Recopilatorio: Bloque 8

Prólogo

Las luces se encendieron. Los seis hombres que formaban la comisión estaban sentados en las mesas metálicas del fondo de la habitación. También metálica, siempre metálica. Aquello le desquiciaba. Las mismas paredes oxidadas, los mismos pasillos fríos, el mismo metal color óxido por todas partes. Siempre metal. Tanto frío. Uno de los hombre habló

-Preso 3774598, póngase en pie

Se puso en pie.

-La comisión que revisaba su detención por los hechos acontecidos el 15 de Marzo en el Sector 7 de nuestro complejo, le declara culpable en máximo grado y le condena a ser disparado hasta la muerte.

Un sacerdote murmuró unas palabras mientras le hacía la señal de la cruz a Fisck.

Un hombre dio golpes en la mesa, se levantó y gritó:

-Tomas S. Fisck, preso número 3774598, se le declara culpable y se le condena a ser disparado hasta la muerte. Que Dios se apiade de tu alma.

Fisck no podía creerlo. En menos de un mes toda su vida se había torcido. Le destituyen del cuerpo, después lo de aquella noche. Iba a morir. No quería. En realidad no le apetecía nada morir, y seguramente no tenía nada que ver con el aprecio que tuviera a la vida, no. No quería morir porque era darle la razón a Ellos. Siempre Ellos. El maldito comité. El maldito Jefe Boofgad. No quería morir.

Empezó a notar como la sangre aumentaba su velocidad. Como latía más aprisa. El miedo se convirtió en odio, el odio en ira y, finalmente, la ira en furia. Para entonces ya habían llegado hasta el corredor 0, el extremo del complejo. Donde llegan las pocas naves que vienen del exterior, donde son arrojados los muertos. La furia golpeaba con fuerza en su cabeza. Pensaba en escapar. Solo tres guardias, le subestimaban. Era fácil. Escapar era fácil. Sobrevivir no. Conocía gente que había podido esconderse por dentro del complejo siendo un proscrito y haber durado algunos años, tres a lo sumo. ¿Eran cuatro?. Siempre sería mejor que la muerte. Vivir dentro del mismo complejo que una vez llegó a amar, pero escapando de todo, escapando de Ellos. Fue entonces, en ese preciso momento cuando su suerte cambio, para bien o para mal, decidiéndo su futuro a corto y largo plazo.

La puerta que quedaba en el extremo del corredor 0 se abrío lenta y pausadamente. La luz del exterior iluminó el suelo y las paredes cubiertas de óxido. La luz. Fisck hacía mucho tiempo que no veía el exterior. El Plus Ultra, el más allá. El mundo muerto. Toda su vida bajo tierra. Y el exterior estaba ahí. ¿Como sería? ¿Podría sobrevivir fuera?. Una cosa u otra. Decidió. Desde el exterior es internó en el corredor 0 por la puerta que acababa de abrirse una nave de reconocimiento. Aquello era la mayor casualidad que jamás le hubiera ocurrido a Fisck, y él lo tomó como una señal. Iban a ejecutarle, él iba a escapar viviéndo como una rata y ahora el mundo exterior le esperaba. No salían naves nada más que un par de veces al año. Eso sí que era una coincidencia. La nave empezó a aterrizar y las puertas comenzaron a cerrarse. Fisck empujó al guardia que le internaba en la celda y golpeó con el puño a otro de ellos. Y corrió. Corrió con todas sus fuerzas. Se agachó para pasar bajo el ala de la nave, los disparos rebotaban, las balas silbaban, corrió y corrió con la nave como protección. Los de dentro de la nave salieron y dispararon. A tiempo. Fisck pasó la puerta cuando estaba a punto de cerrarse y los disparon se estrellaron contra ella por dentro.

Por dentro...ahora él estaba fuera. Era algo que Ellos sabrían, y esa era su victoria. Fuera llovía. Como siempre. Fuera hacía frío. Fuera la luz era gris pero le cegaba. Se dio cuenta de que fuera no tenía nada. Pero por encima de todo. Estaba vivo. Si alguna vez alguien pensó que el ser humano podría volver a la superficie de la Tierra y sobrevivir Fisck lo intentaría. Si ya se intentó y no dio resultado. Fisck moriría. Pero era libre. Libre de todo. No más metal, no más corredores. No más celdas. No más comida basura ni parques de juegos bajo cúpulas metálicas. Basta de vivir bajo tierra. Hola lluvia, hola Tierra...hola nueva vida.

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Bloque 8-Cap.1-Sarah

Sarah


De entre todas las personas de aquella ciudad subterránea que temieran recibir una llamada como la que le esperaba en un día como aquel, Sarah, casi con toda seguridad, no era una de ellas. No porque no la temiera, sino porque no había pensado recibir una llamada así en su vida. Si lo hubiera imaginado, si alguna vez hubiera pasado por su cabeza la vaga idea de ser llamada de esa forma en un día así, entonces habría pensado que sería la última en ser llamada. Pero no lo fue, fue la quinta.

