Ese lugar está abandonado desde hace décadas!
-Pues parece que esta noche no. ¡Vamos!
Los dos guardias corrieron a toda velocidad hacia la casa, que dominaba la ciudad desde un saliente pegado a la muralla del castillo. Aunque el ruido había sido descomunalmente fuerte, después de un tiempo viviendo en Bravil uno aprende a no mostrarse abiertamente curioso hacia ruidos extraños a media noche: una cosa era una ladrona loca que salta por los tejados y otra muy distinta un aullido espantoso surgido del infierno. No había caras visibles en las ventanas ni vecinos alertados en la calle. En Bravil la curiosidad no solo mata al gato, también le ata pesos a los pies y lo lanza al río.
Todo lo que se oía en los desiertos callejones oscuros era el fuerte chapoteo de los pasos de los dos guardias en los charcos y el lodo, acompañado del tintineo de sus espadas al rebotar con sus cotas de malla. Ese silencio sólo podía significar una cosa: la ciudad escuchaba, discreta pero atentamente.
Pronto llegaron al puente que conducía a la casa, resoplando. El oscuro edificio se erguía ante ellos, oscuro y amenazante.
-Espera- resopló Bonus, sin aliento- no me gusta demasiado la idea de entrar allí. Quizá deberíamos esperar a los refuerzos.
-Hemos oído gritos. Si esperamos a los refuerzos puede que lleguemos demasiado tarde. ¡Vamos!
-¡Oh, maldita sea!
Ambos guardias cruzaron el puente y se adentraron en la mansión.
El olor fue lo primero que captó su atención. Un tenue aroma agrio impregnaba el ambiente en el interior del edificio, que, por lo demás, era un pozo de negrura. El polvo cubría el suelo de la entrada y no mostraba signos de que nadie hubiera estado en esa estructura inestable, repleta de cajones y viejos trastos amontonados por doquier. Tiberius aguzó el oído. La casa estaba silenciosa como una tumba. Por mucho que se esforzara en escuchar, no oía más que el tenue pitido que percibimos en situaciones de silencio absoluto. De repente, sin embargo, oyó algo que casi le hace expulsar el corazón por la boca.
-¡Hola! ¡Somos la guardia! ¡¿Hay alguien ahí?!
Tiberius se giró hacia Bonus, furioso.
-¡Idiota! ¡Como si no estuviéramos ya suficientemente expuestos por entrar aquí con una fuente de luz! ¡¿Por qué no te pintas una diana en el pecho ya que estás en ello?!
-¡Disculpa!- gruñó Bonus- No tengo mucha experiencia en el campo de asaltos heroicos y absurdos.
Tiberius miró a su alrededor, preocupado.
-Quizá tengas razón... no deberíamos haber venido solos, pero ya estamos dentro. Hay que seguir.
Bonus negó con la cabeza y suspiró mientras seguía a Tiberius escaleras arriba. Los viejos peldaños crujían bajo sus botas, y el chirrido que emitió la puerta, hinchada por la humedad, fue aun más escalofriante. El piso superior también estaba oscuro y silencioso. La opresiva quietud solo se veía interrumpida por el pesado sonido de sus botas sobre los tablones del suelo. Tiberius no estaba tranquilo... la oscuridad parecía estar viva, dispuesta a engullirlos sin dejar rastro, desvaneciéndose por siempre en aquel pozo sin tiempo.
A medida que iban registrando habitaciones llenas de escombros y avanzando por los pasillos, notaron que el olor crecía en intensidad. Al subir el tramo de escaleras que llevaba al último piso, los ojos les lagrimeaban.
-¿Qué es este pestazo? Resulta familiar, pero no sé...
-Sea lo que sea, está detrás de esta puerta. Prepara el arma.
Ambos guardias tomaron aliento y abrieron la puerta de golpe, sólo para recibir una bocanada de hedor vomitivo que les golpeó como una tonelada de ladrillos. La nueva sala también estaba oscura, pero no silenciosa: una serie de desagradables zumbidos les bombardeó los oídos, muy agudizados tras el tenso registro.
-¡Puajj! ¡Que asco! Creo que voy a vomitar.- se quejó Bonus, conteniendo una arcada.
Tiberius avanzó unos pasos, conteniendo su propio asco. Allí, en la oscuridad, había una mesa con un bulto. El guardia acercó su antorcha a la sombra informe, y automáticamente notó cómo la bilis se le subía a la garganta.
-¡Akatosh santo!- gruñó, ahogándose en horror, nauseas y furia- ¿Qué es esto? ¡¿Qué coño es esto?!