Silencio absoluto, no podíamos oír nada, aparte de nuestras respiraciones y las de los animales. Nos acercábamos al campamento en el más tétrico de los silencios, sus vigías parecían no vernos, y permanecían hieráticos en sus posiciones. Aumentamos el galope para irrumpir entre ellos y destrozarlos, pero según nos acercábamos un olor conocido fue impregnando el ambiente. Al principio no supe de que se trataba, pero pronto la presencia de un gran número de carroñeros me lo confirmó. Entramos en el campamento a galope tendido para descubrir un macabro espectáculo. Los guardias eran mujeres degolladas, los soldados ancianos muertos y destripados. Los habitantes de varias aldeas de los alrededores yacían en aquel campamento, niños, madres, padres, todos muertos y colocados como falsas tropas. Casi peor que aquella visión era el olor, el olor a muerte, a muerte de varios días.
Cuando quisimos comprender era demasiado tarde, Las flechas ya llovían sobre nosotros, procedentes de los cercanos bosques. Flechas ardientes que prendieron en la brea extendida por todo el campamento con el fin de encerrarnos en un infierno de llamas. Quedaba poco margen para tomar decisiones, como pude reuní a cuantos se encontraban cerca de mí, a penas dos o tres decenas de hombres. El olor a muerte ya no era perceptible ahogado por el de la carne quemada. Apenas podía ver, casi no podía respirar y los alaridos de dolor me impedían escuchar nada. La situación era insalvable, las vías de escape nulas, pronto caerían sobre nosotros como salvajes, aniquilando a los pocos que logren sobrevivir a las llamas.
Retrocedimos, alejándonos del centro del campamento donde el calor era insoportable. En mi interior rezaba para que Himura hubiera tenido mi misma suerte. Me volví, alrededor de cuarenta hombres me seguían, entre toses y gritos de dolor. No les quedaría mucho tiempo para lamentarse si no actuábamos rápido. Cuando logramos alejarnos del campamento lo escuche por vez primera, el rumor sordo ya conocido de una horda de hombres lanzándose contra nosotros. Todos miramos en la dirección de los gritos y pudimos ver como de entre los bosques salía un ejército de hombres a caballo, y a su cabeza un samurai de armadura roja de cuero sin ningún tipo de insignia ni estandarte. La mayoría de jinetes portaban lanzas lo cual les otorgaba más ventaja si cabe. El ejército de Nobunaga no era especialmente numeroso, por eso evitó un enfrentamiento directo, y había conseguido su propósito, no podía saber si otra parte de nuestras tropas estaba siendo atacada en el otro extremo del campamento, tendría que actuar como si aquellos cuarenta hombres fueran todo lo que quedaba de los ejércitos que partimos de Osaka.
Nos replegamos, huyendo de la carga del enemigo. Miré a mí alrededor buscando algo que nos diera ventaja. Las flechas seguían cayendo sobre nosotros y al menos otros cinco hombres habían caído. No había tiempo que perder, me giré y dando un grito señalé a los que me seguían unas peñas cercanas. Si lo grabamos llegar tendríamos un respiro, y podría organizar una pequeña resistencia desde lo alto. Espoleé con violencia mi montura, pero aquella distancia se me hizo eterna.