Sarah salió de su emsimismamiento cuando sonaron los golpes en la puerta. Se encontraba en clase de Aplicación Práctica de la Ciencia Magnética, una de las asignaturas más difíciles de quinto curso y que todo el mundo odiaba. Sarah, amaba aquella asignatura. En realidad, amaba todas las asignaturas y se aplicaba a su estudio más allá incluso que alguno de sus profesores. No era de extrañar pues que recibiera una llamada así.
El rector entró en el aula haciéndo un ligero gesto con la mano al profesor en ademán de excusa por interrumpir la clase. El aula quedó en silencio y el rector formuló la petición que venía a hacer:

-Sarah Millers, haga el favor de acompañarme al despacho

La chica se levantó tan excitada como temerosa por lo que tuviera que decirla y dejó la chaqueta en su sitio cuando al intentar cogerla el rector le hicera una señal de que dejara todo y se diera prisa. Se dio prisa. Aceptó la invitación del rector de pasar primero por la puerta y le siguió pasillo adelante hasta su despacho. Allí, la secretaria, la bonita y tonta señorita rubia que mascaba goma de chicle con la boca abierta sostenía el monitor donde estaba la llamada. Sarah lo cogió para ver quién era el interlocutor que aparecía en la pequeña pantalla. Primera sorpresa, era de las Fuerzas de Seguridad.

-"Señorita Millers, por favor, deje todo lo que está haciéndo y suba al coche que la espera en la puerta. No se preocupe por sus clases, todo está dispuesto."

Antes de que pudiera decir nada la conexión se había cortado. La chica miró al frente y se topó con la mala actuación del rector que fingía en vano no haber estado escuchándo nada. Después con la secretaria tonta y bonita que ya estaba a lo suyo inclinada sobre la pequeña mesa de la esquina.
Salió por las puertas metálicas de la facultad y pisó el suelo metálico que separaba la puerta de los raíles. Allí esperaba un vehículo negro, con ventanas oscuras. Se acercó al coche. Su pelo castaño bailaba en el reflejo del cristal a medida que se acercaba. La puerta se abrió y ella se deslizó al interior del vehículo. Dentro no había nadie. El coche arrancó con inusitada velocidad por el raíl. Cambiaba de un raíl a otro con una rapídez y seguridad nacidas de la experiencia. Se estaba poniendo nerviosa, muy nerviosa. Se entretuvo en mirar las calles metálicas a ambos lados de las red de railes, con sus lunas lumiosas, con sus escaparátes ordenados. Todo aquello bajo la constante y monótona bóveda metálica, con los gigantescos ventiladores funcionando a toda máquina para llenar las calles de oxígeno. Todo bajo la misma atmósfera marrón.

Al fin, llegaron a su destino. El Centro gubernamental de las FS (Fuerzas de Seguridad). El pensamiento de ella se debatía entre la furia y la sorpresa. De entre los millones de habitantes de aquella ciudad, era ella la que había sido injustamente arrancada de la clase de Aplicación Práctica de la Ciencia Magnética y había sido llevada allí. ¡Una de entre millones! ¿O había más?. Obviamente lo ignoraba, como ignoraba en realidad el número de habitantes. Era difícil de saber. Todos los días las excavadoras avanzaban algunos kilómetro en dirección al Punto de Encuentro y eso daba siempre más espacio para ser poblado. La tasa obligada de natalidad estaba en un mínimo de dos hijos por pareja. Desde que la Tierra sufriera la Catástrofe, las ciudades de los humanos supervivientes se fundaron bajo tierra para escapar de la lluvia. Extensísimas ciudades metálicas subterráneas repartidas por la tierra. Algunas conocidas, otras incomunicadas. Las que sabían de las existencias de las otras debidas a la radio, se comunicaban solamente por voz, nadie podía salir al exterior, y si salía era en escasos vuelos de investigación que apenas duraban horas. Nadie había visto otro humano que el que vivía en su ciudad. Pero todas las ciudades, al menos las conocidas avanzaban bajo tierra hacia lo que se había fijado, si las coordenadas eran correctas para todos, como el Punto de Encuentro. Allí todas las ciudades se encontrarían y formarían una sola ciudad bajo tierra, una inmensa y descomunal mole de hierro bajo la superficie terrestre. Aquel era el sueño de todo el mundo, al menos en apariencia.

Así que Sarah no se explicaba nada. No era más que una simple estudiante, vale, puede que la mejor de todos (según ella esperaba) pero al fin y al cabo una estudiante. ¿Que querrían las FS de ella?
Con estos pensamientos avanzó hasta el hall del edificio donde dos soldados la asieron por un brazo y la condujeron, sin contestar preguntas, hasta la sala de reuniones fijada para el evento. Allí entró Sarah y allí fueron contestadas algunas de sus preguntas. Un Alto Mando de las FS estaba sentado con el Gobernador de la ciudad. ¡El gobernador de la ciudad ni más ni menos! Sarah se sentó y, como llevaba haciéndo hasta entonces, preguntó que qué era lo que pasaba. El Gobernador habló.

