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La Sala de Embajadores de la nave nodriza “Tierra” era circular. Henry se sentía poderoso. La luz azul de las bandas laterales de la pared se reflejaba en los ojos manchados de ira del Primer Ministro de la Federación. Mantenía los puños cerrados, y antes de hablar sus labios temblaban. Todo eso indicaba a Henry que aquel hombre no sabía llevar la situación, que sabía que se le había ido de las manos. Tenía el pelo cano, los ojos increíblemente azules, y un porte bastante decaído y diminuto. Sus brazos parecían perderse entre las amplias ropas de la diplomacia federativa. Al final golpeó en la mesa y estalló:
-¡Vuestras tropas están por todos lados! Y decís que solamente son milicianos a favor de toda esa farsa religiosa despampanante que os montáis. ¿Me vais a decir que ahora llegarán vuestros soldados de verdad y van a vencer a todas nuestras tropas atemorizando a los ciudadanos?
-casi, pero no. Tiene un matiz diferente Primer Ministro. No van a atemorizar a humano alguno, por que cuando mis ejércitos entren en sus ciudades la gente no tendrá tiempo de tener miedo-De nuevo los labios del viejo temblaron.
-¿Cuales son vuestras condiciones?
-Los ádahas piden la Tierra, y la cabeza de cada ser humano como pago por todos los años de monopolio dictatorial que habéis tenido desde que la tierra es tierra.
-¡Porque el ser humano nació antes que vosotros, imbécil! ¡Vosotros venís de los humanos!-El Primer Ministro se levantó y señalaba amenazadoramente a Henry con su nudoso dedo.
Henry se giró y miró con furia la pila de papeles que se amontonaban en la mesa. De su cabeza salió una fuerza invisible que golpeó los papeles y los lanzó contra el hombre. Este, al ver lo que Henry había hecho, dio un paso atrás y cayó en la silla. Se quedó mirando a Henry, que ahora parecía aterradoramente enorme.
-Primer Ministro. No estamos aquí para negociar su suerte. Estoy aquí para informarle de que van a morir, irremediablemente, todos los seres humanos del universo. Estamos hartos de quedar en segundo plano desde que la historia es historia. Cuando luchamos por ustedes en las guerras europeas de lo que llamaron Edad Media. Y cuando estábamos detrás de los personajes históricos más famosos, como Napoleón, Washington, Alejandro Magno, aconsejándoles, ayudándoles, y siempre quedando en la oscuridad del anonimato. ¡Sois esto gracias a nosotros!-Henry se giró y habló a un soldado de la Federación que había junto a la puerta-Soldado, preparen mi transporte, la reunión a terminado.
El soldado miró al Primer Ministro como preguntándole si debía obedecer. El Primer Ministro hizo una seña para decir que se hiciese lo ordenado. Henry se giró otra vez, y sentenció:
-Mañana atacaremos en primera línea todos las tropas de la Federación que encontremos en nuestro camino. Vamos a tomar todos los sistemas, dejando en último lugar el sistema cero. Si alguna vez hubo una definición precisa de batalla, a partir de mañana se verá cumplida. La guerra de verdad a comenzado. Comuníqueselo a su Presidente. Es a partir de ahora cuando van a tomarnos en serio. Ya no se trata de ciudadanos defendiendo posiciones aleatorias. Cada uno de los sistemas que ya controlamos, será secundado por tropas entrenadas y perfectamente dispuestas para entrar en batalla. Todo lo que no hayan hecho hasta ahora, ya no lo harán nunca-Se puso la gorra de plato con el escudo de los ádahas-Hasta siempre, Primer Ministro.
Saludó y se fue.
Al día siguiente los soldados se despertaron ansiosos por entrar en combate. Con Henry Hassman a su lado no podían perder. Henry no había dormido en toda la noche. Escribió un mensaje a su amigo.“Daev, ahora empieza la guerra de verdad. Los ejércitos de la Federación que luchan en los anillos exteriores contra El Enemigo se retirarán para hacer frente a nuestro avance. Coge el relevo y entabla relaciones con El Enemigo. Creo que es hora de que se conviertan en El Amigo. Jihe ya está preparado con los mercenarios de Marte II, hasta ahora has hecho un gran trabajo. Ahora es cuando tienes que movilizar las tropas y tomar Sía. La presencia de mi puesto de mando en ese planeta puede ser decisiva. Sé que no lo entiendes. Pero ya lo verás. Suerte amigo, confío en tí”.
La primera batalla iba a tener lugar en el cuarto sistema. Frente al Planeta-Colonia se apilaban ingentes cantidades de Cruceros, naves sub-nodrizas y naves de asalto comandadas por Henry. La primera respuesta vino en forma de disparos a lo loco de la Federación.
-¡Almirante!-gritó Henry. Delante de él se alzaba majestuoso el planeta. Era de un azul turquesa muy vivo. Con los enormes haces de luz verde saliendo de sus baterías de defensa. La protección era muy pobre, como era de esperar, y aunque los soldados de la Federación fueran más, no iban a luchar con una crueldad tan grande. Añoró a sus mercenarios y anheló verles en acción. “Ya habrá tiempo” se dijo.
