IV. El sitio de Kyoto.
No nos conocíamos desde hace mucho, pero teníamos una buena amistad y su muerte significó a la vez la perdida de un amigo y de uno de mis hombres. El grupo de conspiradores fue severamente castigado, y yo fui convocado ante el consejo de capitanes en la tienda de Himura. Aquel día todo fueron reproches por mi descuido, pero se me mantuvo en mi puesto aunque se me castigó de la misma forma que a los traidores, haríamos turnos de guardia durante un mes, cubriendo los del resto de soldados. Y sería el encargado de que el castigo se cumpliese a rajatabla. Para mi no había peor castigo que el no haber podido impedir la muerte de Kikuyo, ahora las noches de guardia parecían durar eternamente, solo en la oscuridad no podía pensar en otra cosa que no fuera que por mi culpa dos hombres habían muerto. Así avanzamos hasta Kyoto, duras marchas por el día e interminables guardias por la noche.
Estábamos a un día de marcha de la ciudad Imperial y se tomó la decisión de seguir avanzando por la noche, hasta aproximarnos lo suficiente como para saber cual era la situación del sitio. Según nos acercábamos la oscuridad de la noche nos permitía distinguir el resplandor de las hogueras. Acampamos cerca del lado norte de Kyoto, y los capitanes ascendieron a una colina para poder ver el sitio. Como capitán fui con ellos, y lo que vimos desde aquella colina no fue muy esperanzador. Los ejércitos del clan Tokugawa se extendían por toda la llanura a los pies de las murallas de Kyoto. Las tiendas y las hogueras lo ocupaban todo, al menos cinco mil hombres debían formar aquel asedio. Y nosotros ni siquiera éramos la quinta parte, tratar de entrar en la ciudad como habíamos planeado sería un suicidio. Se barajaban dos opciones y las dos ofrecían grandes complicaciones, podíamos esperar los acontecimientos, y en el momento en que comenzara la batalla intervenir por sorpresa, o bien tratar de dar a conocer nuestra llegada a los ocupantes de la ciudad para trazar un plan conjunto. Esperar podía ser bueno porque nos otorgaría el factor sorpresa, pero podía significar que viéramos morir lentamente a los habitantes de la ciudad sitiados durante meses. Ponerse en contacto con alguien de dentro parecía más complicado aun, aunque la ventaja era poder planear un ataque conjunto que nos diera una oportunidad de romper el cerco e igualar las fuerzas.
No nos poníamos de acuerdo en cuanto el plan a seguir, los capitanes más conservadores preferían esperar, sin embargo Saeba y yo queríamos actuar lo antes posible. Himura había mandado montar el campamento a varias leguas de Kyoto, extremando la precaución, cualquiera que descubriera nuestra posición, no debía escapar con vida. No podíamos encender fuego y todo el campamento estaba en continuo estado de alerta. Las discusiones habían derivado a que en el caso de elegir la opción de contactar con la ciudad, como se haría y quien lo haría. Saeba propuso entrar sin ser visto al amparo de la noche, mientras que Hisaishi había sugerido la opción de confundir algunos hombres entre las tropas enemigas para que aprovecharan alguna ocasión para infiltrarse. El peligro de ambas propuestas era doble, ser descubierto por las tropas que formaban el sitio o tomado como un espía por los ejércitos del Emperador.
Saeba estaba empeñado en entrar sin ser visto, yo sabía por mis conversaciones con él que tenía familia en Kyoto y por eso sus intereses eran mayores que los de ningún otro. Fue tanto su empeño que no pudimos oponernos, pero Himura le pidió que no fuera solo, la mirada de Saeba se traslado rápidamente hacia mí. No creía que nadie estuviera conforme con que yo acompañara a Saeba y menos después de lo sucedido el día de la revuelta, desde entonces corrían rumores por el campamento que decían que la muerte de Kikuyo se debía a mí cobardía, nunca oí a nadie decirlo, pero mis hombres indirectamente me lo habían hecho saber ávidos de que su capitán tuviera una oportunidad de limpiar su honor. Clavé mi mirada en Himura, que la mantuvo con gesto serio, pero al ver que yo insistía con firmeza comprendió que era inútil tratar de impedirme que acompañara a mi amigo. Su cara cambio una luz de comprensión se asomo a sus ojos, entonces estuve seguro de que iría con Saeba hacia la muerte en el castillo de Kyoto.