-Buenos días Señorita Millers, ante todo mis disculpas por como se ha llevado el asunto- El hombre movía los dedos de las manos como señal de intranquilidad- Necesitamos su colaboración

¿Su colaboración? Cada vez estaba más perdida. No habló. Los hombres tomaron aquella actitud como una exigencia inmediata de respuestas claras. Sin dar más rodeos el militar extrajo de la carpeta que tenía enfrente un disco de información. Lo introdujo en la ranura correspondiente y en la inmensa pantalla del lateral apareció lo que Sarah reconoció como un trabajo suyo para la universidad.

-Eso es mío- Dijo ella

-Exacto, es esto lo que necesitamos hablar con usted- El gobernador había vuelto a hablar-. Según usted, señorita Millers, en este trabajo pretende demostrar la ubicación de la Máquina de Lluvia.

El corazón de Sarah se aceleró mientras el gobernador la miraba fijamente a los ojos al hablar. El hombre prosiguió:

-Su trabajo ha sido leído por todos los especialistas de esta ciudad, y ninguno de ellos descarta que usted esté en lo cierto.

-Pero fue solo una tontería, una investigación sin ninguna pretensión. Es solo señalar a boleo con el dedo.

-¿Insinúa que lo hizo sin ningún fundamento?

Sarah no sabía qué era lo mejor para contestar. Calló.

-No me lo creo señorita Millers. Usted es la alumna más brillante de su facultad, e incluso de la universidad. Su vida social se escribe entre las mesas y lo ordenadores de la biblioteca. Investigamos los libros que pidió al ordenador que le mostrara en el periodo en que usted investigaba para este trabajo. Son los libros acertados que debían ser leídos de forma acertada, y creemos que lo ha hecho. Que ha descubierto donde está la Máquina de Lluvia.

-Supongamos que eso es cierto-dijo ella- Que lo he descibierto...¿Qué pasa entonces?

-A parte de las teorías que explica en el trabajo, ¿Qué sabe de la Máquina de Lluvia?

-Qué se creó con fines humanitarios, para llevar lluvia a los paises secos con el fin de que pudieran prosperar. Pero se utilizó con fines militares, se descontroló y la Tierra quedó sumida en una lluvia eterna que nos relegó a la vida subterránea. Murió la mayor parte de la población mundial. Vamos Gobernador, sabe de sobra que me sé la lección. No estamos aquí para una clase de Historia, ¿Qué es lo que quieren?

-Saber hasta qué punto está usted segura de su tesis

-Ya le he dicho que era un juego, un trabajo sin pretensiones

-¿O sea que su trabajo está mal?

-No- Subió de tono Sarah visiblemente irritada- Ningún trabajo mío está mal. Jamás.

-¿Entonces sigue apoyándo su teoría?

-Sí, por supuesto. ¿Porqué?

-Porque vamos a comprobarlo.

-¿Como?

-Yendo hasta allí.

-¿Quienes? ¿Como van a ir si no se puede sobrevivir fuera?

-Irá un grupo deliberadamente seleccionado para ello. Dos militares, un cietífico, un sacerdote- En ese momento el gobernador puso un tono de molestia- Y una arqueóloga.

-¿Una arqueóloga? ¿Eso es...?

-Sí. Lo que usted piensa.

-Pero ya no hay de eso. No existe nada que descubrir de forma aqueológica.

-Hasta ahora. La máquina será el próximo encuentro de la humanidad con la arqueología de campo.

-¿Quién es ella?

-Usted

-¿Yo?-preguntó Sarah con una risa nerviosa

-Si la expedición no encuentra la máquina a simple vista necesitará de sus conocimientos y su inteligencia para encontrarla.

-Pero yo no quiero ir...

-Nadie se lo está pidiendo- Intervino por vez primera el militar.

La sala se llenó de un molesto silencio. Entonces Sarah arqueó una ceja y preguntó:

-¿Porqué desde aquí?

-¿Como dice?

-Sí, esta ciudad está visiblemente más alejada de la Máquina de Lluvia que otras ciudades que conocemos, si mi trabajo está en lo cierto.

-Así es, ¿y?

-¿Cómo que "y"?- Repuso Sarah indignada- Que pueden partir desde allí

-No, no pueden

-Claro, mire...

-NO, No pueden- Añadió el militar

Otro silencio

-No comprendo- finalizó ella con mirada inquisitiva.

