Hacía mucho tiempo que no le miraba fijamente a los ojos.
- ¿Por qué eres tan misteriosa? - le susurré aquella noche.
Ella no contestaba, sólo se limitaba a mirarme fijamente y a hacerme sentir su respiración mientras yo acariciaba su piel.
Era una de aquellas noches de película; estrellas, luna llena y el silencio de la cuidad dormida. Era una noche perfecta, y ella lo sabía, aunque también sabía que pronto debería desaparecer apresurada. Hoy mi esposa también se quedaría trabajando en el estudio hasta muy tarde, pero ese momento en el que me sorprendería escuchar la puerta de casa y el sonido de las llaves sobre la mesa, cada vez se acercaba más.
Y yo seguía tumbado en nuestra cama mirando los maravillosos ojos de la que era víctima de mis caricias.
Dos copas limpias brillaban sobre la cómoda mientras se derretían los hielos que abrazaban la botella de champan, dispuesta a ser abierta.
Y nosotros seguíamos allí, burlando el tiempo, observando cómo pasaban lentamente los segundos y sin querernos dar cuenta de que nuestras vidas seguían corriendo.
Ella iba cerrando los ojos, despacio, y yo acariciaba su pelo, suave y brillante. La paz y la tranquilidad nos invadía a los dos cuando comenzamos a escuchar el rumor de unos tacones que salían del ascensor. Por fin el sonido de la puerta de entrada, lo que hizo que nos pusiéramos alerta. Las llaves cayeron sobre la mesa.
- ¡Cariño, ya estoy en casa! - informaba una voz conocida que avanzaba por el pasillo.
Aquella que descansaba entre mis brazos se incorporó mientras observaba la puerta de mi habitación. La manilla giró y ella saltó con agilidad de la cama; la puerta se abrió. Ella consiguió arrastrarse velozmente debajo del somier en el instante en que mi mujer entraba en nuestro cuarto.
- Hola, amor mío. - me dijo sonriendo.
Se acercó hasta donde yo estaba tumbado e inclinándose me dio un beso.
Un bufido vino de debajo de la cama, mi esposa me miró con ojos burlones.
- ¿Por qué no me querrá tanto como a ti esa maldita gata? y seguro que ni siquiera le das de comer, ni...
Puse mi dedo índice sobre sus labios mientras la empujaba hacia mí con mi otra mano.
Ella sonrió y yo la besé; era el momento del día más esperado por ambos y no iba a dejar que una simple gata nos lo estropeara.