Capítulo 2
- ¿Te encuentras bien? –preguntó la extraña con una cierta preocupación en su rostro.
- ¿Qué? Ah, sí, sí, estoy bien –contestó Gabriel sin terminar de despertar.
- Tienes mala cara. Necesitas que te de un poco el aire. Vamos fuera, te acompaño.
- Claro –fue la respuesta de Gabriel. Sentía que aquella mujer lo arrastraba sólo con la fuerza de sus palabras.
Ella tomó su mano para guiarlo. Un escalofrío recorrió el brazo de Gabriel al sentir el tacto frío de ella, disolviendo por completo los restos del ensueño. Avanzando entre el bullicio de la gente como si un pasillo se abriera ante ellos, llegaron al exterior.
Sus tímpanos aún vibraban con fuerza. Parpadeó un par de veces hasta adaptar sus ojos a la tenue luz del exterior. Terminó por levantar la cabeza y contemplar a quién tenía enfrente. Su pulso se aceleraba por momentos, y un leve sonrojo asomó a su cara. Estaba frente a la mujer más bella que había visto en su vida. Calculó que tendría más o menos su edad, unos 25 años. El pelo le alcanzaba la mitad de la espalda, con un color castaño claro. Los ojos, del color de la miel, desvelaban una experiencia como sólo se ve en los ojos de los viejos. Su cara no tenía nada llamativo, ni ninguna imperfección, así que por ello era perfecta. La luz presente le confería un aspecto pálido y delicado.
- ¿Estás mejor? –preguntó ella.
- Sí, ya estoy bien. Gracias por sacarme, creo que me estaba mareando.
- Eso me pareció. Bueno, eso y que estaba preguntándote tu nombre y no me escuchabas.
- Gabriel. Me llamo Gabriel.
- Yo soy Helena. Encantada.
Él se acercó a darle los dos besos de costumbre con cierto nerviosismo. Al momento, notó una sonrisa nerviosa y un rubor en el rostro de ella que se hizo más evidente debido a su palidez.
Hablaron durante horas, cada vez más entusiasmados con su conversación, siendo interrumpidos únicamente por Daniel, que se acercó un momento para ver como estaba su amigo. Sobre las cuatro y media de la madrugada, Helena se despidió con prisas, dejándole a Gabriel su número de teléfono y agitando la mano.
Gabriel se quedó apoyado sobre la pared, reflexionando, aclarando sus pensamientos con frialdad.
Pensaba en lo que había supuesto el conocer a Helena. Se sentía atraído por ella, y no sólo por su físico. Tenía algo imperceptible a simple vista que lo hacía sentirse fascinado. Con calma intentó racionalizar la situación, sin dejarse arrastrar por emociones que en un primer momento le pudieran llevar por el camino equivocado. Él no conocía de nada a Helena, pero sí que estaba dispuesto a conocerla. Se preguntaba si ella estaría dispuesta, si sentiría algo por él. La sonrisa nerviosa y la subida de colores que observó le decían que sí.
Entró a buscar a sus amigos para despedirse, justo para encontrárselos en la puerta.
- Ya nos vamos –le dijo Daniel.
- Yo también me iba. Me voy con vosotros. –contestó Gabriel.
- Claro –mientras decía esto, Daniel cogió a su amigo por el hombro, poniéndose al final del grupo.- Oye, ¿qué tal con la chica esa? Porque está que parte y reparte tío. Si has triunfado, te pongo en un altar, jajajaja.
- Pues ya puedes ir bajándome. Solo hemos estado hablando.
- Joooder, casi cuatro horas hablando. Por lo menos le habrás pedido el número de teléfono, ¿no?
- No, no me ha hecho falta. Me lo ha dado ella.
- Que bien tío. A ver si así te entonas.
- Mmm, creo que mañana la llamaré.
- ¡Eso es! ¡A ver si te la…!
- Shhh, son las cinco de la mañana, y ya sabes quién va ahí delante. No empieces a dar voces –le dijo Gabriel en voz baja.
- Vale, vale, perdona.
El resto del camino hacia su casa se le hizo corto. Se despidió de sus amigos, y todos se mostraron muy afectuosos con él, como siempre. Al llegar le esperaba la soledad de su hogar, fracturado hace ahora año y medio. Sus padres y su hermana murieron en un accidente de coche.
Cuando estaba abriendo la puerta, recordó el momento en que tuvo que identificar los objetos personales de su familia. No pudo ver sus restos, el accidente había sido tan brutal que lo único que quedó era un amasijo de carne, sangre y metal irreconocible.
Tanto Antonio, su hermano mayor, como su amiga Maria fueron un apoyo imprescindible en esos momentos, evitando que cayera en una profunda depresión. Aunque su hermano le ofreció su casa, Gabriel prefirió quedarse en su hogar. Principalmente porque no quería irse al extranjero, eso significaba dejar muchas cosas importantes atrás; y en segundo lugar, porque quería acostumbrarse pronto a vivir solo. Con estos pensamientos dando vueltas en su cabeza, se metió en la cama. Los pensamientos se mezclaron unos con otros en la antesala del sueño, y algo le dijo que la chica que había conocido esa noche, Helena, sería muy importante en su vida.
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