El aire frío congelaba sus pulmones. El bosque le gritaba, estruendos de nieve que llegaban a sus oídos procedentes de cualquier dirección. Las huellas se diluían delante de sus ojos, apenas podía seguirlas. Difusas pisadas de fantasma, que se desdibujaban en un par de segundos sobre el manto blanco. Sólo su vista y su experiencia le ayudan a no perder el rastro. No puede oler a su presa, el frío es tan intenso que no consigue hacerlo a pesar de tener el viento a favor.
A penas ha amanecido, el resto de la partida a desistido y han vuelto al poblado, el no puede rendirse, su hijo necesita comer o no aguantará este invierno. El invierno más crudo desde hace décadas.
Aprieta el paso y siente mil alfileres morderle las piernas. Como pequeñas punzadas de hielo, gritándole que se detenga. Pero algo le impulsa a seguir, unos pasos más y encontrará un claro y en medio el joven ciervo habrá parado para recuperar fuerzas. Por más que avanza no encuentra ningún claro y las huellas cada vez son más difíciles de seguir.
Ni insectos, ni aves, ni ruidos, sólo vaho y nieve. Cuando le resultaba casi imposible el pensar en dar otro paso, cuando el extenuado guerrero en otros tiempos orgulloso e indomable, estaba al borde de la desesperación, un claro se presentó ante él, y en su interior un ciervo parecía observarle en silencio. Los ojos vidriosos del animal estaban clavados en los del cazador. El silencio sobrecogedor, acompañaba a hombre y animal, sumiéndoles en una atmósfera mística. La escasa luz bañaba el claro, los árboles como grandes columnas de mármol custodiaban al cazador y a su presa.
Extrajo lentamente la hoja helada de su funda de piel, el ciervo parecía entender lo que pasaba y aun así no se movió. Los ojos vidriosos no se separaron ni un momento de los del hombre, alto y de cabellos oscuros, que se acercaba. El acero provocaba destellos al balancearse. El ciervo comenzó a temblar como si adivinara lo que iba a suceder, sin embargo no parecía temer al cazador, era como si esperara algo. Este último pensamiento alertó al experimentado apache.
Del interior del bosque, una sombra enorme se abalanzo sobre el ciervo, pero como si supiera todo lo que iba a ocurrir, este se aparto ágilmente, dejando al cazador frente a frente con un enorme oso grizzli. Sin dudarlo ni un instante el desesperado indio saltó hacia el oso levantando el cuchillo sobre su cabeza. Muchas veces el cazador se convierte en presa, pero si había llegado hasta allí no era el momento de rendirse.
Más tarde cuando contara su historia arropado por pieles en el calor de su tipi, juraría que mientras asestaba al oso la brutal puñalada, pudo ver por un momento como el ciervo miraba con atención sus movimientos, con la certeza del que está seguro de lo que pasará. Y que una vez que el oso yació sin vida en el suelo, suavemente se deslizó sobre la nieve dejando el claro, hasta el que había conducido al cazador. El sol lo invadió todo y la magia que lo envolvía desapareció.