Después de hablar largo y tendido, sobre la aldea y sus habitantes, así como de los problemas de la región, Aruko me preguntó por mi procedencia y por mi destino. Durante mi viaje, nunca me paré a pensar que diría sobre mí mismo si alguien me preguntaba, y las preguntas del jefe de la aldea me pillaron desprevenido.
- Mi nombre es Miyamoto Tendo, respondí. Y vengo de muy lejos, sirvo en los ejércitos del Shogun Mizuno, en la frontera del norte de vuestro vecino el Shogun Takada, y como sabéis estamos en guerra. He sido enviado con la esperanza de encontrar ayuda en vuestro señor.
- Pues no era necesario vuestro viaje, pues es bien sabido, que nuestro shogunato se prepara para la guerra contra nuestro vecino del norte, con lo cual somos aliados joven samurai.
- Las noticias que me estáis dando no podrían ser mejores, pero ahora mi misión tiene más sentido que antes. Pero no por lo que tu crees viejo, pensé, si no me doy prisa no soportaremos mucho tiempo el ataque por ambas fronteras.
Habíamos hablado ya largo tiempo, cuando la joven entro de nuevo para servirnos la cena. Después de cenar me acomodaron en una habitación en el piso de arriba. Mi sueño esa noche fue ligero, y mi mano no se apartó de la empuñadura de mi espada. Cuando llegó el amanecer, recogí mis cosas y bajé sigilosamente la escalera. Salí al patio central, y salté la tapia trasera de la casa, asegurándome de no ser visto. Cruce la aldea en silencio y evitando las casas donde ya se oían ruidos o había luces encendidas.
Regresé al camino, y me puse en marcha cuando el sol apenas asomaba en el horizonte. Según Aruko este era el camino más corto hasta el castillo de su Shogun, me llevaría con facilidad hasta el pie de las montañas, y luego podría elegir entre rodearlas, o atravesarlas. Debería andar con precaución, porque según me había dicho grupos de aldeanos y samuráis seguían este camino hacia el castillo.
La mañana transcurrió sin novedad, y al mediodía me detuve a comer. Resultaba difícil ocultarse en aquel camino rodeado por arrozales, por lo que sí encontraba a alguien tendría que volver a mentir. Caminé toda la tarde hasta que el sol se ocultó y decidí que era hora de comer un poco. Me acomodé en la cuneta del camino el único sitio donde podía tumbarme a descansar. Cuando me estaba preparando para dormir, vi algo a lo lejos, en el camino a bastante distancia pero claramente visible titilaba un pequeño fuego de campamento.
Desperté cuando amanecía, y me puse en camino lo más rápido que pude, temiendo que los que hubieran encendido ese fuego estuvieran en marcha ya. De vez en cuando me volvía para atisbar el camino detrás de mí. Durante la mañana no tuve ninguna señal de mi perseguidor, pero cuando caía la tarde escuche lejanos gritos como de alguien que cantara. Aquella noche la hoguera estaba más cerca, pero no tanto como si mis perseguidores fueran a caballo. Pero aún a pie me recortaban ventaja, eso era evidente. El día siguiente fue una marcha sin tregua desde el amanecer hasta bien entrada la noche, lo cual me permitió mantener mi ventaja, y no dejar que aquella hoguera nocturna se me acercase. Estaba muy cansado y me dormí rápidamente, cuando desperté el sol ya había salido y empezaba a calentar con sus primeros rayos, ese estúpido descuido, me haría perder horas de ventaja.
Las jornadas se sucedían, y el fuego nocturno se acercaba cada día un poco más, me daría alcance antes de llegar a las montañas, debía tratarse de uno o dos hombres con poca carga o con un animal que les aliviara de ella. Mis esfuerzos por mantener la distancia habían sido inútiles, y ya no me preocupaba, solo vigilaba para estar preparado cuando me alcanzaran. Mis cálculos me indicaban que en un par de jornadas a lo sumo estarían a mi altura.
