"¡Dejadme salir, dejadme salir!"
El pobre huevo, encerrado entre paredes de cartón, sufría en su cáscara el gélido viento proveniente de los conductos del frigorífico.
"¡Dejadme salir, por favor, dejadme salir!" - Gritaba sin cesar el hastiado cascarón.
La verdad es que el ambiente no era lo que suele decirse acogedor. El olor que se desprendía del ya mohoso roquefort no ayudaba a mejorar la situación, y mejor no hablar de la terrible visión del flan de huevo justo delante de sus narices. Por Dios, ¡esto ya era maltrato gratuito!. El único aspecto positivo a sacar era la bella panorámica que podía verse desde la zona en la que se encontraba nuestro protagonista: las frescas y frondosas ramas de perejil se mezclaban con el rojo pasión de los tomates y el amarillo chillón de los limones, creando uno de los paisajes más llamativos del que se pueda disfrutar hoy día.
¡Atención! de pronto, el portón que separa ambos mundos se abre lentamente, y una gran mano humana se dispone a atrapar alguno de los huevos alli presentes.
"¡Dejadme salir, dejadme salir!"
Gritaba entre sollozos el pobre huevecillo.
"Lo estoy pasando muy mal aquí dentro, ¡¡cójeme a mi!!"
Fruto del azar o del destino, nuestro querido protagonista fue el elegido para salir del frigorífico. Reposando sobre la encimera de la inmensa cocina, el pequeño huevo observaba atentamente los movimientos de su dueño, pues no tenía ni la más remota idea de cual sería su paradero final. A pesar de la incertidumbre, la calidez que se respiraba en el ambiente ayudó a que los minutos de espera se le pasaran volando.
Pero, de repente, la misma mano que eligió a nuestro protagonista de entre todos los huevos, portaba ahora una gran cacerola metálica con empuñadura de plástico, cacerola que instantes después dispuso sobre la hornilla mediana de la cocina. La gran mano volvió a apresar a nuestro joven protagonista, y con desprecio y alevosía, sumergió a nuestro huevo bajo las aguas de la cacerola.
El agua hervía, hervía y hervía. La evaporación hacía cada vez más dificil el respirar entre aquellas paredes, y la subida de temperatura provocaba cierta flojera en el temeroso huevo.
Casi sin fuerzas, derrotado entre aguas en ebullición, y al borde de la sumisión final, a nuestro pequeño y querido huevo solo le dio tiempo a gritar una cosa:
"¡Dejadme salir, dejadme salir!"
Moraleja: no te quejes de tu situación actual, pues siempre podrías estar peor.