ARRASTRADO A LA LOCURA
j.a.g.h
He de reconocer que siempre me han gustado las historias de terror, las desventuras de abominables personajes discriminados por la sociedad, las actitudes de maníacos asesinos sorpresivos y demás fauna monstruosa. Sin embargo, nunca pensé que mi afición traspasara los limites de la realidad, o quien sabe si únicamente traspaso la coherencia de mi cerebro.
Todo comenzó hace quince años, en mi juventud y coincidiendo cronológicamente con el estallido de la Guerra de los Tres frentes, allá por el año 1889. La guerra dividió nuestra pequeña ciudad de Saint-Benent en varios bandos, y los que antes considerábamos nuestros vecinos e incluso amigos pronto se convirtieron en despreciables enemigos por culpa en gran medida de una propaganda de guerra bien estudiada.
El caso es que la guerra paralizo mis estudios psiquicomentales precisamente en el momento en el cual estaba a punto de descubrir los mas sórdidos secretos de la mente en circunstancias extremas. He de admitir que mis practicas no resultaban todo lo éticas que se debía esperar para un cientifico-becario de aquella puritana universidad, por lo que numerosos de mis experimentos estaban vetados por la mayoría de profesores del centro, teniendo yo que soportar ese peso debido a mi falta de dinero y a que aquella era la única universidad en 500 kilómetros. El mayor detractor de mi obra probablemente era el Doctor Lecter, un conservador doctor aclamado por las gentes de las islas. Su mayor logro fue encerrar en el frenopatico al anterior alcalde, un tal Harper y conseguir que sus ideas y pensamientos fueran cambiados radicalmente en la ciudad por los ultraconservadores y desfasados del Dr. Lecter.
Afirmaba este, después de estudiar mis análisis y experimentos, que mis teorías sobre la locura transitoria tras enormes estados de shock pretendían únicamente adentrarse en campos en los que el hombre jugaba a ser Dios con los pacientes. Mis experimentos, básicamente habían estado centrados en diversas clases de roedores, teniendo terminantemente prohibido la aplicación sobre seres humanos por lo menos hasta que ejerciera, siendo esta una medida descaradamente impuesta por el Dr. Lecter y apoyada tímidamente por el demás consejo de profesores.
Días antes de que estallase la guerra, un extraño suceso cambio el rumbo de mis investigaciones, y como mas tarde descubrí también cambió el transcurso de mi futura vida. Este incidente ocurrió un viernes, justo después de mi visita semanal al campo santo donde reposan mis padres, desatándose en mi mente aun los horrores que presencie en mi pequeño laboratorio de la universidad.
Aquella fatídica noche tuve la suerte de que cayera en mis manos un pequeño mono, que como averigüe después había huido de un circo ambulante de un pueblo vecino. Aquel mono, he de decir vulgarmente que me vino como caído del cielo, ya que mis experimentos con las malditas ratas no daban el fruto deseado y necesitaba algo más complejo. No tarde pues, en dar caza al mono, tarea sumamente difícil y que me llevo toda la tarde. Al ser viernes, decidí aquella misma noche usarlo en mis proyectos, sin esperar al lunes, introduciéndolo secretamente en el recinto universitario. Las torturas a las que sometí a aquella pobre criatura son indescriptibles y el estado en el que quedó el animal fue de completo shock. El primate fue sometido a descargas eléctricas, experimentos claustrofóbicos y demás penurias, tras las cuales conseguí mi primer objetivo: asustar y dejar al simio en un estado similar al vegetal. El mono se comportaba de manera impulsiva, con movimientos descoordinados y una triste y desgarradora mirada que trataba de ocultar con sus brazos y piernas en una mas que defensiva posición fetal.
Allí comenzaba la segunda fase de mi experimento; por un momento deje al pequeño mono y me metí de lleno en la rápida preparación de una solución salitrosa que inyectada en el animal debía recorrer todas sus fuentes nerviosas y provocar una descarga cerebral en el cerebro que lo devolviera a su estado normal.
Aquella ocasión fue más fácil capturarlo, ya que se había quedado dormido, atrozmente dormido, buscando con los brazos una posición que le alejara de un mal inminente que le acechaba. Lo sitúe en la mesa de exploraciones atándolo de brazos y piernas y me propuse inyectarle aquella pequeña jeringuilla con él liquido rojizo que rápidamente entro en su cuerpo vía venosa. Los momentos siguientes fueron terroríficos, las dudas merodearon mis pensamientos, así como la amenaza de la policía, conducida por el Dr. Lecter, y con ellos la insinuación del fin de mi carrera y de una temporada entre rejas.
