I
Érase una vez un castillo gigantesco, con muchas ventanas de muchos colores. En éste castillo, vivía una princesa llamada Juana.
A Juana le gustaba el barro y las carreras de carros. Era una chica rebelde, y no tenía novio.
Naturalmente, éste hecho traía de cabeza a la plantilla de asesores reales, que llevaban más de mil años casando a princesitas tontas con príncipes tontos y se sentían muy orgullosos de ello.
Juana no tenía novio, porque....bueno, no le gustaban los hombres. Juana prefería las mujeres. Una cosa tan simple traía de cabeza a la monarquía. ¿Dónde se había visto eso? . “Le presento a la princesa Juana y su esposa, la princesa Petra....”, no, no podía ser así, las princesas siempre se han casado con príncipes y viceversa. Así que su padre tomó una decisión, envió a Juana a la guerra, con la esperanza de que viera tanto sudor, hombría, muertes, etc... que recapacitase y se volviese “normal”.
Así que un soleado día de Marzo, Juana partió con un séquito de 150 personas hacia la guerra. Por supuesto Juana no aprobaba esto, pero le pareció interesante poder ver cómo era una guerra por dentro, así que pateleó un poco delante de sus padres para fingir que no quería ir, y después aceptó de mala gana. ¡Qué pensarían de ella si aceptaba a la primera!.
Las 150 personas que componían su séquito eran en su mayoría gente joven. Cada miembro de la familia real tiene un séquito particular, y el de Juana era de lo más variopinto. Estaban los limpiabotas oficiales, cosa extraña ya que Juana nunca usaba botas, pero nadie pareció darse cuenta de éste hecho (menos los limpiabotas, que secretamente se lo callaron). Juana también tenía a su disposición varios fontaneros reales, carpinteros reales y un pobre viejecito que nadie sabía para que servía, pero jugaba muy bien al mus y sabía de hierbas y pociones.
Lentamente, Juana y su séquito se fueron alejando de los terrenos del castillo. Decimos lentamente, porque nada más partir tuvieron que volver porque uno de los carpinteros reales había olvidado el martillo en el castillo.
Más tarde, cuando habían caminado la friolera de dos kilómetros, se encontraron con su primer problema, el típico troll del puente.
Es un hecho científico que los trolls no existen, pero siempre que hay que hacer un viaje real , y éste viaje real incluye cruzar por el puente, uno de los miles de trolls de puentes (que no existen) aparecen.
Éste troll en concreto era nuevo en el puesto. Hacía menos de 15 días que lo habían contratado (en prácticas) y estaba bastante nervioso. Gotas negras de sudor corrían por su frente verde (¿Sabíais que los trolls de puente -que no existen- son verdes? ¿No?. Bueno, siempre viene bien saberlo.) El troll había desayunado coliflores con pisto y tenía el estómago un poco revuelto. Además de eso, unos de los zapatos le apretaba, le dolía una muela y se estaba meando.
No es de extrañar que cuando Juana y su séquito llegaron al puente, el manojo de nervios y sudor que se encontraron distaba mucho de parecer una amenaza.
-A..¡Alto! , ¿Quién va? –Dijo el troll.
-¿No crees que eso lo tenemos que preguntar nosotros?- Observó Juana, mientras se bajaba del caballo, esto prometía ser divertido.
-Si..!Silencio!. ¡Toda persona que pase por aquí debe pagar peaje!.
-¿Haceís descuento por grupos?.
-Mmmmm, un momento.-El troll sacó de su bolsillo un pequeño manual titulado “El peaje-15 razones muy convincentes”, pasó rápidamente las páginas hasta que llegó donde quería. Después de leer un párrafo. Se volvió a la princesa, aclaró su voz y dijo:
-¿Teneís Tarjeta De Descuento?.
Juana miró a su séquito y alzó los hombros en gesto de interrogación, la verdad es que a ella siempre la hacían descuento en todo, y no tenía que presentar ninguna tarjeta.
El séquito le respondió a la mirada con diversos silbidos, manos en los bolsillos y miraditas al cielo, que parecía haberse vuelto muy interesante de repente.
Juana se volvió y le dijo amablemente al troll:
-Creo que nos la hemos debido dejar en casa. Siempre nos pasa lo mismo,¿Sabes?.
Una sonrisa apareció en la boca del troll...
-¿Quereís que os comente las ventajas de la Tarjeta De Descuento?
-Mmmm...Creo que....
-¡Estupendo!, ¡Pasa por aquí!.
El troll llevó a Juana hasta un pequeño apartado del bosque donde había una pequeña carpa de vivos colores.
-Escucha...creo que...-comenzó a decir Juana.
-Con ésta tarjeta te ahorrarás más del 20% en tus viajes, y si haces viajes internacionales, el ahorro puede ser de hasta ...
-Creo que prefiero pagar el peaje y olvidarme de la tarjeta.
-¿Cómo?-El troll puso los ojos en blanco.
-He dicho que prefiero pagar el peaje SIN DESCUENTO.-Juana estaba empezando a enfadarse, y siempre que se enfadaba, uno de los rizos de su pelo desafiaba a la ley de la gravedad y se ponía mirando hacia el cielo.
-Sin...¿Sin descuento?.
-Eso es.
-¿Seguro?- El troll no entendía nada, ¿Quién en su sano juicio iba a desperdiciar la oportunidad de conseguir algo con descuento?
-Estoy completamente segura.
-Bueno, en ese caso....Son 151 personas,148 adultos y dos niños....
-¿Niños?¿Dónde están los niños?-Juana miraba ahora hacia su grupo, que parecía que intentaban ocultar algo sin que pareciese que intentaban ocultar algo.
-Esos dos pequeñajos de ahí señora.
El grupo deshizo la formación circular que había dispuesto, y dos niñas de unos siete años aparecieron con cara de culpabilidad.
Juana se acercó a las niñas.
-¿Quiénes soís?
-....
-Os está hablando la princesa Juana,¿Quiénes sois?.
-...
-¿No sabeís hablar?
Las niñas asintieron con la cabeza. El troll mientras tanto seguía haciendo cálculos.
-¿Alguien me puede decir que hacen estas niñas aquí?- Preguntó al grupo.
Uno de los panaderos reales avanzó un pasito y levantó tímidamente una mano rechoncha.
-Muy bien, ¿Quiénes son estas dos?
-Mi...Mi señora, son...son mis hijas.-El grupo se separó un poquito de él.
-¿Y que hacen aquí?
-Verá...mi mujer está enferma...y no podía hacerse cargo de ellas. Yo tenía que partir con vos y....
-Está bien, puedes quedártelas, no las quiero.
El panadero miro al grupo, a las niñas, a la princesa y finalmente se atrevió a decir:
-Mu..Muchas gracias princesa.
-No hay de qué. Pero he decidido que cada uno se pague su entrada.
El troll, que estaba consultando el manual de nuevo, levantó su mirada y se puso cómodo. Esto iba a ser divertido.