IX
-Buenos días, Henry. Espero que hayas dormido bien.
-Sí Hermano Gjiis, gracias- He tenido unos sueños muy extraños.
-No te preocupes Henry, son parte de tu adiestramiento.
“Theis ha muerto” pensó Henry, “Fue ella la que desconectó todas aquellas horribles imágenes. Cuando salió de aquí me dijo algo con el pensamiento. Un código de llamada secreto. ¿De donde?”. Pensó en Daev. En aquél momento Henry tomó la decisión de lo que iba a hacer. Trazó mentalmente las líneas de la guerra que se le avecinaba. La Federación, los ádahas, y El Enemigo. Pero sabía que había una cuarta potencia. La suya. Pero, ¿quién?. Tenía miedo de tener o querer cambiar de parecer a mitad de la guerra y cambiar de bando. Si me alío a los ádahas, puede que luego compadezca a los humanos. Y viceversa. Necesito una potencia que me sea leal escoja lo que escoja, y cambie a lo que cambie. Que me sigan siempre. Daev, era uno, y Ray, y el lejano Jihe.
-Hassman, ¿Te encuentras bien?
-Sí, solo un poco aturdido. Quiero ver ya mi ejército, Hermano. ¿Está preparado?
-Está fuera. Te dejo vestirte. Te esperamos en la pista. Recuerda que has crecido. Tu ropa nueva la tienes en esa mesa-Se le dibujó una sonrisa en la cara-Me alegro de las ganas con que despertaste. Teniéndote al lado, los ádahas conseguirán por fin el mando de la Tierra y sus colonias. Gracias Henry.
Salió por la puerta lateral, que daba directamente al exterior. La visión de la luz del sol tras tantos años sin verla le dolió. Cuando el Hermano Superior se hubo ido, Henry se miró al espejo. Casi no se reconocía. Ahora era todo un adolescente. ¡Tenía barba!, Poca, pero tenía. Sonrió. Acababa de perderse dos años de su crecimiento. Pero no le importaba. Al no haber estado conectado a las lecciones que habían querido los ádahas, le había dado tiempo a crecer en su mente. Ahora era muy superior mentalmente a como se fue a dormir. Todavía no sabía de lo que era capaz, pero le gustaba sentir continuamente la sensación de conocer todo sin necesidad de mirarlo. Se vistió con el uniforme gris y granate de campaña militar. No tenía ningún galón de oficial, sin embargo llevaba el escudo de comandante en jefe. Salío al exterior. Al principio tuvo que taparse la cara de la fuerza del solo blanco que le atacaba los ojos. Cuando poco a poco fueron recortándose las figuras, pudo ver donde estaba. La ciudad más importante de Saturno, con miles de edificios de corte redondo, gigantescos rascacielos, imponentes vehículos de tierra, hondeando allí donde había algún organismo oficial la bandera de la Federación. Pero eso era contradictorio, pues millones de soldados vestidos de gris, de granate, o de ambos colores formaban en unidades delante de sus ojos. Todos perfectamente armados, todos perfectamente entrenados, todos increíblemente inteligentes. Cuando bajó de la nave tocaron un himno militar. Cientos de monoplazas de combate pasaron volando haciendo acrobacias por encima de Henry. Era un despliegue formidable. Se acercó al Hermano Gjiis.
-¿Este es todo nuestro ejército?
-El profesional sí. Pero tenemos repartidos infinidad de milicianos que nos ayudarán al primer golpe decisivo. Nos ayudarán a hacer el ruido necesario.
-¿Quién a ordenado semejante despliegue?
-Yo, Hassman.
-Comandante.
-¿Cómo dices, Hassman?
-Digo que me llames Comandante, y no me tutees, no te he dado permiso-La sonrisa del Hermano se borró, sobre todo al ver en la cara de aquel joven la autoridad con que le miraba, y sobre todo, la autoridad de su escudo de Comandante en jefe. Aquello significaba que Henry tenía la autoridad final en las decisiones militares, e iba a aprovecharlo. Henry le miró de nuevo y añadió- Quemad las banderas de la Federación. Decid a los milicianos que entren en cada capital de la Federación a la que puedan acceder, y que esperen mis órdenes. Y traedme un comunicador. Quiero llamar al Presidente de la Federación.
-Comandante, eso no es sensato. Provocaría...
-La Guerra. Hazlo, esperaré dentro.
Dicho esto se giró y entró de nuevo en la nave. Al poco le trajeron el comunicador. Henry se dirigió al soldado que lo había traído.
-Soldado, ¿Quién soy yo?
-¿Señor?
-Quiero que me digas quién soy yo. Qué sabes de mí.
-Sois Henry Hassman, el que nos dará el poder.
-Bien, gracias. ¿Cuál es la frecuencia que puedo utilizar para no ser escuchado?
-La cero, señor.
-Retírate, soldado.
-Sí, señor.
Henry tecleó el código que le había dicho Theis.
-Base Zaafo de Senetria. ¿Quién habla?
-Necesito hablar con la máxima autoridad del lugar.
-No creo que pueda hacer eso, el comandante está...
-¡Soldado!, ¡Soy Henry Hassman! Hazme el favor de no hacerme perder más tiempo
-Enseguida, señor.
Henry tenía la certeza de saber quién iba a encontrar al otro lado. Fuera sonó una terrible explosión.
-¿Henry?
-¡Daev!, Escucha rápido. Acabo de hacer estallar la guerra. Espero que tengas preparado el ejército que necesitaré.
-Henry, todo está en orden. Qué alegría volver a oírte.
-Lo sé amigo mío. Estoy cerca de un buen lugar para reunir tropas. Contacta con Ray o con Jihe, que se dirijan a Marte II y contraten a todos los mercenarios posibles.
-Ray está muerto, Henry. Lo siento. Jihe lleva ya mucho tiempo gobernado un planeta cerca de Marte II. Eso será fácil. Mientras, ¿Yo que hago?
-Coge todas las tropas que tengas allí, y dirígete al séptimo sistema, a un planeta cercano a los anillos exteriores llamado Sía. Allí debes establecer mi puesto de mando. Acaba con todo lo que encuentres. Sea del bando que sea. Da igual. Sois mercenarios, si atacáis cualquier organismo oficial, os confundirá con simples piratas.
-¿Unos piratas con semejante fuerza de ataque?
-¿Tan bien lo has hecho, amigo?. Hazlo como veas, pero Sía ha de ser mi puesto de mando. Tengo que colgar Daev, estaremos en contacto amigo. Cuídate.
-Cuídate, Henry.
Henry sintió un profundo dolor por Ray. Se acordó de Theis. En ese momento llamaron a la puerta. Henry apagó el comunicador, y salió.
Fuera se encontró grandes humaredas negras. Ya estaban quemando todos los símbolos de la Federación. Los ciudadanos a favor de la Federación habían sido hechos prisioneros. Un soldado le pasó a Henry el parte del levantamiento. Los milicianos habían conseguido el control total del segundo sistema, del cuarto, del sexto, y de las capitales del undécimo, del duodécimo y de parte de los anillos exteriores. El resto habían fracasado. Habían cogido a la Federación descuidada. La guerra había comenzado.