Hola a quien lo lea.
No me era posible correr más rápido, pero aún así veía todo con la lentitud de un recuerdo de infancia, mi cuerpo drogado por la adrenalina ampliaba los límites personales del esfuerzo galopando montaña abajo, el camino sin asfaltar, mi cuerpo lleno de cardenales e insolación.
La desesperación y el miedo motorizaban a un cuerpo que había ayunado durante cuatro ciclos de sol, más rapidez, más, más... más rápido.
Mis labios secos agrietados como lago despojado del río que le sustenta.
Mis testículos se deshojaban de las costras de heridas recientes al rozarse con mis ingles.
Mis pies descalzos se clavaban las piedras del camino, como faquir amnésico.
Exactamente en el instante en que una de las gotas de sudor consiguió atravesar los pelos de mis densas cejas... en el mismo momento en que la gota de sudor entró en contacto con mi ojo escociéndome la mirada... justo en el segundo en que mis ojos comenzaron a lagrimar... milimétricamente en el lapso en que parpadeé por el escozor.
Una piedra apareció en el camino.
Pisé media, los ligamentos de mi tobillo se desmenuzaron.
El camino quedó arriba mientras mi cuerpo caía por la ladera.
Pelele viejo de trapo, reboté en las piedras, me rasgué con filos pedregosos, me quebré y disloqué.
Una eternidad después me detuve.
Unos minutos después un coche aullando caza pasó por el camino.
Un instante después, me desvanecí.
Ahora, me despierto ahogándome en un tsunami de dolor.
Un saludo.