Las murallas de la ciudad eran inmensas, aun desde nuestro alejado escondite en lo alto de un árbol. Desde allí a pesar de las brumas de la mañana podíamos contemplar las puertas de la ciudad y la mayor parte del campamento que mantenía el asedio. El portón era enorme y estaría fuertemente asegurado por dentro. Existirían otras puertas de menor tamaño a lo largo de la muralla pero todas ellas estarían igualmente vigiladas, debíamos encontrar otra forma de entrar. Pasaríamos todo el día buscando la forma de pasar las murallas y planeando nuestra correría nocturna. Saeba me había contado que un río atravesaba la ciudad suministrándola agua constantemente, aquello era una ventaja para resistir un asedio, salvo que los atacantes envenenaran el agua arrojando en ella animales en descomposición. Lo que no sabíamos es si la entrada del río estaría debidamente enrejada o por el contrario podríamos traspasar la muralla por debajo de las aguas.
Cuando llegamos al río pudimos comprobar para nuestra desesperación que una reja protegía la entrada, desde nuestra posición no podíamos decir con certeza si la reja llegaba hasta el fondo del río pero era lo más normal. Ahora buscaríamos una entrada por una de las puertas en la muralla, Saeba recordaba una pequeña puerta en la parte sur de al ciudad, que estaba protegida por un pequeño techado de madera, proporcionando un buen lugar para escalar, aquella idea no me gustaba en absoluto porque significaba ponernos al descubierto durante el tiempo que tardáramos en escalar el muro. Saeba aceptó dejar esta como la última opción en caso de no encontrar nada mejor.
Nos ocultamos en un bosquecillo de matorral bajo a tomar un bocado antes de seguir con nuestra búsqueda. Y aproveché para preguntar a Saeba sobre su familia en la ciudad. Mi pregunta pareció pillarle por sorpresa y su gesto se endureció mientras buscaba una respuesta.
- Hace demasiados años que no visito esta ciudad, tantos como años llevo al servicio de mi señor Yamada. Tras una breve pausa pareció reflexionar. - Abandoné seres muy queridos tras esas murallas, y no sé si querrán volver a verme, soy un viejo samurai testarudo y siempre he antepuesto la espada al corazón.
- Todo buen samurai busca seguir el camino de la guerra con sabiduría y valor, pero a veces para encontrar ese valor y esa sabiduría hay que cultivar el corazón.
- Me sorprendes joven Ayao hay mucha razón en tus palabras y no son propias de alguien de tu edad, siempre he sabido que eras alguien muy especial -. Cerrando los ojos terminó de mascar un trozo de cecina, cuando volvió a abrirlos su mirada había cambiado, como si se hubiera ablandado por los recuerdos.
No dijo nada más y yo no quise presionarle, hablamos poco el resto del día salvo para comentar algo relacionado con nuestra misión. La tarde pasó sin que encontráramos nada, la ciudad estaba perfectamente situada y construida para resistir un ataque durante mucho tiempo. La opción de escalar el muro comenzaba a ser la única posibilidad. Pero Saeba no se daba por vencido y pensaba sin cesar en algún modo de entrar. Cuando ya pensaba que nos volveríamos al campamento, se volvió con determinación y me dijo que quería volver al río. No sabía que tramaba pero era obvio que algo se le había ocurrido.
Cuando llegamos al río el sol se había ocultado casi en su totalidad y las sombras empezaban a extenderse para dar paso a una noche oscura sin luna. Nos acercamos en silencio hasta las márgenes, el agua estaba oscura y en calma. Saeba se desprendió de las ropas y ante mi cara de asombro se sumergió conteniendo la respiración. La reja debía estar a un centenar de metros, solo un hombre en una excelente forma física llegaría sin respirar. Las voces de los soldados resonaban por todas partes, me agazapé junto a un árbol con temor a ser visto pero sin perder de vista el río. El tiempo parecía no pasar y Saeba no salía, ya empezaba a ponerme nervioso cuando vi un pequeño bulto junto a la verja apenas sobresaliendo a ras de la superficie del agua. Sin duda era la cabeza de Saeba que habiendo llegado a su objetivo se disponía a tomar aire para volver. Otra espera interminable y por fin un resoplido y un cuerpo saliendo muy despacio del agua. No había tiempo que perder estábamos demasiado cerca y alguien podría vernos, tomamos las ropas del suelo y corrimos a alejarnos.
Sofocados llegamos a nuestro campamento entre murmullos y resoplidos, Saeba me había informado de la existencia de una pequeña puerta sumergida, que seguramente se usara para poder pasar barriles o algo similar. Estaba trabada por un tablón medio podrido que no sería difícil partir. La satisfacción iluminaba el rostro de mi compañero y aquello solo podía significar que la noche siguiente intentaríamos entrar.
CONTINUARÁ.