Alguien pica sobre mi lápida,
excava en la profundidad de mi tumba,
una pala toca la puerta de pino,
la arena se derrumba.
Alguien me saca de mi lecho,
me arrastra hacia arriba,
pero yo empeñado estoy
en dar la espalda a la vida.
Una cantinela suena y,
en la profundidad de mi tumba
resuena y llega a mis oídos;
me vuelve a arrastrar hacia afuera,
ahora no me opongo,
poco a poco, recupero mis sentidos.
Mas...¿para qué?
Si tarde o temprano volveré
a refugiarme en mi lecho mortecino
cuando me abandones en el atardecer.
Y en el crepúsculo de la tarde
me seducirás hasta la tumba,
hasta la muerte, hasta que inerte de vida
mi alma, mi carne, mi vida de nuevo sucumba.
Pero ahora más que nunca, voy preparado,
pues sé lo que la vida me guarda en cada esquina,
viví, morí, y ahora he resucitado;
y la inteligencia de mi antiguo ser
en mi mente he conservado,
para prepararme contra la furia de los vientos
y no sentirme nunca más destrozado.
Así que sedúceme si quieres,
dame el fuego de tus pechos, de tus manos,
pero cuando ese fuego cese,
sepas que no sufriré en vano,
pues aquí, a este zombi que vuelve a la vida
contra el flirteo le han vacunado.