Siempre...
“Se acerca el final y me dejas sin palabras. No te muestras receptiva. Siempre lo fuiste, siempre recibiste mi cariño con una sonrisa, ahora sólo lo dejas llegar con indiferencia. No me esquivas, te dejas querer, pero no parece llenarte. Yo espero, te miro a los ojos, me devuelves la mirada. No es una mirada cómplice, no recibo un “te quiero” de tus ojos, sólo recibo una cierta sensación de calidez. Tus ojos siguen calidos, no han perdido fuerza, aún tienes ganas de vivir y ser feliz. Lo celebro y te abrazo. Tus brazos están fríos… Me rodean pero no me estrechan, no siento el calor que siempre han desprendido nuestros abrazos… Sin embargo sudo… Un doloroso sudor frío recorre mi cuerpo. Siento que te estoy perdiendo. Te alejas sin remedio, pero te alejas con una sonrisa. Esa sonrisa me da vida y me la quita. Me da vida ver que sigues contenta, que sigues siendo la feliz niña de la que me enamoré … Pero me mata pensar que podrás ser feliz lejos de mi, algo que me prometiste que nunca podría ocurrir. ¿Qué ha sido de todas esas promesas? ¿Todos esos planes? Toda la ilusión que nos unía y que prometía no dejar que nos separásemos nunca… A veces leo tus cartas, miro las fotos que tenemos juntos... No has cambiado. Sigues igual de guapa que siempre. Diferente ropa, diferentes gestos, diferentes miradas, diferente compañía… Pero siempre tú, la única que ha llenado mi vida durante cerca de seis años. Siempre sonriente. Esa sonrisa que siempre me ha dado la vida. En los malos momentos siempre has estado a mi lado, siempre me has animado, una caricia, un beso, no necesito nada más. Un “te quiero” y el sol vuelve a salir. Pero parece que el sol se resiste esta vez. Ningún “te quiero” tira de él… Se ve eclipsado por tu indiferencia… Todo ha sido en vano… ¡Qué dirán todos los países que nos falta visitar! Nada, no dirán nada… Te están esperando, saben que llegarás. Tu sonrisa no se va a borrar, nunca dejarás de ser una chica feliz. Y me alegro mucho, no sabes cuánto. Mientras nos separamos en este último abrazo, las lágrimas recorren abundantemente mis mejillas, mis manos tiemblan, se mantiene el sudor frío, mi corazón se acelera para, poco a poco, decelerar hasta detenerse para siempre… Pero sonrío. Porque veo que no has dejado de hacerlo y puedo estar satisfecho y contento, porque pese a que te alejes de mi, lo único que necesitaba para ser feliz, no me ha abandonado… Tu felicidad.
Ahora camino solo hacia lo desconocido. Tengo miedo. Nunca antes lo tuve, si algo no me gustaba, lo superaba a tu lado, no había problemas. Ahora estoy solo y no puedo seguir adelante. Me pesan las piernas, me pesa el alma. Cierro los ojos y veo una salida a los problemas… Entonces vuelvo atrás… Vuelvo a tu lado, al parque donde maduró nuestro amor. Miro alrededor, sólo hay niños… Juegan en el parque mientras los miramos para distraernos. Porque nos cuesta mirarnos… Te miro y se me acelera el corazón. Después de tanto tiempo, de quererte en la sombra, estoy contigo, a solas, y no me atrevo a decirte cuánto te quiero… Pero no hace falta. Lo sabes, estoy seguro de que lo sabes, porque me miras y sonríes. Eres feliz, me alegra saber que la persona a la que más quiero, es feliz a mi lado. Hace mucho frío, nos acercamos tímidamente. La noche ha caído, los niños han vuelto a casa y seguimos juntos, a escasos diez centímetros, la timidez nos puede, pero esos centímetros no los noto, estás a mi lado. Siento deseos de abrazarte, pero me da miedo hacerlo. Nunca he querido herirte y no quiero abrazarte sin estar seguro de que ese abrazo será el primero de muchos. Si esto no sigue adelante no quiero que quede nostalgia, no quiero que