No pude con toda aquella presión y precipitadamente desate el cuerpo del mono inmóvil, que para aquellos momentos ya tenia lo ojos abiertos, tan grandes como platos y continuamente fijados en mi, sin pestañear, sin moverse de mi, unos ojos que me perseguían y que lo harían por siempre en mis peores pesadillas.
Sin mas descanso me propuse deshacerme del, utilizando para ello el quemador de basura de la universidad, teniendo siempre la sensación de ser observado a través de la gruesa piel del saco tras la cual el animal era llevado a su fin. Eso es todo lo que recuerdo de aquella horrenda noche, ya que después de la incineración me sometí a un tratamiento a base de whisky.
Los hechos que ocurrieron en los días posteriores y mi derrotada moral hicieron que dejara a un lado mis estudios, a sabiendas de que aquellos experimentos no tenían otra meta que no fuera la cárcel o el psiquiátrico. Asi que, cuando un inexplicable incendio supuestamente fortuito calcino mi pequeño departamento universitario, ni me moleste en recoger las escasas pertenencias que debían haberse salvado de la quema, ya que como yo, el resto del pueblo estabamos enfrascados de lleno en un nuevo problema: la guerra que creíamos que nunca llegaría a nuestra aislada parte de la isla llego finalmente a Saint-Benent, desatándose una hipócrita caza de brujas en la que participaron distintos bandos. Al no tener fuente de ingresos alguna, mi futuro pasaba de un modo u otro por la guerra, por lo que decidí alistarme en el ejercito nacional, tradicionalmente dirigido por aristócratas a los que me unían antiguos lazos de sangre.
Tras varias semanas en el ejercito y tras horrorosas humillaciones a las que éramos sometidos durante la instrucción fui enviado al frente, a la zona de Lagos, un flanco que estaba siendo terriblemente acosado por el bando de los nativos, ayudados estos por una potencia colonial europea.
Unicamente pase dos semanas en primera línea de fuego, pero he de asegurar que aquella fue la experiencia mas horrorosa de mi vida, teniendo que convivir en minúsculos agujeros con compañeros de guerra caídos en combate y de cuyos cuerpos no nos podíamos deshacer debido al grandioso ataque que habían organizado magistralmente el enemigo. Allí, en las sucias tierras regadas con la sangre de mis vecinos, vi a la muerte jugar con nosotros, con cada bala perdida que silbaba por encima de nuestros cascos, con cada mortero que aniquilaba la vida de compañeros allí donde caía. Por suerte, o quizá desgracia, la dama de negro que paseaba de noche recogiendo las almas de los caídos durante el día no se fijo en mi. Y así fue como tras varios días a merced del enemigo, la tan esperada artillería pesada llego, y se igualaron las fuerzas. Una de aquellas noches, dos de mis compañeros y yo fuimos enviados de avanzadilla para tratar de asegurar la zona a la mañana siguiente.
Las escenas que allí vi podían ser propias del mismo infierno, con multitud de cuerpos mutilados con terribles expresiones de horror, comparables únicamente a aquel gesto de horror con el que trataba de defenderse tiempo atrás un simpático mono rojo. Decenas de cadáveres se amontonaban en nuestro camino, por lo que debíamos arrastrarnos a su vera sintiendo en cada paso hacía adelante sus miradas inertes en mi nuca.
El horror se apoderó de mi, sintiendo que no iba a poder completar la misión con mis compañeros, por lo que decidimos cambiar los planes siendo de esta manera yo el que se quedaría vigilando la retaguardia en un amplio cráter que me serviría de escudo.
Y allí estaba yo sentado, sintiendo cientos de pares de ojos en mi cuerpo y oyendo alejarse a las únicas personas con vida, mis compañeros. La oscuridad, un silencio sepulcral y un fétido olor a carne quemada estaban logrando que mis nervios se descontrolaran. Procuraba estar en silencio, a la espera de una señal, pero me era imposible quedarme quieto, ya que tenia la sensación de estar siendo observado pero ...¿por quien?. Estaba allí el enemigo preparado para un ataque sorpresa escondido entre los cadáveres. ¿Eran mis alucinaciones?. Trate de ponerme en pie para tener una visión mas amplia, pero los pies no me respondieron y al mirar hacía atrás contemple completamente abrumado como una legión de sombras se acercaban a mi, sedientas de sangre, clamando venganza. Aquello y un fogonazo terriblemente doloroso fue lo ultimo que recuerdo.
