Pincha en el capítulo para ir al hilo original.
Capítulo uno
Dios que sudor. Ojos como platos y una pequeña habitación. Muebles de bambú y luz tenue, un viejo televisor con la voz apagada. Un motel de carretera, un trago y mi dosis. Ahí estaba yo. En una mano, mi papelina de heroína esperando ser consumida llamandome más que nada en ese momento, en la otra, una postal de mi madre pidiéndome que volviera a casa. No cavilo mucho, solo creo que llego a dudar un segundo y acto seguido cojo el mechero y comienzo a calentar la cucharilla. Se me hacen agua las venas pensando en el ciego que me voy a pillar. Engancho la goma con los dientes, me la ato a la bola y estiro hasta que la vena sale bien a flote. Me encanta este intenso momento, justo antes del pinchazo. Pincho, y mi cuerpo se tensa mirando al techo. Apreto poco a poco la jeringuilla, intoxicándome como a mi me gusta. Cuando acabo, todo pasó. El sudor, las preocupaciones, la television, la postal, la goma, el mechero y la cucharilla. Todo queda atrás, sólo conozco a mi colocón, y para que quiero más. Ahhh diosss. Que coño me das...
Al día siguiente la vida me vuelve a despertar, lo que me incita a comprar otra papelina. Joder no tengo dinero. No tengo dinero ni para pagar el hostal. Me escapo por la ventana entreabierta aún con el ruido de una familia chapoteando en la piscina. Salgo saltando la valla del jardín, sin que nadie se percate.
Capítulo dos
Era curioso ver a la gente andando de un sitio para otro. Yo estaba parado, observando. Era una mañana normal, de otoño, y las hojas secas eran parte del escenario. Empezé a maquinar una estrategia para sacar algo de pasta, el mono empezaba a llamar a mi puerta. Cuando el mono llega el miedo se va. Sólo necesitaba pasta, un chute, caballo, mi vida, nada. Es algo tan complejo...
Una furgoneta de reparto de ropa deportiva estaba estacionada en doble fila en ese momento. La gente continuaba andando de un sitio para otro, los semáforos seguían cambiando de verde a rojo, pero a mi todo eso me daba igual. La oportunidad me llamó con cuatro intermitentes de emergencia, allí estaba mi chute. Me aproximé a la furgoneta. Estaba abierta. Conseguí sustraer dos pares de zapatillas y un chándal, y corrí como un desalmado, mientras la gente seguía andando de un sitio para otro. Corrí hasta un viejo portal del casco viejo, y me metí en él. Ni siquiera sabía si alguien me estaba siguiendo, pero yo me escondí. Bajó un vecino, un buen hombre, y me vió allí, acurrucado. Sólo me miró una vez, no se volvió para mirarme mientras salía del portal. Necesitaba una dosis. Ya.
Conseguí una a cambio de los dos pares de zapatillas. Elegí un rincón cercano para matar el mono, aunque sabía que volvería. Y lo volvería a matar. Hasta que terminase con mis dias. Ahhhh dioss... la heroína me poseyó, era todo suyo.
Y la gente seguía andando de un sitio para otro, y las hojas secas formaban parte de una escena estremecedora, y los semáforos cambiaron de rojo a verde, temporalmente. Pero a mi todo eso me daba igual.
Capítulo tres
Amaneció. Me costó por unos instantes saber donde estaba, hasta que me dí cuenta que era mi reloj despertador el que marcaba las 2 del mediodía. Estaba en mi casa de alquiler, y llevaba dos meses sin pagar al casero. De este mes no creo que pase el traslado a otra de estas cómodas residencias. Joder por un momento olvidé que era yonki, hasta que encendí la luz y ví una jeringuilla usada pinchada en medio limón.
Baje a dar una vuelta y comprar algo de comer. En el parque estaban mis amigos de la infancia fumando unos petas y contando la fiesta que se iban a correr ese finde. Al final todo quedaba en preparativos, pero ahí estaba la intención y la ilusión de follarse a una de esas nenas del barrio pijo. Joder y me dí cuenta que desde que era yonki no habia echado un puto polvo... pero ¿para que quería yo echar un polvo cuando tenía a mi disposición un orgasmico chute de caballo?.
- puto yonko pareces un cadaver- me dijo Manu
- que os den por el culo.- contesté
- mira ven pacá que aún queda alguna chusta por el suelo. Igual reúnes pa un peta – Pablo, y risas colectivas hacia mi persona.
Yo pasé. Te conviertes en escoria cuando empiezas a pincharte. Les hubiera dado una paliza por engreídos. Me acuerdo cuando subía a casa con Manu y le invitaba a bocatas de Nocilla, y cuando jugabamos a la nintendo en casa de Pablo, siempre me invitaba a mí porque sólo a nosotros nos gustaba el super mario. El resto se dedicaba al street fighter. Me imagino que ellos ya habrán borrado esos recuerdos, sólo por no pensar que un yonki pisó su casa.
Capítulo cuatro
Por un momento me ví sumergido en el agua esquivando roces de inteligentes delfines. El delfín fue un animal que simpre me gustó. Quizás por ese rostro que tiene de noble y bonachón. Acabe comprandome la revista y poniendo el poster en el cabecero de mi cama. Aún tenía algún que otro detalle conmigo mismo.
Salí a la calle en busca de droga, empezaba a padecer los primeros síntomas del síndrome de abstinencia. Joder maldito el día que conocí la heroína. Solía padecer un mono bastante fuerte, no se porqué, pero dependía en cuerpo y alma de una puta sustancia.
A lo más puro estilo gitanillo de barrio, me armé de valor para atracar una tiendecilla en las afueras. El dependiente era un viejete que no creo que diera problemas. Armado con una navajilla de las de pelar manzanas, me adentré en el local y una vez seguro que estabamos el y yo solos me puse histérico y empezé a chillarle amenazandole con esa ridícula navajilla. Pero él a pesar de la escena un tanto cómica, estaba acojonado. Me veía tan nervioso que pensaba que era capaz de cualquier cosa.
Conseguí 120 euros en ese robo a mano semiarmada, y me fui a buscar a Juantxo a la plaza. Allí le compre a mi ama, y odiandola tanto como para sentir que necesitaba fuera parte de mí me metí el buco en mi piso de alquiler, tranquilamente, en compañía de Ana ... y mis delfines.