Mandé desmontar y los hombres corrieron al abrigo de las rocas para evitar la lluvia de flechas. Sin un momento para el resuello conté por encima el número de hombres que habíamos logrado llegar al risco. Unos treinta samuráis, quizás alguno más habían sobrevivido a la trampa de Nobunaga, al menos de momento. Al asomarme por encima de las piedras para atisbar el avance del enemigo no pude ver nada, ni caballos, ni jinetes, ni rastro de su avance. Era como si algo más importante les hubiera hecho despreciar nuestra persecución. Pero también podría tratarse de una nueva trampa. Reflexioné unos segundos. Lo más probable era que Nobunaga, hubiera dirigido sus fuerzas contra el resto de nuestro ejército, que a buen seguro aunque dividido, estaría plantando cara. Tenía dos opciones, permanecer en las peñas y hacerme allí fuerte o acudir al campamento como un suicida para socorrer a lo que quedara de Himura. Para tomar la decisión me era imprescindible conocer el número de armas de fuego que aun quedaban entre mis hombres. De los restos del antiguo pelotón mandado por Saeba, solo permanecían junto a mí diez fusileros el resto había perecido en la emboscada. Es posible que Nobunaga, como gran estratega hubiera golpeado con más fuerza en la cabeza de nuestro grupo pues es donde marchaban todos los teppos. Y es bien sabido por cualquier señor de la guerra que en estos tiempos las armas de fuego de los gaijin son las que desequilibran las batallas.
Solo saqué una cosa en claro aquella batalla no la ganaríamos, pero tendríamos que intentar perder los menos hombres posibles. Y luego replegarnos hacia Kyoto reteniendo cuanto estuviera en nuestra mano a los hombres de Nobunaga. Si mi sensei hubiera estado a mí lado ese hubiera sido su consejo, además no podría perdonarme el no intentar prestar ayuda al General Himura. Dejamos nuestro refugio, reunimos los caballos y marchamos hacia el centro de la llanura, a lo lejos era audible el fragor de una batalla, lo cual disipó todas mis dudas. No era momento de pensar era momento de actuar y si era necesario de morir.
Cuando irrumpimos en lo que quedaba de campamento la batalla estaba en su punto álgido, aproximadamente la mitad de nuestros hombres luchaba desesperadamente por contener el empuje del enemigo. No podía ver a himura. Los samuráis sin un jefe retrocedían de forma desordenada y eran presa fácil para los disciplinados asesinos de Nobunaga. Ganamos un pequeño montículo, me apeé del caballo para recoger un estandarte caído, lo fijé en mi silla y monté. Bien era el momento de poner en práctica algo de lo aprendido. Grite a Sukio para que se acercará, mi mano derecha en el grupo de arcabuceros acudió sin dudarlo.
- Sukio, la situación es desesperada, tendremos que huir si no queremos que Kyoto este en llamas antes de un par de días. - Apenas pude oírme a mí mismo por encima del ruido de metales y huesos, - pero Sukio asintió -.
- Tendrás que ayudarme quiero que cojas la mitad de los hombres, y que entre ellos lleves a todos los fusileros. Quiero que distraigas a Nobunaga, que crea que vas a situarte para atacarle. Rodea la batalla y sitúate en aquel alto a la derecha del enemigo, eso le hará creer que tomamos posiciones para un contraataque-.
- Pero si se vuelve contra mí estaré indefenso- exclamó Sukio.
- No tenemos otra opción, - contesté-. - Eso me dará el tiempo necesario para reorganizar las tropas -.
- Cumpliré las ordenes Ayao san. Aunque me cueste la vida.
No tenía intención de dejar morir a Sukio y con él a todos mis fusileros. Pero necesitaba que atrajera a Nobunaga hacia él. Todo sucedía demasiado deprisa, en un abrir y cerrar de ojos Sukio había colocado su grupo en la colina, y los teppos atronaban contra las filas Tokugawa. Desde su puesto de mando Nobunaga contemplo como sus hombres comenzaban a caer bajo nuestras armas de fuego, aquello no le gustó y tuvo que prestar atención a mí trampa. Con un gesto mandó un jinete a comunicarle a sus capitanes que parte de sus tropas tomaran la colina aun a costa de descuidar el avance sobre Himura. Como en las clases de Musashi, pude ver las tropas de Nobunaga deslizándose como por un plano para hacer frente al pequeño grupo de Sukio. No había tiempo que perder, debía hacerme con el control del ejército antes de que Nobunaga lo advirtiera.
CONTINUARÁ.