haya nada que puedas recordar y te entristezca. Por ello, mis manos se mantienen en los bolsillos de mi chaqueta negra, cerrados en puño, para intentar evitar el frío que los recorre. De repente, algo acelera mi corazón, me provoca un sudor frío… Qué diferentes sensaciones pueden provocar un sudor frío… Puede ser tan doloroso y tan reconfortante… Es reconfortante… Porque tu mano está en mi bolsillo, rodeando mi puño. Sin poder evitarlo, nuestras manos se enlazan. Es la primera vez que te doy la mano. Nada cambia, seguimos hablando sin darle importancia, aunque nuestros corazones acelerados nos delatan. Pienso que no lo notas, tú crees que yo tampoco, pero en el fondo los dos sabemos que nuestro corazón no es el único que se ha acelerado y una sonrisa cómplice nos ayuda a corroborarlo. Cuando nos vamos, como siempre, nos separamos un metro, la timidez nos sigue ganando… ¡No! ¡Espera! Nuestras manos siguen enlazadas… Con el corazón acelerado por pasear de tu mano por primera vez, las palabras se me resisten y no consigo articular ninguna. Un “te quiero” no habría estado mal, porque habría sido lo mas sincero que podía decirte en ese momento, pero no, todavía es pronto…
Otra semana pasa. Mi móvil echa humo. Tus mensajes no dejan de llegar, todo es amor, cariño… Mis respuestas no son menos, solo falta una declaración que, aunque resulta obvia, no me he atrevido a dirigirte… Para el resto del mundo, nada ha cambiado entre nosotros, sólo somos amigos. Nadie sabe nada acerca de nuestro contacto gracias a los móviles, nadie sabe que quedamos desde hace más de un mes cada fin de semana a solas… Pero eso no nos importa, nosotros lo sabemos y aunque nos evitamos en publico, siempre llega el fin de semana. Y así, como siempre, llega otro más. Llegamos con los niños en el parque, esta vez llegamos de la mano, sigue abrumándonos la timidez, pero poco a poco el amor la va apartando de nuestros corazones. Pasamos un par de horas sentados en el banco de siempre, con los diálogos de siempre, el frío de siempre… La monotonía de cada fin de semana. Pero no nos importa. Nos gusta esa monotonía. Ojalá nunca cambie, nunca vamos a dejar de querernos, nunca dejaremos de desear que nuestras manos no se separen. Esta vez mi corazón está más acelerado que de costumbre. Llegamos a mi portería, donde siempre nos despedimos con un tímido “hasta luego”, pero en esta ocasión, tras soltar tu mano no me alejo para despedirme y girar hacia mi portal… Esta vez suelto tu mano, pero rodeo tu cadera, te miro, una mirada fugaz, distinta del resto de nuestras miradas. Esta vez no esperaba una respuesta, no esperé a que tus ojos me gritasen “¡te quiero!”, simplemente avisé “voy a besarte, cariño”. Y así, en una fría noche de los inocentes, como la más dulce de las bromas, probé el néctar de tus labios. No fue un buen beso, los nervios podían con nosotros, nuestros labios no encajaron a la perfección, se veía que eso tenia que mejorar… Pero qué importaba eso… En ese momento supimos que tendríamos tiempo de sobra para mejorarlo. Te fuiste con una eterna sonrisa hasta tu casa, yo subí a la mía temblando, pero no tenia frío… Esa sonrisa me lo había quitado, me había dicho “bien cariño, me ha encantado”. Esa sonrisa…. Con esa sonrisa vuelvo al presente, entre lágrimas… Por qué no podré recuperar todo eso… Por qué mi cuerpo vuelve a temblar sin tener frío… Esta vez no hace frío, mi cuerpo tiembla porque está asustado. Mis manos temen no volver a rodearte, mis ojos se vacían en lágrimas pensando que quizás no recibirán un “te quiero” de tus ojos nunca más… Mis labios se secan… Están muertos… Sólo tu puedes reanimarlos, pero saben que no lo harás… Y vuelvo a pensar que debo seguir adelante. Que no puedo dejarme vencer, que eres feliz y eso debería bastarme, pero es tan difícil no poder disfrutar esa felicidad… Almenos la memoria no me falla… Y recuerdo esa felicidad que se prometía eterna a mi lado…