El gobernador miró al militar quién asintió en señal de concesión. El gobernador entonces bajó la voz como si alguien más pudiera oírle y él no quisiera y añadió:

-Todas las ciudades se encaminan al Punto de Encuentro. Pero no nos encontraremos hasta dentro de 142 años según los cálculos. Es trabajoso avanzar bajo la tierra con seguridad. Si nosotros descubrimos la Máquina, y la destruímos, la inmensa ciudad que tiene previsto nacer de toda nuestra unión podría ser gobernada por nosotros. Nosotros tendríamos el poder sobre todos. Seríamos la ciudad más importante, no nos uniríamos a las demás, serían ellas la que se unirían a nosotros.

-Esos pensamientos se castigan bajo pena de traición- Los hombres enrojecieron, quién sabe si bajo la vergüenza o bajo la ira- Además, si destruimos la Máquina-su tono ahí era tremendamente sarcástico- y la Lluvia cesa, ¿Porqué no podrían las ciudades salir al exterior y proliferar libremente?

-No lo harán

-¿Como sabe que no lo harán?

-Porque no lo harán- De nuevo intervino el militar.

De nuevo el silencio reinó en la habitación.

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Jack

Sarah estaba anonadada. Se había tumbado un poco en la litera de una de las dependencias de las habitaciones de los soldados de las FS. No la dejaban volver a casa.

-"Por motivos de seguridad, señorita Millers, usted ya no volverá a casa. El viaje hace tiempo que está organizado y solo nos hacía falta convencerla a usted- Cuando el Gobernador había dicho esto Sarah le río de mala gana el sarcasmo-. Comprendalo. Además no se preocupe, a todos los efectos legales y universitarios Sarah Millers no tendrá ningún problema. Nadie notará tu ausencia".


Y ya está, nada más. Absolutamente nada más. La reunión acabó y unos soldados la acompañaron hasta allí por si quería dormir algo. Claro que, debido al ajetreo y a las sorpresas que se había llevado aquella mañana a Sarah le era imposible dormir. Y allí se encontraba, tumbada en una litera con la mirada perdida en el techo intentando asimilar todo lo que se le venía encima. Y lo que vendría más adelante. Todo aquello se le escapaba de las manos y ante aquella infinidad que se le presentaba, ante aquél vacío eterno que ahora rellenaba su vida, sintió impotencia y rompió a llorar. Hacía años que Sarah Millers se había permitido por última vez llorar, y aquello le volvió a coger con tanta sorpresa de nuevo, ver como había caído en aquello, que, sin querer evitarlo, rompió a llorar con más fuerza. Así se pasó cerca de una hora, descargando toda su ira contra la almohada, llorando con desesperación. Hasta que le dolieron los ojos, entonces, cuando el cansancio cayó como una maceta sobre la cabeza de Sarah, entonces, se quedó dormida en un sueño intranquilo.

***


El gobernador estaba sentado de espaldas a la puerta por la que anteriormente había entrado la chica y miraba al militar, que estaba de pie, con los brazos en la espalda mirando atentamente la puerta.

-Pobre chica, en realidad no es justo que le hagamos esto

-Piensa en la victoria, Tim- Cuando estaban solos el militar llamaba al gobernador por su nombre de pila

-Lo sé, lo sé...pero no dejo de pensar en que tiene parte de razón

El militar hizo un gesto con la cara en señal de que no entendía

-Me refiero a lo de la traición. Sabes que es verdad. Esto se castiga con traición.

-No hay tiempo para esto, Tim. Si nos equivocamos con esto, el consejo pedirá cabezas. Y la que primero rodará será la mía

-Y cuando se enteren de que el gobernador está detrás de esto, después rodara la mía

Ese momento al General se le ocurrió un chiste que creía gracioso acerca del asunto, pero antes de que pudiera soltarlo, Jack Reed entró por la puerta. El gobernador se giró, se secó la frente y preguntó que todo estaba listo ya. "Todo listo" contestó Jack.

-La chica está en las dependencias de los soldados de las FS, ve a hablar con ella, preséntate y llevala al hangar de salida. Tenéis que salir lo antes posible.

***

La luz de la habitación estaba apagada. Jack entró con sigilo, sin hacer ruido cuando la suela de goma de sus botas pisaban con mesura el frío metal del suelo. La luz entrana directamente por la puerta entre abierta y enfocaba directamente media cara de la muchacha y parte de la espalda. Parecía un ángel dormido, por eso Jack se resistía a despertarla. Al final, recordando su misión, la movió despacio. "Señorita Millers, señorita Millers".

Si Sarah había sido la quinta persona que había recibido la llamada de ir hasta allí, Jack Reed fue el primero. Tampoco se lo esperaba, pero nunca lo descartó. Siempre fue partícipe de la idea de poder ir al exterior. Por eso era el piloto de una de las dos naves que de vez en cuando salían al exterior para realizar exploraciones.

"Teniente Jack Reed" es lo primero que vio Sarah cuando abrió los ojos. Después los subió para ver al dueño de la placa y del brazo que la había movido hasta despertarla. Se trataba de un hombre vestido con un mono azul y blanco de una pieza como el que le habían dado a ella. Debería rondar los treinta años, tenía el mentón un poco salido y el pelo cortado como un militar.

