Dos días después de que despertará en la tienda de Saeba, las cosas habían empeorado bastante. Nos habíamos metido en una trampa de la que difícilmente podríamos salir victoriosos. La mañana del primer día que permanecí inconsciente, se levantó con una espesa niebla, que tardó en disiparse. Cuando por fin las brumas permitieron ver algo, ya era demasiado tarde. Frente a nosotros formaba un ejercito, los destellos de las armaduras cubrían toda la llanura delante nuestra. Mifume dio orden a sus capitanes para que se dispusiera todo para la inminente batalla. Pero nuestros enemigos no atacaron permanecieron frente a nosotros inmóviles. Aunque no nos superaban en número, su caballería era más numerosa, teníamos alguna posibilidad si aprovechábamos a nuestros fusileros. Lo que no podíamos saber es que a la mañana siguiente un ejercito aun mayor nos sitió por la retaguardia quedando encerrados en el valle.
Sin forma de salir de allí solo nos quedaba llevarnos al infierno el mayor número posible de enemigos. Y esperar que cuando el Gobernador tuviera listo el grueso de sus ejércitos no fuera tarde para acabar con la rebelión. Aquello era mucho más de lo que esperábamos, gran parte de los Shogunes del Japón habían traicionado al Emperador y se unían ahora en su contra para destronarle.
El día que me desperté tras los efectos del veneno, Mifume y los capitanes recibían a un emisario de El Clan. Las condiciones eran la rendición total y absoluta a cambio de perdonarnos la vida. Aquello era una clara provocación, Mifume nunca rendiría su ejercito sin pelea.
Era muy pronto, el sol apenas comenzaba a despuntar. Hacia unas horas una fina lluvia había cubierto el valle, dejando a su paso una bruma a ras del suelo. Los caballos se agitaban nerviosos como sabiendo lo que iba a pasar, los cascos golpeaban el campo de batalla, los hombres aguardaban en silencio las ordenes, los rostros en tensión, los ojos fijos en el enemigo.
- Mifume es un viejo testarudo, estará pensando en como hacernos tragar nuestra oferta -.
- Si mi señor, pero hemos tenido suerte de que no se moviera antes de la llegada de los hombres del Shogun Mizuno -. - Ahora está atrapado, será una batalla fácil.
- Nunca hay batallas fáciles, - respondió el General -. - Manda una señal a Mizuno atacaremos cuando el sol haya salido completamente -.
- Sí mi señor -.
Tres ejércitos, tres generales y solo una salida de aquel valle. Mifume nos dio las ordenes aquella noche y dispuso todo para por la mañana, la caballería se lanzaría a la carga contra el ejército a nuestro frente y la infantería contendría el ataque en nuestra retaguardia. El ataque estaba planeado justo al amanecer y nuestra única esperanza era golpear con fuerza y por sorpresa al ejército del General Tendo, para luego volvernos contra las fuerzas del Shogun Mizuno.
Cuando los primeros rayos de sol bañaron nuestras caras el General Mifume se irguió en su montura, se volvió y con un movimiento de su brazo lanzó la primera carga. Todos los samuráis a caballo cargamos con violencia, salvo el General y su escolta de lanceros. Esta parte sería más fácil puesto que aunque preparados nuestros enemigos irían a pie.
Cabalgamos lo más rápido que pudimos, y como una oleada chocamos contra las filas de hombres, algunos caballos cayeron arrojando a sus jinetes que indefensos en el suelo eran traspasados por las lanzas. Pero la mayoría atravesamos las primeras líneas sembrando el pánico y la destrucción a nuestro paso. El objetivo fue el grueso de la infantería, mucho más vulnerable ante nuestros caballos. Una vez asestado el golpe nos retiramos, y como estaba planeado sus jinetes ya preparados nos siguieron. El ayuda de campo de Mifume trepó a una loma y hondeó una bandera amarilla con el kanji de los Yamada. Obedeciendo a esta señal un grupo de arqueros se levantó de su escondite en la espesura. Una lluvia de flechas se precipitó sobre la caballería de Tendo que nos perseguía, hombres y bestias cayeron atravesados por los dardos. Con un grito volvimos nuestras monturas, y las lanzamos contra los sorprendidos samuráis, irrumpimos entre ellos con una furia desmedida, esquivando una lanza me abalancé sobre el capitán y lo traspasé con el sable. A mí alrededor los hombres luchaban, gritaban y morían. Acudí en ayuda de Himura que se batía con tres hombres, con un grito dejé caer la katana sobre el primero de ellos y el acero atravesó casco, cuero cabelludo y cráneo con pasmosa facilidad. Himura se deshizo del segundo y el tercero cayo atravesado por una flecha.