-¡Sí, mi señor?-El almirante se esforzaba por no ver en Henry la edad que tenía, y en mirar más en su cerebro, que en su cuerpo-¿Atacamos?
-Bombardeen primero toda la superficie gris que tienen a su derecha. Si esperaban este ataque, y sabemos que así es, habrán escondido sus baterías bajo el agua. Que los bombarderos biplazas se adentren en su atmósfera y disparen directamente contra las ciudades. A una segunda orden las naves de asalto respaldarán a los bombarderos, seguidos de los monoplazas de combate y los transportes de asalto.
-Señor, con permiso, eso no tiene mucho sentido.
-No, no tiene permiso. Ahora haga lo que le he dicho-Cruzó los brazos tras la espalda y se limitó a contemplar la superficie del planeta. El brillante azul se reflejaba en sus ojos lacrimosos.
Comenzó el ataque. De los gigantescos cruceros de combate salían enormes haces de luz que surcaban la atmósfera y golpeaban contra las superficies acuáticas. Miles y miles de disparos. Pronto vino la respuesta. Cientos de monoplazas de la Federación salieron de la atmósfera para acercarse a las naves de Henry. Entonces salieron los bombarderos biplazas en dirección al planeta. “Que ignoren a sus naves, aunque disparen” ordenó Henry. Y así se hizo. Sus monoplazas disparaban a los bombarderos, con algunos aciertos, pero pronto rebasaron la línea de los monoplazas y se lanzaron directamente contra el planeta. A medida que se adentraban en la atmósfera las alas de los bombarderos se plegaban para facilitar el roce. En pocos minutos estuvieron encima de sus ciudades, y el fuego, a orden de Henry, se hizo a discreción. Todos los edificios iban cayendo destrozados. Las respuestas de las baterías de defensa eran mínimas, y los bombarderos actuaban con total libertad. Los monoplazas enemigos iban cayendo como moscas contra las gigantescas naves de Henry, y esperaban en vano a que salieran los monoplazas de Hassman para proceder a la típica batalla entre cazas. Las naves de Henry no salían. Cuando los monoplazas de la Federación recibieron el parte de los bombardeos, dieron media vuelta y se lanzaron a socorrer a las ciudades. Henry dio entonces la segunda orden. Todas las naves de asalto salieron, como enjambres de las tripas de las sub-nodrizas y picaron contra los cazas en retirada. Los bombarderos de Henry dieron la vuelta y se lanzaron a su vez contra los monoplazas enemigos. Pronto, los cazas de la Federación se vieron entre el fuego de los bombarderos y el fuego de las naves de asalto. En tres minutos no quedaba ninguno. Entonces, como Henry esperaba, cientos de nuevos monoplazas y biplazas de la Federación salieron del agua embistiendo en formaciones cerradas contra los bombarderos y las lentas naves de asalto de Henry. Pero la alegría duró poco para los hombres de la Federación. De entre aquella niebla de naves de Henry contra la que iban, aparecieron los monoplazas ádahas que iban tras las naves de asalto. De nuevo estaban en inferioridad numérica. Su reparto de efectivos había sido erróneo, o mejor dicho, el de Henry había sido tan extraño, como aplastante. Las bajas de los hombres de la Federación era de quince por cada uno que perdían los ádahas. Entonces los transportes de asalto entraron en la atmósfera.
Se lanzaban contra el suelo y se quedaban semienterrados. Entonces grandes portones se abrían vomitando cuatro escuadras de soldados ádahas. En total eran 150 transportes por cada ciudad. Y miles y miles los soldados de gris, granate o de ambos colores que se lanzaban contra las ciudades. Ocurrió lo que Henry esperaba. En el monitor de su nave de mando pudo ver a sus soldados saqueando, asesinando y quemando todas las ciudades. Se pasaban a cuchillo a todas las mujeres y a los niños. No hacían prisioneros. Todos los soldados que se rendían eran inmediatamente ejecutados.
En un día y medio toda la población que vivía en aquel planeta había sido aniquilada. Todos los oficiales vitoreaban a Henry, y las tropas ádahas desfilaban por las calles pobladas de muertos, entre edificios en llamas. Henry cerró los ojos. “Somos igual que los humanos”. Todas las barbaridades que los humanos cometían, y seguían cometiendo contra El Enemigo, lo estaban haciendo ahora los ádahas. Entonces lo vio claro. No tenía que destruir a los seres humanos por que se lo merecieran, tenía que ganar a ambos. E iba a encargarse de que eso pasara luchando en ambos bandos a la vez.
Llamó a Daev.
-Daev, vas a crearme un personaje. Un personaje que yo dirigiré y que los humanos seguirán. Se llamará Prometeo, su ejército serán todos lo mercenarios que tienes contigo, su Almirante el Gran Daev, y su leyenda nacerá entre las montañas de ese planeta, entre las montañas del Páramo de Sía.