Mi ritmo al caminar había descendido notablemente ya rendido al encuentro no deseado. El fuego aquella noche estaba muy próximo a mí, y decidí abandonar mi campamento en mitad de la noche para espiar a mis seguidores. Me acerque entre los arrozales, en el más absoluto silencio, dando un pequeño rodeo para aproximarme por un lado del campamento. No podía acercarme mucho, pero si lo suficiente para ver algo a la luz del fuego. Un hombre corpulento se sentaba junto a la lumbre mientras comía. Llevaba un asno con él, no había otra explicación para que mi ventaja disminuyera tan rápidamente. Desde donde estaba tumbado entre las plantas de arroz, no podía ver mucho más, pero apoyada en el asno descansaba una pesada lanza, que delataba que mi perseguidor era hombre de armas.
De repente el asno dio un bufido y se agito inquieto, debía haberme olido, un fallo de inexperto por acercarme al campamento a favor del viento. El samurai tiró su comida y se puso de pie de un salto.
- ¿Quién anda ahí? gritó a la oscuridad. Su cara brillaba encendida por el resplandor del fuego que le daba un aspecto más que salvaje.
Permanecí tendido en el suelo, si me descubría ahora, el enfrentamiento estaba asegurado. Aquellos segundos me parecieron eternos, apretado contra el suelo con la katana presta para salir de su funda. En la hoguera, el samurai pareció calmarse, dio una patada al polvo del camino y volvió a sentarse. Me retiré a mi campamento más sigiloso que nunca, y escarmentado para toda la vida, que me cayese un rayo si otra vez cometía tal descuido.
Por la mañana me levanté temprano y caminé a buen ritmo con la intención de aplazar el encuentro un día más para evitar sospechas. Y aunque tuve que caminar sin descanso todo el día, por la noche había logrado mi objetivo, y mi compañero de viaje estaba a cierta distancia. Ya lo había decidido y al día siguiente me dejaría alcanzar.
Me pasé todo el día caminando como quien pasea por un bello jardín, dejando que el sol me calentase y el aire despejara mi cabeza. Ardía en deseos de ser alcanzado, para conocer el camino que tomarían los acontecimientos. No temía en absoluto un enfrentamiento, estaba preparado para morir con honor desde hace tiempo, y además era joven y deseaba adquirir experiencia en el combate. Pero algo me decía que eso no ocurriría, que aquel hombre era un samurai de la vieja escuela y evitaría una lucha a no ser que yo le provocara.
Cuando comenzaba la tarde, ya podía oír a lo lejos el avance de mi compañero y su bestia, avanzaban a buen paso no muy lejos de mí. Estaba convencido de que si me volvía, podría ver ambas siluetas recortadas contra el cielo gris. La tarde se cubría de nubes cuando escuche la primera voz.
- Eh, ahí delante, deteneos no corráis. ¿Quiénes sois y adonde os dirigís? Exclamó una voz a mi espalda.
- Quien soy y adonde voy es solo asunto mío no creéis, contesté sin volverme.
- Vaya carácter extranjero, más pareces un noble que un samurai. Se mofó. Al ver que me detenía su gesto se ensombreció. Me giré despacio, relajado y con ambos brazos tendidos junto al cuerpo.
- No soy noble como podéis observar, y mí destreza como samurai solo tenéis que ponerla a prueba. Mi compañero de tantos largos días de viaje me observó de arriba a bajo, y soltó una enorme carcajada.
- Arrogante jovenzuelo, veo que has tenido buen maestro, querrás compartir una comida de camino con un viejo samurai. Estoy más que harto de andar, y creo que es buen momento para comer algo.
Con un gesto acepte la invitación, y ambos nos sentamos a comer y a hablar sobre que nos había llevado aquel paraje. Mi historia fue la misma que le había contado Aruko en la aldea. Y la suya parecida, su intención era la misma, unirse a los ejércitos del castillo, pero él no venía de tan lejos. Había estado combatiendo en la frontera, llevando acabo pequeñas escaramuzas junto a un grupo de samuráis. Pero su suerte se torció. Al intentar el asalto a la fortaleza fronteriza de Oromatsu, fueron rechazados por los samuráis del fuerte, y su grupo se dispersó. Bien por el viejo jabalí pensé, ese tozudo mantendrá su posición frente al mismísimo diablo.
CONTINUARÁ.