La batalla se nivelaba, la caballería de uno de los ejércitos había caído, pero aun nos quedaba lo más difícil enfrentar al ejército en retaguardia sin descuidar la infantería que permanecía a nuestro frente.
Cuando regresamos al lado de Mifume nuestros hombres comenzaban a tener problemas para aguantar los envites de los samuráis a caballo y las lluvias de flechas. Habíamos perdido muchos hombres pero resistíamos con bravura. Mifume ordenó a varios de los samuráis que acudieran a reforzar nuestra retaguardia. Y reorganizó al resto para volver a atacar lo que quedaba del ejército de Tendo. Y el mismo se puso al frente de sus lanceros y capitaneó el ataque. El General Tendo había reorganizado a sus tropas que cargaban a la carrera contra nosotros, pero sin su caballería y mermados por nuestro primer ataque se dirigían hacia una muerte segura.
Justo antes de llegar a las primeras filas de guerreros Mifume elevó el brazo agitándolo. Yo seguí a Himura hacia la derecha, mientras otro grupo se separaba hacia la izquierda. Mifume y su guardia penetraron en las filas enemigas que se abrieron para rodearles. Aun debían quedar unos quinientos soldados fatigados por la carrera pero sedientos de venganza. Los cincuenta jinetes de la guardia, todos lanceros experimentados lucharon con fiereza dándonos tiempo para llegar hasta los flancos. La batalla fue terrible, junto a Himura luchaba por abrirnos paso hasta el centro para ayudar al General. Nuestro grupo estaba formado por al menos sesenta buenas samuráis, y otros tantos atacaban el ala izquierda. Pero nuestros enemigos estaban bien entrenados y pusieron cara su derrota.
Cuando alcanzamos el centro, había más hombres muertos que vivos, al menos dos centenares de hombres habían caído antes de acabar con Mifume y su guardia. El general yacía junto a su montura, la mirada orgullosa fija en el cielo. Ninguno de sus hombres aguantó en pie hasta nuestra llegada. La llanura se teñía ahora de rojo, y los cadáveres lo cubrían todo. Llegamos a tiempo de ver como el General Tendo se retiraba junto con algunos de sus capitanes. Apenas quedábamos cien hombres a caballo, cansados, heridos y sin fuerzas. Pero aun debíamos seguir adelante si queríamos ganar aquella batalla.
Nuestra infantería no aguantaría mucho más los ataques del Shogun Mizuno y aunque quizás en vano debíamos acudir en su ayuda. Himura tomó el mando y nos condujo de nuevo a la batalla. Cabalgué de nuevo a su lado, sin prestar atención a lo cansado que estaba. A lo lejos podíamos oír el fragor de la batalla pero solo veíamos una nube de polvo.
- Vamos Ayao, - gritó Himura -. Y en su voz me pareció percibir un tono de alegría, como si se encontrara feliz en aquella masacre.
- No llegaremos a tiempo. - Miré hacia delante tratando de ver que ocurría -. Acabarán con nuestra infantería igual que hemos hecho nosotros con la de Tendo.
- Tranquilo, el viejo General aun guardaba una última jugada, o acaso crees que dejaría solos a sus hombres -. Echó hacia tras la cabeza y dejó escapar una sonora carcajada. - Mira esto -. - Y tomando el estandarte que llevaba prendido en su silla de montar, lo enarboló, haciéndolo girar sobre su cabeza.
Ya llegábamos al centro de la batalla, nuestra infantería viéndonos llegar hizo un esfuerzo por agrupar sus fuerzas, los pocos samuráis que quedaban daban ordenes yendo de un lado para otro, para que los soldados mantuvieran sus posiciones. La caballería de Mizuno estaba preparada para lazar un último asalto. Pero cuando todo parecía perdido a la señal de la bandera de Himura el grupo de fusileros salió corriendo del bosque cercano colocándose entre nuestros hombres y la caballería enemiga, y prendiendo las mechas de los teppos, los arcabuces rugieron como dragones escupiendo proyectiles de fuego. Media centena de hombres y caballos cayeron fulminados. Nuestros soldados gritaron uniendo sus voces en un clamor de victoria, y como recobrando el ánimo y la esperanza de repente, olvidado el temor a una muerte inminente, se lanzaron en una frenética carrera por aquellos campos ensangrentados. Cuando un hombre que espera la muerte recobra tan solo una mínima esperanza, se aferra a ella con todas sus fuerzas y lucha por retenerla porque es lo único que le queda. Nuestros enemigos sorprendidos por nuestros arcabuceros, por el despertar de aquella furia incontenible y por la llegada de nuestros hombres a caballo no resistieron mucho.