-Señorita Millers- Volvió a susurrar el hombre- Tiene usted que levantarse. Vamos, acompáñeme.

De mala gana Sarah recordó qué es lo que estaba haciéndo allí, para que la habían llamado y anheló estar en su clase de Aplicación Práctica de la Ciencia Magnética. La chica acompaño con paso cansado por el pasillo. Tenía los ojos hinchados de tanto haber llorado antes de dormirse. En verdad había estado ni tres cuartos de hora durmiendo, pero a ella le habían parecido lo menos treinta y seis.

Llegaron al hangar. Allí vio Sarah al Gobernador, al General que había estado en la reunión, cuatro soldados vigilando y tres hombres más vestidos también con el mono azul y blanco que llevaban ella y Jack.

Habló el gobernador

-Señores, les presento a la señorita Millers, será nuestra arqueóloga. De ella depende en gran medida que se lleve a cabo esta misión y de ella dependerá también que se complete con éxito- Lejos de sentirse halagada, Sarah buscó los ojos del gobernador para atacarle con la mirada. El gobernador hizo caso omiso de ella y prosiguió- Cuiden de que no le pase nada a ella, va a ser un importante arma en caso de que lleguen allí y no vean la máquina. Esta muchacha piensa de forma eficaz y contundente. Acepten sus opiniones.

Sarah vio que cuando el gobernador dijo esto miró claramente a Jack, como si el mensaje de aceptar sus opiniones estuviera directamente relacionado con él. Y comprobó que sí una vez el gobernador hubo reanudado la explicación

-El teniente Reed estará al mando de la expedición. No solo por su graduación dentro de las FS, también porque conoce el exterior mejor que nadie. Cualquier decisión que él tome será irrebocable. ¿Entienden?. Solamente irán armados él y el sargento Connors. Nadie más podrá llevar armas a menos que éstos lo autoricen.

El sargento Connors era Jim Connors. Un hombre gigantesco. Tenía una complexión increíblemente grande. Parecía un oso, en fuerza y en tamaño. Medía casi dos metros de altura y tenía más espalda que cualquier campeón de lucha libre. En verdad era tremendo. El arma que llevaba era una ametralladora pesada que la mayoría de los hombres necesiaría apoyar en el suelo para disparar. Tenía la cara marcada por numeroso "agujeritos" de una enfermedad que sufrió cuando era chico. Estaba sentado sobre una caja metálica y miraba al fondo con aire distraído.

-También irán a la expedición el Doctor Graham, que es el credor de los Trajes de Lluvia que llevareis durante el viaje y el Padre Tomas, director espiritual del General.

-¿Trajes de Lluvia?-Preguntó por primera vez Sarah

-Sí, sin ellos no podrías sobrevivir. Han sido diseñados para esta expedición. Nunca nadie ha salido al exterior a pie en vez de volando. Ustedes serán los primeros. Por eso va el Doctor con ustedes, por si tienen alguna complicación.

En aquel punto el nerviosismo de los expedicionarios subió varios puntos, no solo se acababan de enterar de que irían a pie en vez de en nave, además, el traje que les tendría que salvar la vida acababa de ser diseñado.

Lo que más extraño le resultó a Sarah fue que hubiera presentación del Padre Tomas, pero no explicación de porqué iba. Reed y Connors con las armas, Graham por el traje, ¿pero Tomas?

***

Una vez se hubieron presentado entre ellos y quedaron marcadas las directrices iniciales, el gobernador y el General se fueron por la puerta y subieron hasta el cuarto cuya cristalera daba al hangar. Desde allí vieron como se ponían los trajes. Graham explicaba

-Tienen un sistema de compensación térmica, transpiran y pero no calan. Tienen aparatos de radio para comunicarse entre nosotros y con los de aquí. En vez de capucha o gorro he diseñado un casco, para evitar cualquier filtración. Es completamente transparente, parecido al que llevaban los buzos antiguamente. Llevarlo nos librará de morir ahogados si por accidente cayeramos al agua en vez de ir por tierra firme. Cuando estemos en la superficie hay que tener en cuenta que la lluvia no nos dejará ver. Lleven el casco entonces echado para atrás para que el agua no impida la visión. si se cayeran al agua aprieten el botón rojo del lateral que cerrará herméticamente el casco y extraerá el agua a través de la base del cuello. Si se hunden tiren de esta anilla, el traje se inflará como un globo para que floten. Creo que no me dejo nada. ¿Alguna pregunta?

-Nadie dijo nada de tener que hacer el camino a pie- Masculló Connors

Como si de Dios se tratase, la voz del gobernador que observaba y escuchaba todo desde el cuarto de observación sonó por megafonía

-"Las naves no tienen tanta autonomía. Levantaríamos sospechas y necesitaríamos repostar en otras ciudades. Tienen que hacerlo a pie, cueste lo que cueste. No se acerquen a las otras ciudades."

