¿Quién cuidará de Luna?
Son las seis, es hora de levantarse para ir a trabajar.
Me desperezo y busco en el suelo las zapatillas, me cuesta mucho encontrarlas.
Será mejor darme una ducha fría para ver si despierto a este cuerpo tembloroso.
Me miró en el espejo y ya no me reconozco, no me gusta lo que veo, debería quitar todos los espejos de casa para no encontrarme más con esa desconocida.
Ya a pasado otro día más, ahora toca enfrentarse a lo de siempre: unos jefes tiranos, unos clientes desagradecidos y una soledad latente.
Tengo treinta años, que parecen cincuenta. Vivo sola con mi perra Luna en una casa pequeña, pero acogedora.
Estoy sola y lo sé, me da miedo que me toquen, que me hablen. Cada día, cuando monto en el metro, intento que nadie me toque, tengo tanto miedo. Si un hombre está a mi lado y su brazo roza sin querer mi cuerpo, empiezo a temblar, la vista se me nubla y quiero salir corriendo.
No tengo amigos, sólo conocidos que me ven como un bicho raro, una especie de loca que no habla, que no sonríe, que no vive.
Mí familia no quiere saber nada de mí, y no les culpo, después de lo que les hice yo tampoco querría saber nada de mí.
Cuando me pregunto en que me he convertido y por qué soy así, a la cabeza me viene Juan; sé que todo empezó cuando le conocí, pero no le culpo, no le guardo rencor, en el fondo sigo amándole.
Yo tenía diecisiete años y acababa de empezar mis estudios de periodismo, desde pequeña quise ser corresponsal de guerra, ver lo que otros sufrían, relatar la miseria.
Estaba muy contenta, conocería gente nueva, iniciaría un nuevo viaje por el conocimiento, una vida nueva.
Siempre fui una niña muy mona y me gustaba explotar eso, ir con tops y pantalones ceñidos, que todos se fijarán en mí.
El primer día de clase fue alucinante, conocí a mucha gente interesante coma Sandra y Pablo. También le conocí a él.
Eran las 13:00 y quería irme a casa, pero decidí quedarme a conocer al profesor. Era una asignatura de libre elección de filosofía y me parecía que podía ser interesante.
Estaba sentada en la mesa hablando con los compañeros, cuando alguien me toco la espalda y dijo –bonita espalda, pero estarás mejor en la silla -. Cuando me di la vuelta y le vi hubo algo que me atrajo, no es que fuera atractivo, pero había algo en él.
Tenía unos cuarenta años, era un hombre alto y delgado, con un look muy hippy.
Desde ese día no falte nunca a su clase.
Él enseguida se aprendió mi nombre y siempre buscaba un rato para hablar conmigo. Yo notaba como me miraba los pechos, como se excitaba cuando yo le hablaba y eso me gustaba. Sentía que podía dominarle, que me pertenecía.
No llego más allá del simple coqueteo hasta que fui a su despacho para hablar sobre un examen.
Llamé a su puerta tímidamente, nunca había entrado allí y no sabía lo que me esperaba.
Cuando entré vi que tenía champan sobre la mesa y unos cuantos aperitivos, enseguida se levantó para cerrar la puerta.
Tenía un poco de miedo, estaba confundida, no sabía como reaccionar.
Juan me tomó la mano y me dijo que me sentara. Me sentía muy bien con él. Entonces se puso detrás de mí y empezó a acariciarme la espalda, yo no sabía que hacer.
Era virgen y supe desde el primer momento que él querría llegar más allá.
Siguió acariciándome y me besaba el cuello mientras me tocaba el pecho.
Estaba muy excitada, mi cuerpo se había convertido en un mundo de sensaciones, mis pezones erectos le llamaban, mientras mi sexo se humedecía.
Me dio la vuelta y me tiró contra la mesa, me quito la ropa mientras devoraba mi cuerpo. Yo estaba inmóvil, dejándole que me poseyera.
Cogió mi mano y la puso en su pene erecto, eso me excito aún más. Sentía que iba a estallar, quería que me penetrara, que me hiciera suya.
Cuando al fin lo hizo mi cuerpo estallo para convertirse luego en calma, en paz.
Desde ese día nuestros encuentros fueron continuos, cada vez más intensos.
Era muy feliz, le amaba y él me amaba.
Empecé a descuidar mis estudios, no iba a clase, sólo a la suya.
