Kefalegereta dice a vadin : Escribe un relato de estilo romántico de no más de 500 palabras en el que participe un elefante, un espejo y una chica de 19 años.
No podía creerlo, aquella estupenda joven no paró de mirarme durante toda su actuación... era guapísima. Llevaba un vestidito con tutú de color rosa pálido y unas zapatillas de bailarina. Su pelo rubio estaba recogido en un moño delicadamente adornado y el maquillaje blanquecino resaltaba sus rojos labios carnosos.
No duró más de veinte minutos aquella actuación, ella subida a aquel paquidermo enorme, un elefante indio que no paraba de dar vueltas por la pista central del circo mientras ella iba haciendo acrobacias en su lomo. Un giro; una voltereta hacia delante... después una hacia atrás; era magnífico. Y mientras me miraba... y yo a ella, no podía apartar mis ojos de sus verdes pupilas, casi seguía con la cabeza los giros de su cuerpo sobre ese gran animal.
Justo cuando iba a acabar logré encasquetar a mis primos pequeños, a los que acompañaba, a mi hermano, que pensó que iría al baño.
Me fui hacia la parte trasera de la enorme carpa y la vi salir hacia su caravana. No sabía que hacer, y en mi duda, ella entró en su compartimento.
me acerqué hasta allí y observe por la ventana... sentada enfrente del espejo lloraba mientras alguien le gritaba, yo lloré también sin saber porqué. Su pena era mi pena.
De pronto, un hombre trajeado salió de la caravana dando un portazo y con tanta prisa que no se percató de mí, mirando absorto por la ventana el reflejo de aquella chica que me devolvía el espejo, pues se había ido al otro lado del vehículo y no podía verla directamente.
Estaba sentada, llorando, y el maquillaje le iba dejando churretones por la cara... ¡No podía aguantar más! Aquel espejo me devolvía una imagen que no quería ver, así que llamé a la puerta y sin esperar respuesta entré y me senté a su lado sin decir nada. Ella se agarró a mi pecho y lloró... lloró durante mucho tiempo.
Mi móvil había sonado un par de veces pero no iba a cogerlo.
Al final, me besó en la mejilla cuando paró de llorar y yo le devolví el beso en la boca:
- Te he manchado la camiseta - me dijo con una voz que me pareció la de un ángel
- No importa... - contesté.
Desde entonces visité el circo cada día... y cada día entraba en su caravana cuando el hombre trajeado se iba.
Cada día veía lo mismo... a ella en la pista con aquel enorme elefante... aquel espejo por el que casi podía leer los labios del hombre que siempre le gritaba... y a ella.
Cuando después de un mes se fueron, por más que le pedí que se quedase conmigo, ella no aceptó... ese día no nos dio tiempo a besarnos suavemente como las semanas anteriores; sólo lloramos y charlamos cuando nuestras lágrimas lograban contenerse unos instantes.
Desde ese día no tengo corazón... se lo llevó.... con su elefante, su espejo y sus suaves labios rojos y su vestido con tutú.
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