Halos de Luz (3)

III

Tinglaos jugaba con los trocitos de pan que previamente había arrancado de su panecillo, mientras Carlos se encendía otro”palillo de cancer”. Conforme la primera calada de humo se filtraba por sus alveolos, tuvo otra vez curiosidad por saber qué había sido de Massó y de Vis. Algo había pasado, algún cabreo gilipollas por alguna idiotez, seguro. Vis era muy dado a ese tipo de mosqueos, enseguida pillaba la mosca y se encerraba en una celda de rencor y odio con barrotes de hielo, que no tardaba en derretirse debido al calor de una noche de birras con los colegas.

Pero aquello no podía ser ese tipo de cabreos. Era algo más, puesto que ya no percibía ningún pensamiento compartido.

Había veces que los seis, de repente, pensaban a la vez en algo o alguien, era como una especie de sexto sentido compartido, era algo que los unía cuando no estaban juntos. De repente, uno recibía un fusilamiento de imágenes directo a su cabeza, y los demás percibían lo mismo. Podía ser perfectamente la foto de alguna piba de la revista Penthouse que la noche con mas estrellas de sus vidas. Podía ser la imagen de alguno de ellos comprando entradas para el cine como podía ser alguno de ellos llorando. Era algo que de vez en cuando les ocurría. Y hacía ya dos años y unos meses que no les pasaba.

-Tío, no se como soportas esa mierda – Tinglaos se refería al tabaco. Es curioso que diga eso, cuando el tío se pasa fumando porros todo el día.
-Tinglaos... ¿sabes algo de estos? – Carlos, evidentemente, estaba preocupado.
- Dani debe estar en su casa sobando, y Sonko estará en las mismas, quizá se está preparando para esta noche. – Tinglaos seguía pellizcando el panecillo. – Coño, ¡si que tarda la cena!

Estabamos en un restaurante-jardín de esos en los que se condensa una atmósfera de huevos fritos, chorizos parrilleros, chuletas y tabaco retestinado de todos aquellos que hubieran decidido pasar una bonita velada al aire libre.

Aquello apestaba demasiado como para ser un restaurante, mas bien parecía un matadero en pleno incendio.

- Capullo, me refiero a Massó y a Vis. – Carlos dio unos golpecitos al cigarro, que ayudó a la ceniza a precipitarse contra en cenicero de cartón improvisado que había en la mesa plegable del supuesto restaurante... En el fondo de este todavía se podía leer... ¿Mc Donals?. – Hace tiempo que no se nada de estos... y me preocupa.

- ¿Pues que quieres? – Tinglaos dirigió la mirada por primera vez a Carlos en toda la noche. – Uno casado, el otro con novia que no le deja ni aún fuese el fin del mundo... – Eso le hizo gracia a Carlos. Unas semanas mas tarde le parecería chocante esta frase, y le llevaría a preguntarse si de verdad ya no veían mas pensamientos compartidos. – Tío, este restaurante es una auténtica mierda. Vamos a algún otro lugar, o simplemente a beber por ahí.

Así lo hicieron, al cruzar la puerta del restaurante, Carlos pudo ver al camarero acercar los dos platos de huevos fritos con chorizo a la mesa, éste vio que ya no había nadie, asi que se acercó de nuevo a la barra, para posteriormente lanzarle los huevos fritos a un perro que había atado en una esquina el jardín.

“Comida de perros”. Pensó Carlos. Tinglaos se rió.

Pasaron las horas entre sus amigos etílicos, Jack Daniels, Bourbon y Beefeater. Entre risas sin control y melancolía a intervalos. El tiempo pasaba en progresión geométrica, y Carlos cada vez veía peor las chispas de su cigarro al caer al cenicero, y Tinglaos estaba en la fase “Exaltación de la amistad”, momento en el cual, Tinglaos se dedica a decir sus “sentimientos verdaderos” acerca de la gente. Qué curiosidad, en ese momento Tinglaos ama a todo el mundo.

Por un momento, Carlos tuvo un Deja-vu. Apareció una chica con el pelo rizado por la puerta. EL bar estaba vacío, a excepción del barman y de dos amigos suyos que, igual de borrachos que Carlos y Tinglaos, se contaban las penas a ritmo de chill-out y whisky.
La chica cruzó la habitación, con la expresión mas triste que una mujer es capaz de mostrar con sus ojos. Ese brillo cegador que es capaz de partirle el alma a cualquier ser viviente. Tenía la cara teñida de maquillaje corrido por las lágrimas, y llevaba una camiseta un tanto harapienta. Pero a Carlos le gustó.

- Eh, nene – dijo, entre perdigones de saliva etílica – ¿has visto a esa tía?
- De las que te gustan, cabrón. – dijo el Tinglaos, justo antes de darle otro trago a su cerveza. – A por ella, ¿o qué?

Pero Carlos ya había ido al ataque.

Se acercó a la barra, a unos dos metros de la chica. Tinglaos pegó un grito de rabia, se le había caído el cubata. Carlos le miró y se empezó a reír discretamente. Pero había que tener seriedad, si no, esa noche no mojaba.

- Hey... – se dirigió al barman - ...ponle un cubata a esa rubita que acaba de pasar... te lo pago yo.

- Tio, llevas un ciego del copón. – Se alejó el barman de donde Carlos estaba, mientras miraba atónito el lugar donde debía estar la chica. Era imposible ser tan rápido. ¿Había olido el hedor a buitre carroñero? No, imposible. Carlos se olió su axila, fue entonces cuando le entró la duda.

- Pero... ¡coño! – Carlos no salía de su asombro - ¿Dónde está?

- Tío, aquí la única tía que hay es la del poster que hay detrás de ti. Y después de ella, lo mas parecido a una tía serias tú con minifalda y un top. – Sus amigos y el barman comenzaron a reirse, mientras servía otra ronda de chupitos a sus amigos.

Carlos se dio la vuelta, y vió la expresión de la cara de Tinglaos, completo vacío y carne de gallina. La música estaba alta, pero entre ellos dos se formó un silencio como de cristales rompiéndose en una casa abandonada.

Pasaron quince minutos y Carlos ya había llegado a su casa, no sin antes haber acompañado (en perpetuo silencio) a su compañero de borrachera. Al llegar a casa, lo de siempre. La cama sin hacer, los platos sucios en el fregadero y una nota del casero avisándole de que debe pagarle el alquiler.
Su móvil señalaba 17 llamadas perdidas, lo cual le pareció extraño, nadie conocía su movil mas que Dani, Sonko y Tinglaos... La incógnita se despejó cuando vió que 7 llamadas eran de Dani y otras 10 de Sonko... Y un mensaje de Sonko.

“Nene, llamame mañana, no se si estoy alucinando pero creo que he tenido un pensamiento compartido. Llamamé.”

Carlos se tumbó y batallando con el alcohol, que se empeñaba en hacer girar todo, esperó a que viniera el sueño.
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