Hay cosas que duran un segundo. Otras un poco más. Sea como sea, la gran mayoría de las cosas duran poco. Por desgracia las buenas también pasan (y por algo decimos "lo bueno, si breve, dos veces bueno") pero eso nos deja el hecho de que lo malo tiene fecha de caducidad ("no hay mal que cien años dure").
Dura poco la flor que te he regalado. Unos días como máximo... luego quedará su recuerdo.
¿Sólo eso?
Tengo la intención de pensar que no es sólo eso. Es más, me considero afortunado de creer que no todo se acaba. Hay ciertas cosas que duran para siempre, que no se agotan, ni extinguen ni desaparecen. Las importantes. Las mejores. Por ejemplo, la razón por la que decidí comprarte esa flor.
Todo lo que está detrás de esas acciones que nos animan y/o animan a los demás es lo que no va a desaparecer nunca. Eso prevalecerá.
Por eso, con la sensación de que el tiempo vuela me siento y te escribo estas líneas que desaparecerán entre otras muchas pero que sé que al menos leerás una vez. Y te digo: mis regalos se perderán o romperán o olvidarán. Pero cada cosa que te he dado, ha sido desde el cariño o el amor o la amistad o todo ello al mismo tiempo. Así que recuerda que te quise y que te quiero. Recuerda que incluso cuando yo no esté, pues también mi existencia está limitada y ya consumida en gran parte, te quedará este amor.
Se irá el calor, el olor, el tacto, la mirada, el abrazo, los labios y los besos.
Morirá esa flor.
Pero yo, en ti, no.
Nunca.