Para los seguidores de la literatura norteamericana, decir que se acaba de publicar en Alfaguara "Habrá una vez", una colección de relatos escritos por 25 autores que tienen en común una cosa: a pesar de escribir como los ángeles, aún no han sido reconocidos como tal. Son autores jóvenes -entre 20 y 40 años- y sus orígenes étnicos son variados dentro de esa inmensa pizza que es Estados Unidos.
Dejo de dar la lata y adjunto una información aparecida en "El Cultural"
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Habrá una vez: antología del cuento joven norteamericano
Varios Autores
Traducción de Juan Fernando Merino. Alfaguara. Madrid, 2002 .536 páginas, 19’25 euros
Hace algún tiempo reseñaba en estas mismas páginas la Antología del cuento norteamericano editada por Richard Ford. Ahora se presenta Habrá una vez: antología del cuento joven norteamericano a cargo de Juan F. Merino.
Se ha subsanado una laguna editorial de consideración, pues en pocas literaturas han tenido los cuentos la importancia que en los Estados Unidos. Resulta imposible citar un solo narrador norteamericano que nunca haya escrito un cuento, género iniciático de buena parte de los novelistas norteamericanos. Escribe Merino que a mediados de los 80 el cuento comienza a recuperar el espacio perdido en décadas anteriores. Una apreciación arriesgada, pues con Faulkner y Hemingway el cuento americano alcanza su máximo esplendor y, más próximos en el tiempo, los de Barthelme suponen una revolución narrativa.
La selección de estos 25 cuentos ha respondido a la juventud personal y artística de los autores: sus edades oscilan entre 20 y 40 años y aunque han publicado algún relato no han alcanzado el prestigio de los grandes narradores. También se observa un cierto afán de resultar políticamente correctos, al incluir autores de diversos grupos étnicos. Pero sobre todos ellos lo que ha primado ha sido la calidad de los relatos, y casi todos son pequeñas joyas literarias. Resulta complicado señalar los más meritorios, tal vez “Una cuestión temporal” de Jhumpa Lahiri (galardonada en el 2000 con el Pulitzer por The Interpreter of Maladies); o el de Chris Offutt, “Aserrín”, o el más próximo a la cultura hispana, el de la portorriqueña Judith Ortiz Cofer “Nada”.
No sé si podemos afirmar que estos relatos son representativos de la literatura que se hace o se hará. Sí que se observa un cierto continuismo sobre los modelos ya conocidos. El posmodernismo parece remitir y su nihilismo deja paso a un replanteamiento existencial de tintes más positivos. Las historias son más humanas y próximas a la cotidaneidad. Será difícil que los veinticinco autores se conviertan en celebridades de las letras norteamericanas, pero encontraremos a algunos de ellos entre los nombres que conferirán entidad y prestigio a esa literatura en la primera mitad del siglo recién estrenado.
José Antonio Gurpegui