-¿A cuanto está nuestro destino de aquí?- susurró Jack al oído de Sarah

Ella estaba completamente derrotada. ¡A pie! eran miles de kilómetros. ¿Estaban locos? ¿Como lo harían a pie?. Se estaba empezando a poner nerviosa. El traje le apretaba, estaba incómoda. Le volvieron las ganas de llorar. A pie, eso, seguro supondría muchos meses caminando. ¡Cielo santo, a pie!

-¿Señorita Millers?, decía...

-A muchos teniente, a demasiados. A más de los que ninguno de nosotros ha caminado jamás. Y todo bajo la lluvia, con estos malditos trajes. No lo conseguiremos. Eso es seguro...no es poco probable, ni muy difícil. Reed, es imposible.

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Bloque 8-Cap.3- El Paso del Norte

El Paso del Norte


El gran portón de metal se empezó a abrir lentamente dejando a su paso un haz de luz cada vez más grueso que iba lamiendo cada oscuro rincón del hangar. Fuera la lluvia caía ruidosa y amenazadoramente. Las cinco siluetas vestidas con los trajes de lluvia esperaban cargados con las grandes y pesadas mochilas frente a la salida. Ellos fueron los primeros en cegarse con la luz marmórea que atacaba el interior a medida que la puerta se abría.

Sarah notaba el calor de su propio vaho golpear contra el cristal del casco del traje de lluvia. Ella estaba en el extremo de la izquierda de todos, a su derecha el Doctor Graham terminaba de ajustarse las correas de su traje y miraba el de los demás para asegurarse. De vez en cuando hacía una señal a alguno indicándole que tirara un poco más de alguna correa. El único que no parecía nervioso era Connors. Estaba una posición más allá que Graham, pero miraba al frente con el rostro duro, con la mirada fija, como intentando sujetarse para no lanzarse ya hacia fuera. A su espalda, en un lateral de su increíblemente monstruosa mochila asomaba el fusil pesado que llevaba. Sonó la megafonía:

“Atención Grupo 1 preparados para salir e iniciar la Operación Tierra Seca. En Diez…nueve…ocho…”

Las figuras de los cinco vistas desde tan lejos parecían casi de juguete, con aquellos trajes tan sofisticados y aquellas pesadas mochilas. Al gobernador le vino a la mente la típica imagen antiquísima de los astronautas sobre la superficie de la luna. Alargó el brazo y apretó con fuerza el hombro del General que parecía cansado y nervioso. La megafonía acababa de decir el 3. “Tranquilícese General, por fin en varios días podrá dormir y descansar, ahora todo queda en manos de ellos”. El general asintió.

El teniente Reed miraba de reojo las suntuosas formas del cuerpo de Sarah que se acoplaban a ciertas partes del traje de lluvia. Estuvo largo tiempo mirándola hasta que ésta le cazó. La megafonía concluyó:

“…cuatro…tres…dos…uno…adelante” La puerta terminó de abrirse y los seis avanzaron por el hangar. Ninguno de ellos dijo nada, todos guardaban la respiración, hasta que salieron.

La lluvia golpeaba con fuerza los trajes y la sensación que tenían era extraña. Nunca en su vida habían estado bajo el agua vestidos. “Botón verde” ordenó Reed a una señal del Doctor. Los seis entonces apretaron el botón verde del lateral del casco que abría el cristal. Notaron el agua contra su cara y un escalofrío les recorrió. “En marcha” apuntó el teniente.
Anduvieron por las rocas que rodeaban el complejo exterior de la ciudad que unos metros más atrás se metía bajo tierra y cuyo portón del hangar se cerraba lentamente. Les llegaron mensajes del interior comprobando que todo iba bien. Sarah sentía la mochila increíblemente pesada. Su cuerpo sudaba bajo tanta capa de vestidura plástica pero el sistema de transpiración lo expulsaba al exterior. Las rocas desembocaban el la primera llanura empantanada. Bajaron hasta ella y hundieron allí sus piernas hasta las rodillas. Entonces andar se hizo mucho más difícil. A la cabeza iba Reed, con un aparato no más grande que una caja de cereales. Era mitad metálica y mitad cubierta de plástico, con una pantalla en la que se reflejaba la ruta que debían seguir. Aquel maldito barrizal era un camino que deberían coger durante muchos kilómetros más. Detrás del teniente avanzaban Sarah y Graham, uno al lado del otro, que charlaban acaloradamente sobre ciencia. Sarah iba radiante de felicidad cada vez que el Doctor comentaba la gran capacidad y conocimiento que ella presentaba. Tras ellos avanzaba el padre Tomas y al final, con cara de preocupación y mirando siempre en todas direcciones iba Connors empuñando su pesado fusil.

Así siguieron durantes algunas horas en las que nadie excepto Sarah y Graham hablaban. Cuando el terreno lo permitió se juntaron más y avanzaban ya en grupo. El único que seguía separado era Connors.

