CAPÍTULO 3
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Transcurrieron unos siete minutos de camino entre sembrados, pastos y bosquecillos hasta llegar a Somper.
La sorpresa de Daniel fue enorme al entrar en el pueblo. No había automóviles ni ningún rastro de tecnología, todo era similar a tiempos antiguos; además, la forma de las casas era muy extraña. Eran edificaciones hechas de piedra, con un tejado que terminaba en punta y que caía en ocho lados.
Daniel observó a las personas: ancianos, jóvenes, niños… Las mujeres vestían ropas similares a las de Shela, vestidos largos, delicados, de tejidos finos y con colores claros. Los hombres con unas ropas extrañas para lo que Daniel estaba acostumbrado a ver.
Todo el mundo lo miraba, era evidente que Daniel desentonaba con el entorno; él llevaba unos viejos pantalones cortos de color negro, camiseta de color celeste y zapatillas deportivas.
El silencio del campo se había disipado; en el pueblo se podía escuchar a los vendedores de un mercado ambulante anunciando sus productos, además de los niños jugando y comentarios acerca de quién sería ese joven de ropa tan extraña, que no habían visto nunca y que ahora estaba en su pueblo. Daniel podía escuchar los comentarios pero no les dio mayor importancia; aunque seguía perplejo, tenía la sensación de estar en un sueño muy profundo del que despertaría más tarde o más temprano.
Llegaron a una casa grande, muy cuidada; con varios árboles junto a la puerta de entrada. Shela hizo pasar a Daniel.
La decoración de la casa hacía pensar que, dentro del estilo antiguo y humilde que tenía el pueblo, la casa era de alguien importante. La serenidad se respiraba de nuevo en el ambiente. A petición de Shela, Daniel se sentó en una silla mientras que la joven iba a otra parte de su casa.
Daniel tuvo tiempo de pensar durante los, aproximadamente, cinco minutos que Shela tardó en volver. Pensó en las extrañas circunstancias que se produjeron en la montaña antes de caer en la sima; la pérdida del equilibrio al darse la vuelta, el viento que le precipitó hacia la caída, la pérdida de consciencia que experimentó en plena caída y la, al parecer, ausencia de daño en él. Todo ello le hacía concluir que o bien era un sueño, (que era muy real), o que algo poderoso le había llevado hasta allí.
Cuando Shela llegó con su madre se encontraron la cara meditativa de Daniel, quien estaba tan absorto en sus pensamientos que ni siquiera se percató de su llegada.
- Madre, este joven es el señor Daniel –dijo Shela.
- Hola, me pueden tutear si lo desean –dijo Daniel después de incorporarse, como no sabiendo que decir ni hacer.
- Encantada de conocerte Daniel, mi nombre es Ashla, soy la madre de Shela y esposa de Tander.
- Mucho gusto –dijo Daniel, sorprendido por la ausencia de contacto físico para el saludo que había visto tanto en el saludo de Ashla como en el anterior de Shela.
- Mi hija me ha contado las extrañas circunstancias en las que te encontró; además, por tus vestimentas es evidente que procedes de un lugar y cultura distintos a los nuestros.
- Sí –exclamó Daniel tomando aire, cuando iba a proseguir con el relato de cómo había llegado hasta allí miró a Shela y sintió palabras en su mente:
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Daniel se detuvo sin decir nada más, mirando a Ashla. Una débil sonrisa se dibujo en la cara de Ashla antes de continuar.
- Muy bien, estás invitado a almorzar. Espero que puedas aceptar la invitación y así podrás conocer a mi marido.
- Sí, acepto su invitación gustosamente –respondió Daniel intrigado; esa leve sonrisa en ese rostro calmado había despertado en él una gran curiosidad. Era como si Ashla comprendiera por qué él estaba allí; al menos esa fue la sensación que le causó a Daniel.
- Te ruego que me disculpes, tengo que preparar algunas cosas para que el almuerzo esté hecho a tiempo –dijo Ashla antes de irse.
Ashla salió de la habitación por la puerta por la que había entrado. Daniel miró a Shela y en su delicado rostro pudo ver una sonrisa, una sonrisa de alegría que causó en Daniel un efecto tranquilizador; en ese ambiente ajeno eso era lo que más necesitaba.
Eran alrededor de las doce del mediodía.
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