La señora gorda que había frente a mi se apartó, y entonces la vi. Ella también me miró. De pronto, el autobús paró, y ella bajó. Nunca más la volví a ver.
La tuve, pero la perdí.
Tras fumarse un último pitillo, estando sentado en un banco a la orilla del gran Nilo, Terenci se levantó al ver llegar a Caronte en su viejo bote. Se subió a él, y partió en su último viaje. Una vez pasado El Cairo, se introdujeron en una gran cueva. Terenci encendió un nuevo cigarrillo, y todo se tiñó de azul, pues la muerte es azul, como un paquete de Ducados.
Estaba tranquilamente sentado en el sofá viendo un programa en la tele. De pronto, mi hermana cambia de canal, y yo me enfado, pues me había quitado, A MI, el mando. Se lo arrebato brúscamente y, cuando lo tengo de nuevo entre mis manos, no sé que hacer con él. ¡No sé manejarlo!
De repente, me veo tendido en la cama, boca abajo y sudoroso, abrazado a mi móvil, cuya alarma estaba sonando.