-Dígame Padre- Empezó a hablar Reed por primera vez. ¿Cuál es el motivo de que usted haya venido a la expedición?
Hubo un pequeño silencio en el cual también Sarah y el Doctor miraron al sacerdote con curiosidad.

-Así me lo pidieron- Repuso el religioso- Digamos que soy algo así como vuestro guía espiritual.

-¿Guía?- Preguntó entre risas el teniente, pero no siguió la frase por que se encontró con la mirada de censura que el Doctor le enviaba. Tras aquello, siguió un largo silencio solo roto por el ruido de la lluvia chocando contra el barro y las respiraciones entre cortadas de los viajeros. Sarah notaba tremendamente pesada la mochila. Seguro que pesaba alrededor de 15 kilos, y la suya era la más ligera junto con la del Padre Tomas. La de Jim Connors parecía gigantesca, más cuadrada que la de ninguno. “Seguramente debido a la munición que debe de llevar” pensaba Sarah, pero no era así. Connors no solo cargaba con sus propias cosas, también llevaba a su espalda una pesada caja azul dentro de la cual transportaba la comida en comprimidos para todos, eso le confería una tremenda importancia de cara al grupo.

En el cielo las nubes se amontonaban sobre ellos rugiendo con fuerza y soltando todo el agua que podían. Eran muy oscuras, grises, cada vez tornándose más a negras. Empezaron a imaginarse que la noche podría estar viniendo y filtrándose lo más levemente posible entre las nubes, oscureció más todavía el paisaje. Encendieron las luces que tenían en la parte superior de los cascos. Siguieron por aquél barrizal durante toda la noche. Las gotas de lluvia aparecían y desaparecían según entraban en las zonas de aire iluminadas por los focos.

-¿Cuánto más nos queda por andar en este barrizal, teniente?

-No creo que más de mañana, Doctor- Tenían que alzar la voz por encima del ruido del agua para poder entenderse- Nos estamos dirigiendo hacia el paso del norte, si conseguimos atravesarlo iremos por la cuerda de una montaña durante la mayor parte del camino, cerca del cielo, eso sí, pero tocando lo menos posible el agua del suelo.

-¿Cómo es el paso del norte, teniente?- Le gritó la muchacha

-¿Cómo dice?

-¿Qué cómo es el paso del norte, teniente?

-¡Ah!, en primer lugar señorita, llámeme Jack, ¿Puedo yo llamarla Sarah?- Y antes de que ella pudiera contestar él prosiguió- No sé como es el paso del norte, mi zona de vuelo era la contraria a esta. Pero según tengo entendido, va a ser el primero ogro que tengamos en nuestro viaje, según el mapa, no parece un plato fácil. Pero seguro que lo conseguimos, ¿Eh, Jim?

Se giró para mirar a Connors que andaba en último lugar y que no se había enterado de nada, aún así, como todos le miraban, asintió y volvió a su entretenida ocupación de creer que algo malo pasaría y él podría evitarlo con su fusil. Cuando llegaron a saliente de rocas que emergía del fango, apoyaron allí las mochilas y se echaron contra ellas para descansar, solo dos de ellos encontraron suficiente espacio para tumbarse. El Doctor había tirado de una anilla cuyo cordón había atado a la roca y ahora dormía flotando sobre el fango. Todos los demás seguían reacios a seguir su comportamiento. Graham y Sarah, que estaban tumbados ya intentaban coger el sueño, Reed miraba el mapa y Jim estaba subido a una roca mirando, como de costumbre, alrededor. Durmieron cerca de cinco horas, incluso Jim durmió algo hasta que Jack ordenó seguir la marcha.

Y siguieron en línea recta por aquel lodazal durante varias horas hasta que se alzó frente a ellos un cúmulo gigantesco de rocas. Los continuos mensajes con la ciudad trasmitían continuamente preguntas acerca del estado de la misión. “¡Si que dan el coñazo!” Farfullaba Connors. Comenzaron a ascender por una de las montañas. La piedra estaba resbaladiza, las botas no estaban preparadas para aquello y no paraban de caerse.

-Jack, ¡Nos vamos a matar!- Le gritaba Connors- Haz el maldito favor de dar la vuelta
Pero el teniente tenía la obligación de seguir, y seguía. Así subieron, cambiando de montaña según se lo permitía la orografía hasta que llegaron por fin al Paso del Norte: Dos montañas se cruzaban dejando una especie de tobogán de piedra que luego se abría en un ancho camino entre dos grandes paredes rocosas que parecían abrazarlo. Aquél amago de túnel natural avanzaba por entre las montañas cruzando aquel sistema montañoso de lado a lado. Todos se miraron expectantes a ver quién era el primero que se atrevía a pasar. Por supuesto salió un voluntario, Jim Connors.