Pero pronto llegaron las complicaciones. Mi madre empezó a notar algo raro en mí. Era una mujer muy estricta y no iba a dejar que descuidará mis estudios y mucho menos que estuviera con Juan. Lo descubrió todo, le denuncio y a mí me encerró y no me dejo volver a pisar esa facultad.
Mi mundo se convirtió en oscuridad, no comía, ni dormía, sólo quería estar a su lado.
Quería cumplir dieciocho años, irme de casa, dejarlo todo por él, por mi caballero, mi compañero.
Mi padre no sabía nada, se lo habíamos ocultado porque era una persona muy nerviosa, en algunos casos violenta.
Pero no aguante más, me enfrenté a mi madre, le dije que si no me dejaba verle me mataría, me escaparía lejos y nunca volvería.
Con todo lo que montamos mi padre se entero y corriendo hacía mí me tiro contra el suelo y empezó a insultarme. Fue horrible, mi madre llorando, mi padre furioso, nunca le había visto así, y yo, yo pensando en él, no me importaban esos dos seres extraños.
Al fin cumplí dieciocho años y lleve a cabo mis planes. Por la noche, mientras mis padres dormían, hice las maletas y cogí dinero de la mesilla. Tenía que encontrarle, no sabía dónde estaba, ni que había pasado con él.
Iría a su casa, llamaría a la puerta, él la abriría y nos abrazaríamos. Me cogería entre sus brazos y me llevaría a la cama, me haría el amor. Todo volvería a ser como antes.
Pero no fue así. Fui a su casa y efectivamente seguía viviendo allí. Cuando abrió la puerta su rostro no era el que yo me esperaba, estaba furioso. Me golpeó una y otra vea mientras me decía que le había arruinado la vida. Al final acabamos haciendo el amor.
Volví a la facultad, Juan me ayudo a pagar la carrera. Todo era maravilloso, nos amábamos, él me mimaba, me cuidaba, era su pequeña muñequita, volvía a ser feliz, me había devuelto la vida.
Pasaron los mese y todo empezó a torcerse.
Me enteré de que mi padre había muerto; no pudo superar que me fuera.
Decidí ir a ver a mi madre, pero no me dejo entrar, dijo que era una mala hija, que no quería volver a verme.
Con Juan no iba todo tan bien como yo esperaba, no me dejaba hablar con nadie, no quería que saliese sin él.
Un día tuve que quedarme hasta tarde con un compañero para hacer un trabajo y cuando volví a casa encontré a un Juan que no veía desde hacía mucho.
Entre en casa, Juan me esperaba en le sillón. Me acerque a él para besarle pero me empujo, caí al suelo y empezó a darme patadas en el estomago y la cabeza, sentía que me estallaba la cabeza, mi cuerpo ya no me respondía. Cuando conseguí levantarme le pedí por favor que me dejase, pero no me oía, estaba cegado por el odio. Siguió golpeándome una y otra vez.
Estuve una semana ingresada en el hospital, Juan no vino a verme.
Cuando me dieron el alta me esperaba con un ramo de margaritas, mis preferidas.
Estaba muy arrepentido, ¡me amaba de verdad!. Pobrecito, le había hecho mucho daño.
Seguí con él, todo volvió a ser como antes. ¡Que feliz era! Tenía que estar agradecida de tener a una persona como él a mi lado.
La tranquilidad duro poco, volvieron las palizas, los insultos.
Estaba atrapada, no sabía que hacer. Yo le amaba, pero le estaba convirtiendo en un monstruo. Tenía que dejarle. Yo no había hecho más que perjudicarle, así que decidí irme lejos.
No he vuelto a saber nada de él.
Cuando pienso en todo lo que paso me doy cuenta que lo único que he hecho ha sido hacer daño a la gente que amaba: a mi padre, a mi madre, a Juan.
No quiero que nadie me toque, sigo siendo suya, siempre seré suya. Él es el único que puede tocarme, es mi amor.
Me gusta recordarle, recordar nuestras charlas, como hacíamos el amor.
Amigo anónimo tengo que despedirme, es hora de ir a trabajar.
Hoy el metro está más lleno que nunca, debo respirar hondo y no pensar en nada.
Noto algo en mi espalda, siento frío, tengo miedo. Vuelvo la cabeza- ¡JUAN!, Cuanto tiempo sin verte.
¿Quién cuidará de Luna?
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