Estábamos ya en marzo. Nos habíamos atrevido. Ahora veíamos a muchos más niños, ya recorríamos juntos el barrio. Y cuántos niños veíamos por el barrio… Niños… ¡Qué guapos iban a ser los nuestros! “Serán preciosos”, me decías. “Ojalá se parezcan mucho a ti”, te contestaba yo, mientras discutíamos cuántos íbamos a tener y qué nombres les íbamos a poner… En nuestra casa a las afueras de la ciudad… La recuerdo como la imaginábamos… Como disfrutábamos planificando nuestro futuro. Y nos dio por andar. Y andamos lo indecible. Recorrimos el barrio de punta a punta, estábamos cansados, pero no queríamos parar, porque sabíamos que cuando parásemos sería para volver a casa y deberíamos esperar al día siguiente para volver a vernos. Y no nos queríamos separar. Nunca queríamos. Pese a todo, llegó el momento de despedirnos. Un pequeño beso y un hasta luego. Y mi corazón no podía mas, mi mente le había dicho lo que iba a pasar. Mi corazón se ilusionaba y crecía, se hinchaba para ser enorme. Cuando llegué a casa cogí el móvil. Tuve toda la tarde para hacerlo, pero la timidez seguía ahí, no podía meter la pata en algo tan importante para mi. Así que ese día, uno de marzo, tras convencerme de que sin duda alguna nunca dejaría de amarte, te lo dije. Fue un te quiero de tantos, pero ninguno tan decisivo. No te dije nada que no dieses por hecho, pero acabé con la timidez y decidí que era el momento de darnos una oportunidad de verdad. Y no escondernos. Nunca más lo haríamos. Desde ese día nos querríamos, ajenos a miradas de conocidos y extraños, no importaban. Nos queríamos, nos teníamos y el resto del mundo daba igual. Nada ni nadie del resto del mundo nos iban a cambiar. Porque nos íbamos a querer siempre. Siempre…
Y finalmente ha pasado lo que creíamos imposible. Estoy aquí… Solo… Te prometí el cielo, te dije que no merecías menos y me lo has demostrado. Pero sólo soy un simple hombre, sólo he podido obsequiarte con una pequeña estrella… Y también por ser un simple hombre he cometido errores, de los que he aprendido para no caer nunca más… Ya quedan lejos las abundantes meriendas viendo películas a medias, queda lejos Paris, queda lejos Stonehenge, la Cirera, cumpleaños, Navidades, aniversarios, playa, piscina, las noches frías de invierno, las noches semidesnudos en verano, el Menorca, el cine, nuestros videos siendo criaturas, nuestras ilusiones, nuestra casita en las afueras con nuestros preciosos hijos…, los abrazos, los besos, las caricias, los “te quiero”, las cogidas de mano… Y me cogiste la mano… Hacía frío en nuestro parque, mucho frío. Te miré. Sonreías. Y de tus ojos salía con la fuerza de un huracán un amor que siempre me cautivó y que siempre me ha dado la vida. Sonreí. ¿Se puede ser más feliz?”
Entonces recordó palabras que ella dijo en momentos de debilidad, sin apenas fuerzas pero con total convencimiento… “Te quiero”.
“Te quiero. Mucho. Siempre”. Esas tres últimas palabras no pudieron mantenerse dentro de su boca y salieron al exterior en un susurro. No dijo nada más. El estruendo provocado fue inmenso, pero nadie pudo oírlo. Se desplomó sobre el suelo sin soltar su pistola. Cayó mirando al cielo. Y desde el cielo se pudo ver que sonreía. Sabía que ella sería feliz y no le importaba el tiempo que pasó desde su último “te quiero”, porque pese al tiempo que había pasado, seguía bastándole para, más allá de la muerte, mantener la más viva de sus sonrisas