Aquella ocasión no había planeado nada, acabar la jornada, llegar a casa ponerme cómodo después de la ducha y leer tranquilamente mientras escuchaba de fondo cualquier cosa que tuviese en la estantería. Todo perfecto, llegué al rellano metí la llave y la giré, mi plan funcionaba de maravilla, entré en el dormitorio y de pronto algo no me cuadraba, miré a un lado y a otro, estaba todo en su sitio pero el olor de la habitación no era el mismo. Era como si las mismas olas golpearan contra los pies de la cama, seguí encandilado aquel perfume y me llevó al baño, al entrar mil luciérnagas sostenían una vela cada una, y en medio de todas las ninfas del bosque se hallaba la luz que daba vida a todas aquellas hermosas criaturas.
El hechizo que flotaba en el aire me despojó de todas mis ataduras y me zambullí súbitamente en el arrecife que formaban las olas de su cuerpo, la abracé y juntos formamos cientos de dibujos que nadie podría plasmar en lienzo alguno, nos deseamos como si fuese el último romance del mundo y en los cientos de momentos que pasaron ante nosotros no encontramos nada que nos hiciese despegar nuestros cuerpos. La acariciaba con devoción y ella me correspondía susurrándome al oído las más bellas melodías… Asi seguimos durante un tiempo infinito, las luciérnagas nos abandonaron y terminamos en un abrazo eterno.
No se cuando decidió que aquella tarde no saldría como hace cada viernes o si premeditadamente decidió tenderme aquella emboscada, el caso es que una vez más me recordó el por qué aquel día , de hace tantos años, decidí compartir el resto el resto de mi vida junto a ella.
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