CAPÍTULO 4
[align=left]
Sobre la una y media llegó un hombre de unos cincuenta y cinco años, con cara serena, pequeños ojos verdes y amplia barba marrón. Era Tander, el padre de Shela.
Shela fue a abrir la puerta a su padre y le contó la historia de Daniel. Tander entró por la puerta de la habitación, se acercó a Daniel, quién se incorporó y le saludó.
- Me llamo Tander, es un placer conocerte Daniel.
- Lo mismo digo señor.
- Me han contado algo de cómo apareciste, supongo que no te importará relatarme los detalles después de almorzar –dijo Tander con gesto interrogante.
- Claro que no, se los contaré con mucho gusto.
Unos cinco minutos después ya estaban almorzando. En la mesa estaban Daniel, Shela, Ashla, Tander y Kimal, la hermana de Shela, de unos nueve años. La comida era una carne bastante dura y de color oscuro, junto con una ensalada y de postre una fruta que no había visto en su vida, de color anaranjado. Durante casi toda la comida hubo un silencio absoluto sólo interrumpido por unas cuantas protestas de Kimal a causa de unas discusiones que había tenido con sus amigas.
Después de comer Tander instó a Daniel a que relatara como había llegado hasta allí. Daniel contó con todo detalle como llegó hasta el sitio donde Shela lo encontró.
Cuando terminó el relató Daniel observó las expresiones de los rostros. El de Ashla era de incredulidad, el de Shela de ilusión, incluso le brillaban los ojos como si estuviera viendo algo sobrenatural, algo sólo propio de los cuentos y las leyendas. Sin embargo, el rostro de Tander tenía cierta tonalidad de desasosiego y preocupación.
Unas palabras vinieron a la mente de Daniel procedentes de Tander:
¿sxhghv hqwhqghu or txh slhqvr dkrud?
(¿puedes entender lo que pienso ahora?)
La respuesta de Daniel se hizo sentir en Tander:
vl, shur qr vh frpr
(sí, pero no se cómo)
El rostro de Tander demostró que la comunicación mantenida con Daniel mediante el lenguaje de la mente implicaba un significado profundo; un significado que escapaba a la mente de todos excepto la de Tander. Daniel percibió el gesto de Tander.
- ¿Ocurre algo malo? –preguntó Daniel con preocupación.
- No joven, no te preocupes. Simplemente me ha extrañado que si no conocías el lenguaje de la mente lo hayas aprendido como por arte de magia –respondió Tander intentando ocultar su intranquilidad.
- Padre, cuando lo encontré no entendía el lenguaje de la mente, posteriormente lo aprendió –intervino Shela.
- ¿Se lo enseñaste tú? –inquirió Tander manteniendo el tono tranquilo de la conversación.
- No, lo aprendió solo –dijo Shela con la mirada ausente, como reparando en la extraordinaria manera en la que Daniel había aprendido el lenguaje de la mente.
- La primera vez que me habló no entendí nada; pero después comencé a comprenderlo y a poder comunicarme sin saber bien de qué manera lo había aprendido –aclaró Daniel.
El silencio se hizo durante unos dos minutos, cada uno discurría en sus propias hipótesis sobre la extraña forma en la que Daniel había aprendido el lenguaje de la mente, exceptuando a Kimal que jugaba en el suelo con una de sus muñecas.
- Supongo que te sentirás algo desorientado en este lugar –dijo Tander dirigiéndose a Daniel–, puedes permanecer aquí mientras buscamos una explicación a todos los interrogantes que nos asaltan y hallamos la forma de que vuelvas a casa.
- Gracias por su amable invitación –dijo Daniel aliviado. El verse solo en un lugar desconocido siempre había sido algo temido por él, y ese lugar era el más distante de su país de lo que podía imaginar.
Sobre las dos y media Tander se dispuso a salir de la casa.
- Ahora debo irme, he de hacer algunas averiguaciones –dijo Tander, pensativo.
Daniel, que se encontraba sentado en una silla, se incorporó rápidamente.
- Si lo desea iré con usted y le ayudaré en lo que pueda –se ofreció Daniel con aire servicial.
- Gracias, pero no es necesario. Debo hacerlo yo mismo –exclamó Tander antes de irse.
Daniel volvió a la silla, se encontraba fuera de lugar, sin saber que hacer. Ashla se encontraba en la cocina fregando los platos, vasos, cubiertos y cacerolas, Kimal seguía con sus juegos y Shela permanecía en la silla que estaba junto a él. Daniel quería preguntarle algo acerca de esa tierra donde se encontraba, pero no sabía qué preguntar exactamente ni como expresarlo. Shela pareció leerle el pensamiento.
- Supongo que querrás saber donde te encuentras –le dijo Shela con su tono sereno y suave de voz.
Daniel asintió con la cabeza.
- La tierra donde vivimos se llama el valle de la luz, hay cuatro poblaciones que habitan en este valle. Además de Somper, donde nos encontramos, están Tudmin, Jedmen y Ralen. Somper es la población más grande de todas; además, en cada una de ellas hay sabios que legislan las leyes e imparten justicia. Mi padre es uno de ellos.
- ¿Qué hay más allá de este valle? –preguntó Daniel intrigado.
- Nadie lo sabe, se dice que algunos marcharon para conocer esos lugares y nunca volvieron. Nosotros las llamamos Las Tierras Desconocidas –le explicó Shela con gesto melancólico.
Daniel observó en el rostro de Shela una sensación de pérdida, una sensación de desconocimiento que, al parecer, la turbaba en cierta medida. Miró a lo profundo de sus ojos y pudo leer en ellos todas esas sensaciones que Shela experimentaba. Ella le devolvió la mirada e igualmente pudo sentir unos profundos sentimientos de desconcierto y soledad en Daniel.
Ambos permanecieron mirándose a los ojos durante horas, descubriendo cosas acerca del otro. Era como conocerse profundamente sin necesidad de conversación.
[/align]