Un calendario de madera descansa casi inerte encima del escritorio, colgado, levitando en este vacío existencial de vivencias. 1991 rezan unos números torpes escritos por pequeñas manos con un rotulador entre ellas. 1992 se distingue entre las líneas de la madera. Tenía yo entonces... 4 o 5 años. A penas recuerdo nada de aquella época, quizá imágenes difusas, como con un filtro encima, para impedir verlas con claridad. Recuerdo mis dibujos, colgados orgullosos con celo de las paredes de mi cuarto, casi como ahora, con la leve diferencia de que entonces eran los Pitufos, con los colores sobresaliendo de sus contornos, ya ahora han sido sustituidos por personajes manga.
Así, con las estaciones pintadas en madera, con los garabatos prehistóricos de 1991, con esa tarjeta del día de la madre del cole, con aquel difraz para carnavales, con la sombra del porche del patio del cole, con aquellas porterías, con los domingos en bicicleta por el parque, ... Ves cómo se pasa la vida, y ves cómo aquellos días se convierten en recuerdos difusos, que acaban siendo imágenes fijas, como capturas de una pantalla. Y entonces, dejamos de recordar aquellos sentimientos.
Aquel miedo de pasar por delante de esa casa ruinosa, de la cual contaban miles de leyendas, aquella sensación de velocidad el día que dejabas de usar ruedines en la bici, la emoción de la noche de reyes...
A uno a veces le parece casi poder tocar con los dedos aquellos días, cuando vuelves al parque de siempre, o recorres de nuevo los pasillos del cole, aquellos que te parecían tan largos y ahora tan sólo son un pequeño recorrido de recuerdos polvorientos.
A veces veo por mi barrio a mis antíguos compañeros de clase. Algunos me recuerdan, otros no. Algunos veo que son una cabeza más altos que yo, cuando antes era yo la que les sacaba una cabeza... Y otros veo en sus ojos una sombra tan profunda que emana tristeza, porque ya no son ellos. Y aquellas charlas sobre drogas del cole no les sirvió de mucho. A veces duele ver que ese niño de mirada dulce ya no significa nada para tí.
Y sé que estos días en el instituto, cuando ya sea demasiado mayor como para volver, los recordaré como ahora recuerdo aquel patio de tierra de preescolar. Y quizá, como una imagen congelada, consiga recordar haber escrito estas líneas en un pasado plasmado en un calendario, como en 1991.