Días después desperté en el hospital, tras pasar estos sedado y completamente drogado. Cuando desperté creí estar muerto, en el infierno, o en uno de esos pasadizos subterráneos en el que antiquísimos Dioses olvidados por el hombre te hacen pagar por los males que has repartido. Pero no era así, y pronto un dolor descomunal me sobrevino y tuve que morderme la mano para no gritar de una manera escandalosa. Al parecer, según me comento una enfermera, había sido el blanco de una bala perdida, y aunque no era una herida grave, ya que no había dañado ningún órgano vital debería permanecer allí en reposo unas semanas para después volver al frente, un frente cada vez mas destrozado en numero y en animo.
Algo extraño estaba sucediendo, ya que al mismo tiempo que mi herida mejoraba mi estado mental iba agravándose. Primero fueron las pesadillas, unas horribles pesadillas en las que toda clase de hombres mutilados me perseguía tratando de robar mi alma. Durante muchas noches sufrí estas pesadillas y al llegar la tarde me estremecía al pensar que el sueño me vencería y volvería a ellas.
Todo esto llegó a un extremo insoportable, por el día sufría delirios y parecía poseído por el demonio, y por las noches debía ser atado a la cama para no atacar a los demás enfermos.
Finalmente se abrió una puerta a mi curación. Dado que no tenia familiares fui trasladado a una institución pagada con el dinero de los contribuyentes. Allí los cuidados eran mínimos, ya que eran tiempos de guerra y de hambruna y mi estado empeoraba por momentos. La enfermera que se encargaba del turno de noche vio en mi un resquicio de cordura y me ofreció someterme a un tratamiento novedoso y revolucionario. Algo que no me costaría dinero si no lo tenia, pero de lo que no debía hablar.
Por supuesto que acepte, ya que estaba harto de estar rodeado de malignas personas que no me toleraban entre ellas. Deje el hospital por una pequeña casa a las afueras de una extraña ciudad que no reconocía a través de la ventana. De día me hinchaban a pastillas y de noche jugaban conmigo con cierta prueba hipnótica a la que era sometido.
Mejore algo, lo suficiente como para ser sometido a una pequeña intervención, me informo la enfermera. No era así, ya que sabia que dentro de mi todavía se mantenía el mal. Aun y todo accedí y llego el día de la operación. Fui trasladado a una sala y allí me tumbaron en una camilla en la que me durmieron, sin llegar a recordar mas hasta después de la operación.
Me desperté, estaba en una gran sala pintada de blanco, completamente diferente a la del día anterior, o las horas anteriores, ya que estaba totalmente perdido. Poco a poco pude abrir los ojos, pero los músculos estaban completamente agarrotados y no pude ni moverme ni articular palabra. Miraba de un lado a otro tratando de ver a alguien que me dijera algo. Por fin y en una esquina de la habitación vi al medico. Estaba limpiando su material y cuando se percato de que estaba despierto vino hacia a mi. El verde de su uniforme contrastaba con lo blanco de la habitación, llevaba una mascarilla quirúrgica por lo que no entendí lo que me dijo, pero tras ayudarme a levantar la cabeza entendí que quería que bebiera un jarabe viscoso de un pequeño vaso. Así lo hice y pasado un momento note como mi mente se despejaba y mis músculos se contraían de nuevo poco a poco. La cabeza también se me despejo e incluso minutos después y ya sentado en la camilla articulaba palabras a las que el medico contestaba con movimientos de cabeza mientras limpiaba el material.
Cuando acabo se acerco de nuevo a mi y cuando supuso que ya estaba en condiciones se quito el gorro y la mascarilla. Un tremendo escalofrío recorrió mi espalda llegando al cerebro en forma de indescriptible horror. Allí, tras aquella sudorosa mascarilla quirúrgica se escondía el Doctor Lecter. Multitud de pensamientos recorrieron mi cabeza pero mi mente no dio respuesta alguna valida a como el villano que había censurado mis experimentos había conseguido culminarlos satisfactoriamente. No dijo nada tras quitarse la mascarilla, únicamente sonrió y me mostró una aguja que supuestamente había usado conmigo, en la que aun se notaban los restos de un liquido rojizo. Después se marcho.
El tiempo pasó y me recupere totalmente, aunque para las gentes de Saint-Benent, mi ciudad, la misma que no reconocía tras la ventana del hospital nunca sane por completo ya que a partir de aquel momento dirigí una cruzada contra el Dr. Lecter para intentar demostrar que había robado mis estudios. Todos mis intentos fueron inútiles y fueron tomados por pura envidia hacia la fortuna y suerte del dr del diablo.
Nunca creerán a un deshecho de guerra, y menos aun si este se enfrenta con una eminencia como el Dr. Lecter... al cual lamentablemente le debo mi cordura.
j.a.g.h