Mi vida es un conjunto de quiero y no puedo en cuyas raíces predomina el amor no correspondido. Rotundo fracaso que acecha mi alma y que convierte a la más bella de las experiencias en una de las más sombrías y deprimentes vidas que pululan por este planeta. Mis esperanzas se pudren cual hojas caducas en el ocaso del otoño, mientras mi imaginación no para de carburar sobre placenteras tardes primaverales junto a la más deseada de las estrellas del lejano firmamento.
Mi hastiado corazón se agrieta cual tronco envejecido mientras el gélido viento comienza a hacer mella en mi demacrada mirada. Grises retinas observan el paso del tiempo mientras las huellas del destino se van grabando sobre mi deprimente rostro.
Mis labios se secan esperando recibir el ansiado beso que siglos atrás una dulce amapola prometió darme. Mis débiles piernas comienzan a temblar al mismo tiempo que una fina lluvia recuerda mi triste vida derramada sobre rosas pobladas de espinas.
Nada queda por hacer en este infértil terreno pedregoso que siglos atrás se intentó sembrar de fresca y verde cosecha. Escarabajos, abejas y perros pululan por el lugar tratando de engullir los restos de una vida que nunca jamás debió haberse vivido.
Porque el cielo siempre fue gris, porque las nubes siempre fueron negras...