Relato corto: "El sueño de la razón produce monstruos"

"Su fresca y suave mano acarició mi rostro por un instante. Sentí la respiración húmeda de sus labios rozar mi cuello, un susurro de silbidos incomprensibles que recorrían mi piel en escalofríos. Abrí los ojos en el silencio del negro, y no ví nada, como era de esperar. Algunas luces se filtraban por las rendijas de la persiana como bandadas de libélulas. Eso era todo. Lo demás era oscuro, apenas de podían diferenciar las siluetas del escritorio y los muebles. Las sábanas de la cama se agrupaban a mis pies creando sinuosas formas desesperadas. Temblorosa miré a mi alrededor y ví que todo estaba vacío. Recogí airosamente las sábanas y me tapé hasta las mejillas, temblando. Cerré los ojos con fuerza, intentado tranquilizarme, sin embargo, en aquel justo instante, los susurros regresaron. Primero era una respiración lenta, como un depredador olisqueando sigilosamente a su presa, para después ir aumentando con el tiempo. Cada vez era más intenso, hasta que los susurros se convirtieron en voces incomprensibles, en alguna lengua extraña. Asustada, al borde de la locura, me agrupé bajo las sábanas, apretando con fuerza los puños y los ojos bajo aquella frágil coraza. Las voces incesantes seguían martilleando mi pobre cabeza. Llenos de rabia, mis brazos se crisparon y de un manotazo, arrojaron al suelo el embozo. Miré asustada mis manos, como si yo no hubiese controlado aquel movimiento, olvidando por instante las tortuosas voces. Me encontraba desnuda sobre mi cama deshecha, mirando atónita mis manos temblorosas y con miles de monstruos y fantasmas revoloteando por mi cabeza. Mis venas estaban a punto de explotar, mi cabeza a punto de reventar. Corrí sin rumbo por toda la habitación gritándote, pero no viniste. Ví que de nada servía; las voces no dejaban de apuñalarme. En un rincón oscuro me he acurrucado sollozando, esperando a que se vayan como una tormenta. ¡Son los monstruos, son sus garras que vienen en bandadas a llevarme con ellos para siempre! No dejaré que me lleven... Necesito salir de aquí... Tengo que salir de aquí..."

-Eso es todo el manuscrito que hemos podido encontrar, señora. Lo sentimos mucho-. Aquel policía parecía no inmutarse ante la mirada desolada de la madre de Carmen. Le tendió una arrugada y sucia nota escrita con temblorosa letra. -Gracias- fue lo único que tuvo fuerzas para decir la destrozada mujer.

Las luces naranjas se reflejaban por las paredes de la habitación en oleadas. En el centro del suelo, como una alfombra mal colocada, se arrugaban unas sábanas con salpicaduras de sangre. La cama se había separado considerablemente de la pared y el somier estaba notablemente dañado, como con arañazos. Una de las esquinas del colchón pendía muerto del lateral de la cama. La persiana había sido levantada hasta su límite, y el cristal se mecía con el viento nocturno.

Con la mirada perdida, la madre de Carmen se topó con algo que llamó su atención. En el suelo, en un rincón, notó la presencia de algo extraño. Se agachó para examinarlo más de cerca y hayó una pluma negra, como de cuervo. El borde estaba impregnado con sangre. Recorriendo la habitación hayaron más plumas sangrientas.

En la calle, una ambulancia se llevaba un cuerpo inerte metido en una bolsa negra.