Hacía dos horas que Connors se había internado en el Paso sin la mochila pero con el fusil. Para aquél entonces ya no se veía nada. Las nubes eran tan negras como el carbón y la espesura de la noche abraza los cuatro cuerpos que estaban apoyados bajo un saliente de roca al resguardo de la lluvia.

-¿Creéis que ha podido morir?- Preguntó ansioso el Doctor Graham. El sacerdote le lanzó una mirada inquisitiva en muestra de rechazo hacia un comentario semejante.

-Con esta maldita poca luz no se le ve- Jack apuntaba cada dos por tres hacia el camino entre las dos grandes montañas. Los truenos de la constante tormenta resonaban dentro de aquel semitúnel con gran estruendo debido al eco. A veces eran tan fuertes que hacía daño en los oídos. Tras uno especialmente potente el Teniente aclaró- Se trata del Mal del Paso. Lo catalogaron dos pilotos que bajaron a explorar en una ocasión. Una vez dentro de ahí los truenos suenan tan fuerte que te idiotizan y en ocasiones te hacen perder el equilibrio. Pero Connors lo sabe, y se tapará los oídos.

-¿Dos pilotos?- Inquirió Tomas- ¿Dice usted que se puede venir hasta aquí en nave y nos hemos pasado casi dos días caminando?

-No hay naves de carga, padre- Respondió Jack- Le aseguro que yo manejo la más grande de todas y solo vamos dos personas dentro, y los dos en la cabina, y ambos somos piloto. No hay espacio para pasajeros. Las salidas al exterior son muy costosas económicamente y nos suelen reportar pocos beneficios. El plano que tenemos termina solo en el Paso del Norte, bueno, algunos kilómetros detrás de él, hasta donde llega la autonomía de las naves. Después es todo suposiciones debido a planos antiguos encontrados en la Red y las exploraciones de otras ciudades. Cielo santo lo que debe de haber allí sin descubrir todavía.

Y miró hacia el camino por el que había desaparecido su amigo, no tan preocupado por el mapa como lo estaba por Connors, que no regresaba.

-Voy por él- Añadió, los demás hicieron ademán de decir algo pero no encontraron qué, hasta que el padre Tomas exclamó:

-¡Ahí viene!

Todos miraron con nerviosismo. Efectivamente, un rayo destelló en el cielo iluminando el interior y la figura de un gran hombre daba tumbos hasta ellos. Bajaron a recogerle entre los cuatro y lo arrastraron hasta donde estaban. Al cabo de un rato, y después de beber un poco Jim les gritó debido a la sordera:

-¡EL RUIDO ES PEOR DE LO PREVISTO!-Voceaba al no oírse-¡NO HAN SERVIDO DE NADA LOS TAPONES!, HACIA EL CENTRO HAY UNA ABERTURA, NO SE PUEDE SEGUIR Y HAY QUE METERSE DENTRO DE UNA DE LAS MONTAÑAS. DENTRO HAY UN MALDITO LABERINTO JACK, Y EN EL INTERIOR LOS TRUENOS SUENAN COMO MALDITAS GRANADAS EN EL OÍDO. ¡ES IMPOSIBLE JACK! ¿ME OYES? ¡ES IMPOSIBLE!

Obviamente Jack le oía, y la furia afloró en sus ojos en forma de lágrimas que no derramó de milagro. Sarah lo notó y le puso la mano en el hombro. “Seguiremos” anunció Jack

-Aunque nos pasemos un mes dentro de ese laberinto, seguiremos

-¿Pretendes que todos acabemos así de sordos Teniente?, ya lo ha oído, es imposible.

Hubo un silencio. Tras el cual el rostro de Sarah se iluminó y gritó por encima del estruendo.

-¡Las velas!

-¿Qué?- Le preguntaron los otros

-Podemos utilizar las velas

-Nos es problema de visión lo que tenemos, señorita Millers- Exclamó el padre Tomas, pero el Doctor Graham vio a donde quería llegar Sarah y la hizo un gesto interrogativo llevándose el índice a la oreja. Ella asintió

-Sarah sugiere que nos tapemos el oído con la cera de las velas, es uno de los mejores insonorizadores que hay.

Todos se quedaron pensando un momento. De repente un rayo bajó del suelo y golpeó en el saliente de la roca produciendo un estallido de piedras y que todos cayeran al suelo bajo una nube de polvo. Cuando todo hubo pasado uno a uno empezaron a levantarse. El padre Tomas estaba mareado, seguramente, por efecto del trueno en sus oídos. Sarah escuchaba un pitido dentro de su cabeza y los ojos perdían la visión tras un flash que aparecía debido al estallido de luz. Cuando se la hubo pasado avanzó hasta el grupo. Estaban todos en torno a una figura del suelo, el padre Tomas, que estaba más recuperado, hacía la señal de la cruz. Sarah, una vez que llegó vio al Doctor Graham con un brazo quemado y un charco de sangre bajo su cabeza.

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