Los primeros días de marcha tras la batalla fueron penosos. Nos arrastrábamos por los caminos entre los lamentos de los heridos y las quejas por la fatiga. Pero nadie quería en el fondo dejar la marcha, aunque fuera una marcha suicida. Entre los soldados corría el rumor de que acudíamos en ayuda del Emperador, para enfrentarnos a los terribles ejércitos de los Shogunes Tokugawa, y ya se fantaseaba sobre su número, diciendo que medio Japón les apoyaba. Y que eran invencibles y derrocarían al mismísimo Emperador.
Las cosas no marchaban muy bien entre la tropa y hasta los capitanes estaban desilusionados. El pesimismo nos invadía y parecíamos derrotados de antemano. Los días de viaje se sucedían sin que nada ocurriera, los heridos se recuperaban y avanzábamos más aprisa, el alimento comenzó a ser un problema y no tuvimos más remedio que abastecernos en alguna de las aldeas que atravesamos.
Los capitanes estaban divididos, Saeba y Himura querían seguir la marcha cuanto antes, pero Kikujiro había convencido al resto para que esperáramos a la llegada de refuerzos, acampados en un valle cercano. La decisión se había aplazado, ya que no eran capaces de llegar a un acuerdo, acamparíamos un día para tomar la decisión más apropiada.
Se acercaba el alba, el cielo rojo fuego parecía desafiarnos, un viento del sur agitaba con fuerza la lona de las tiendas. Sería una mañana calurosa, llena de decisiones. Finalizaba mi guardia, pronto llegaría mi relevo y podría dormir unas horas. Entonces lo vi por primera vez, ayudado por la claridad del alba. Un reflejo, apenas perceptible, a mi derecha, parpadeo un segundo y se extinguió. Por un momento el recuerdo de los ninjas me estremeció, y el veneno pareció retorcerse de nuevo por mis venas.
Me quedé muy quieto esperando un segundo destello. Y al poco tiempo, un poco más a mi derecha, otra vez el pequeño reflejo apenas visible. Alerta ahora por la posibilidad de un ataque, mis músculos se tensaron al iniciar la carrera. Corrí describiendo un amplio circulo alrededor del brillo, para evitar ser visto. El viento del sur azotó mi cara, seco y cálido, el sudor me cubrió el rostro con un sabor salado.
Logré llegar sin ser visto hasta una loma justo detrás de mi objetivo. Me tumbé en la hierba y escrute las brumas buscando alguna nueva señal. Allí estaba, un bulto negro tumbado en la espesura. Estaba muy quieto pero por la forma parecía un hombre, agitaba algo levemente en una de sus manos, pero no alcanzaba a ver que era.
No cabía duda se trataba de un espía, pero que hacía aun no podía saberlo. Decidí esperar, aun pudiendo caer sobre él por sorpresa y eliminarlo sin dificultad, algo me empujó a mantenerme a la espera un poco más.
Al poco tiempo un bulto se deslizó del campamento, sin duda se trataba de otro espía, que volvía después de robar o asesinar, maldije para mis adentros a aquellos asesinos sin honor. Me disponía a actuar cuando escuche un susurro a mi espalda, me quedé paralizado esperando un golpe fatal. Pero cuando me volví, vi a Saeba acercándose con cautela. Cuando llego hasta la loma, se tendió a mi lado y me hizo gestos para que mirara a los espías.
Para mi sorpresa, el hombre que llegaba desde el campamento no era un ninja, no vestía las ropas negras, si no que llevaba las ropas de un samurai. Miré a Saeba y una sonrisa fina y malévola le cruzaba la cara. Permanecimos a la espera un poco más. El samurai llegó hasta donde se encontraba el espía y lo saludo con un movimiento de la mano. Mi sorpresa aumentaba por momentos, y fue aun mayor cuando escuche la voz del hombre.
Saeba se preparó para el ataque y yo le imité. Abandonamos la loma de un salto, cayendo entre el espía y su confidente. No tuve muchos problemas para inmovilizar al ninja en el suelo. Cuando giré la cabeza para ver como le iba a Saeba, este tenía un corte bastante profundo en la mejilla y su rival llevaba un brazo colgando. Ambos giraban en círculos sin perderse la cara, con las espadas enfrentadas.
Ensimismado como estaba en el combate afloje mi presa, y el ninja se revolvió, consiguiendo escapar. Aunque no fue muy lejos. Una flecha silbó, cortando el viento del sur y el cuello del asesino. Al mirar en la dirección del arquero pude ver a Isashi mi relevo que corría hacia nosotros dando la voz de alarma.
Cuando volví a prestar atención a Saeba, el combate estaba decidido. El arma del traidor estaba partida y Saeba parecía un animal salvaje, sus ojos encendidos por el rojo del amanecer. Como un cazador que ha seguido durante mucho tiempo a su presa y por fin la da alcance. Esquivó con facilidad una última estocada desesperada y asestó el golpe final, deslizando su cuerpo con un suave movimiento hacia la izquierda, atacó el flanco descubierto cortando con su sable el costado hasta la mitad del vientre.
Cuando por fin me acerqué a Saeba, mis sospechas se confirmaron, a sus pies yacía el cadáver del Capitán Kikujiro.
Kikujiro había estado pasando información a los Tokugawa sobre nuestro número, posición y sobre los planes que seguíamos. De hay su interés en retrasarnos lo máximo posible, para que nuestra ayuda no llegase a tiempo o porque se preparaba un nuevo ataque contra nosotros.
Los capitanes se reunieron de urgencia en la tienda de Himura, tenían que decidir rápido cual sería nuestro próximo movimiento. Lo lógico era seguir adelante para acudir en ayuda del Emperador en Kyoto. Aunque sin el factor sorpresa y con las escasas fuerzas que nos quedaban era prácticamente un suicidio. Antes de que la mañana concluyera la decisión estaba tomada, seguiríamos hacia Kyoto, con la esperanza de que tras nosotros vinieran las tropas de Osaka.
CONTINUARÁ.