Soy el cómplice
del solsticio de invierno,
marioneta poseída
por el poder de las ondas,
que me lanzan a
la aventura
para buscarte
entre los
puestos de castañas
que difuminan
las calles.
Ahora es primavera,
y contemplo
en la distancia
esos cauces
de frutos secos y
calderos oxidados
que un día llevaron
tus huellas.
El carbón
estaba bajo tu piel,
y fui yo
quien descubrí el
yacimiento
(yo vicié tu lengua,
me supo
a fresas,
a tabaco
y a polo
de limón)
Y si alguien
me obliga a
pensar
que un amor
tan fuerte,
tan puro,
tan bien guardado
es un resumen
del
mundo
huiré, a escondidas,
hacia las urbes
revalorizadas
por el solsticio de
verano
(si es que aún
quedan cosas por
ver)