Las batallas suelen ganarlas los mejores estrategas. Y los generales japoneses siempre han sido grandes estrategas, nuestro general Koji Mifume había demostrado ser uno de los mejores de todo el país. En el centro de aquella llanura maldita, se irguió su túmulo y junto al suyo, los de su fiel guardia.
Abandonamos aquel lugar cabizbajos y extenuados, habían muerto demasiados compañeros como para estar alegres por la victoria. Aquella noche cuando por fin acampamos, los capitanes se reunieron por ultima vez. Nuestras tropas habían sido diezmadas, los hombres que quedaban estaban extenuados. De mil hombres que partieron de Osaka menos de la mitad había escapado a la muerte. Con aquel número era inútil que siguiéramos adelante, el enemigo era más poderoso de lo que se pensaba y no sabíamos contra que podíamos enfrentarnos a partir de ahora.
Se decidió que lo más prudente era esperar a recibir refuerzos de Osaka y se mandaron mensajeros para alertar al respecto al Gobernador e informarle sobre la gravedad de la situación.
Llevábamos tres días acampados curándonos las heridas, cuando los vigías avisaron de la llegada de un jinete. El caballo llegó desbocado al campamento, bamboleando con fuerza al hombre que forcejeaba por mantenerse sobre la silla. Estaba muy delgado y ojeroso, parecía que no había dormido en siglos.
- ¿De dónde vienes, que noticias traes? -. Mientras le interrogaba Himura ordenó que se preparara un camastro, algo de comer y agua fresca. - Pero primero debo saber que vienes a decirnos, puede ser de vital importancia -.
- Lo es -, y la voz del hombre no fue más que un susurro lejano. - Me manda el Emperador, la casa Meiji se tambalea en un país de revueltas populares y violentas batallas -. Un fuerte ataque de tos interrumpió sus palabras, pero el mensajero hizo un esfuerzo por recobrarse. - Osaka es la última esperanza de Japón, los clanes... - se interrumpió dudando un segundo. - Alguien se ha hecho muy poderoso y ha embaucado a muchos Shogunes con falsas promesas, ahora el Emperador se enfrenta a un gran ejercito unido bajo un solo mando. El emperador resiste como puede, ha tenido que retirar a sus ejércitos y ahora se encuentra en Kioto esperando la ayuda de Osaka -.
- La situación es entonces extremadamente grave, Saeba reúne a los demás capitanes, asumo el mando, partiremos en cuanto estemos listos -. - Quizás no seamos muchos pero el Emperador podrá contar con nuestra compañía de teppos y hasta con la última de nuestras espadas -.
Un nuevo mensajero partió hacia Osaka para informar de nuestra decisión de seguir adelante, para llegar lo antes posible a Kioto. Y así sin apenas tiempo para atender a los heridos nos pusimos de nuevo en marcha, unos cuantos samuráis guiando un ejército de menos de trescientos soldados malheridos y una compañía de fusileros que portaban extrañas armas españolas.
Cuando paramos la marcha para comer algo y dormir unas horas, tuve por fin ocasión de hablar con Saeba, que me contó la conversación con el mensajero. Saeba quiso saber que conocía yo de los clanes, ya que él solo había oído rumores acerca de su existencia. Yo solo sabía lo que mi maestro Musashi me había contado. Se dice que los Tokugawa, son un grupo de Shogunes que quieren dirigir el Japón, devolviendolo al respeto a las costumbres y tradiciones, con un ideal de cómo debería ser el país, y para lograr ese ideal son capaces de todo. Si un miembro de los Clanes Tokugawa está detrás de esto, no se detendrá hasta que logre su objetivo. Musashi siempre me decía que luchar por unos ideales era algo noble y respetable, pero cuando para conseguirlo era necesario extender el terror y la muerte ninguna convicción tenía justificación. Los Tokugawa odian el régimen actual y por lo que veo harán lo que sea para acabar con él.
CONTINUARÁ.