No era ni el comienzo ni el final de una era, no era ni siquiera un periodo concreto. Pero resultó más definitivo que cualquiera cambio en el Universo, fue la primera y única guerra, fue la primera y única batalla, nadie ganó, pero se dividieron. Y después volvió a seguir como siempre, repartidos como hasta entonces, naciendo como hasta entonces, pero quedó el odio, quedó la sensación de tener a alguien esperando que se diera un paso en falso…y aunque todo siguió como de costumbre, las cosas no fueron iguales.
Sucedió todo esto en el apogeo de los dioses mayores. Repartidos por el universo cada uno, con cometidos diferentes y poderes diversos cambiaban y orientaban el rumbo de las galaxias. Estaba Forbo, el más grande, que cuidaba los agujeros de gusano, que cosechaba campos enteros de estrellas. Estaba también Hera, cuyo cometido era crear y destruir planetas. Estaba Maya, creadora de cometas, estaba Gurón, dominador de agujeros negros, el único que no se alimentaba como los otros. Estaba también Aistar, el que encendía y apagaba las estrellas mayores, el que repartía y diseñaba las órbitas de los planetas. Pero también estaba Xión, de poderes tan diversos que cambiaba constantemente de cometido importunando en más de una ocasión a los otros dioses.
Pero no estaban solo ellos. Miles de dioses menores nacían constantemente de todas las partes del Universo. Muchos de ellos casi sin poderes, muchos de ellos sin otro cometido que servir y ayudar a los dioses mayores. Pero muchos otros nacían poderosos, tal fue el caso de Las Tres Delicadas. Además un dios menor nacía de cada planeta, y su único cometido era cuidarlo y protegerlo y llamar al pertinente dios mayor si algo se torcía. Así estaba Marte, estaban Júpiter y Saturno. Estaba Ganon, Kión y Plutón. Había miles y miles repartidos por todo el Universo. Nunca se sabía cuando iba a nacer el dios menor de cada planeta, pero siempre que pasaba causaba tal admiración e interés que miles de dioses mayores y menores iban al lugar para presenciarlo. Casi ningún planeta quedaba sin su dios…casi ninguno, porque no muy lejos de la casa del dios mayor Sol, había un pequeño planeta que aún no tenía dios propio que lo protegiera…la Tierra aún no había dado a luz al suyo. Pero esto no era lo único anormal de todo eso…tenía vida, y una vida inteligente y capaz. Aquella vida producía el sustento necesario para la supervivencia de los dioses. Las personas de la Tierra soñaban, soñaban todas las noches y aquellos sueños eran recogidos por miles de dioses recolectores que los subían al Sol para distribuirlos por el Universo con el fin de alimentar.
Eneas, único habitante de la Luna…era uno de estos recolectores…