Diario de un condenado.
Trataré de describir mis penurias, las últimas que pasará aquí un hombre, pues parece que soy el último. Ya no queda nadie, se los han llevado a todos. Esconderé este escrito, para que cuando me lleven no lo vean, y si por algún motivo, a toda vista lejano, alguien acaba con esta pesadilla y logra leer mis desgracias, espero que lo denuncien con todas sus fuerzas, llevándose por delante a todo el que se lo merezca.
Intentaré no malgastar el pequeño trozo de carboncillo que me queda, así como el papel, ya que si mis cuentas no me fallan, me queda aquí una semana, siete días de espera. Siete días, quizás sean menos, es imposible llevar la cuenta de los días encerrado en la penumbra de este calabozo, sin mas luz que la del candil de mis captores, sin rastro de sol, sin rastro de esperanza. No, sino quiero volverme loco, tengo que mantener la cabeza fría, voy a tratar de trazar un plan. Poco importa el día que sea hoy, sabiendo que siete son los que quedan, así que este será el diario de una cuenta atrás. La cuenta atrás hacia mi muerte. Horroriza tan solo pensarlo. Que Dios perdone mis pecados, se apiade de mi alma, y por misericordia, me dé una muerte rápida, no quiero que esos seres depravados disfruten con mi dolor. Que así sea.
Faltan 6 días.
Que estúpido he sido hasta ahora. Tratando de llevar la cuenta de los días únicamente por las veces que dormía. Sabiendo que me es servida comida cada dos días, unas pequeñas marcas en las paredes me valdrán para llevar la cuenta exacta. Ya queda menos. Siempre queda menos. Es un horror pensarlo, mas aun escribirlo, pero me gustaría que si alguien leyese esto algún día, se diera cuenta de lo realmente mal que se pasa aquí. Me han traído algo de pan y un miserable vaso de agua. He de dejar algo para mañana, si quiero mantener las escasas fuerzas que me quedan. De nada me servirán, pero me he marcado este diario como testamento y he de finalizarlo. Voy a dormir un poco. Me gustaría, si fuera posible, soñar con verdes campos y nevadas montañas. Ya veremos.
Faltan 5 días.
Las ratas han acabado con lo que me quedaba de comida. Estoy seguro de que acabaran incluso conmigo sino permanezco atento. Hoy es un día horroroso, el calor ha llegado hasta aquí abajo. Los excrementos amontonados en una esquina del calabozo desprenden un horripilante hedor. No aguanto mas aquí encerrado, es horrible ver todo tipo de insectos en esa masa de basura, y además, tener que convivir con ellos.
Faltan 3 días.
Ayer estuve golpeándome la cabeza contra la pared, quería que todo fuese más rápido, pero no fue así. Caí inconsciente, y ellos entraron. Se rieron de mi estado, me dieron comida en abundancia. Dijeron que no querían que estuviera famélico, que tenía que estar en condiciones para lo que mas adelante vendría. Hoy he acabado la comida que ayer me sobró. Ha sido una comida copiosa, y si lo que quieren es una especia de ratón que enérgico corra en una rueda sin ningún destino, su comida ayuda. Voy a dormir. La espera es dura.
Faltan 2 días.
Por primera vez, me doy cuenta de lo que pasa. ¡Voy a morir!. No quiero morir, no quiero que sea aquí. La mierda amontonada, las ratas, los insectos inmundos, las voces en mi mente. Por favor Señor, si me escuchas... si me escuchas, haz que no muera, absurda parece mi petición, pero no quiero morir. Lo ruego.
Falta 1 día.
Ya no hay marcha atrás, es el último día y no valen ni ruegos ni oraciones. Haré frente a lo que venga. Estoy preparado para ir con los míos. Creo en el cielo, creo en el Señor Todopoderoso, y sé que mis ejecutores se pudrirán en el infierno. Aquí quedará esta historia de mis penurias, para que en el futuro, los hombres, mas inteligentes de lo que somos ahora, tomen nota y no repitan lo ocurrido.
Francisco de la Alcántara.
Teruel Año 1578
Guardado está ya el papel, a salvo de estos violentos frailes. Ya me llevan arrastras, por pasadizos mal iluminados, hasta llegar a una gran sala, iluminada toda ella por multitud de velas. Todo tipo de instrumentos de tortura me esperan aquí, de nada sirven mis gritos. ¡No soy un hereje!. Para nada valen mis suplicas. Entonces, cuando ya me han colocado en una mesa, cuando sus abrazaderas de púas querían atravesar mi piel, la cara de los frailes cambia por completo. Un chico joven les grita desde el descanso de las escaleras.
-¡Los ingleses, excelencias, los ingleses han entrado en la ciudad! Escapen ahora que pueden.
Dejaron pues lo que estaban haciendo, que no era otra cosa que darme muerte y desaparecieron. Desaparecieron dejándome semiatado. Liberado de mis ataduras salí a la calle, y deslumbrado por la luz vi a unos caballeros ingleses que me miraban gozosos. Perturbado yo todavía por lo ocurrido miré al cielo, y di gracias. Alguien, arriba me contestó, pues de entre las nubes un rayo de sol me iluminó la cara. La cara y el corazón.
J.a.g.h 2002