¿Quién eres? ¿Por qué entras así en mis sueños y escondes tu cara? ¿De dónde vienes? Te tengo, te siento. Estás. Y todavía no sé casi nada de ti, apenas unas palabras susurradas en la noche… Apenas una caricia tan breve que no puedo saber si ha sido intencionada o sólo un accidente.
Pero estás. Aquí. Puedo sentirte a mi lado porque siento mi costado tibio, mi mano derecha caliente mientras la fría se esconde del frío en mi bolsillo. Estás porque no me siento solo. Estás y lo sé aunque no puedo verte.
Y a veces simplemente me dejo llevar y disfruto de esta sensación. Otras, sin embargo, me corroen las dudas y el miedo a perderte: no sé qué podría hacer para retenerte. Si no te conozco ¿cómo hacer lo que debo hacer para gustarte? ¿Cómo elegir qué es lo correcto? ¿Cómo, si no sé nada de ti en realidad?
Pero cuando las dudas parecen ahogarme y el miedo se siente como un bloque de cemento que me hunde, resulta que precisamente tú me salvas. Y de una manera sorprendente: vuelvo a sentirte a mi lado y me doy cuenta de la clave. Descubro la solución a mi incertidumbre.
Es casi tan simple que me hace reír. Gracias. Estás aquí, a mi lado y me proteges y me cuidas, me das calor y me animas, me sacas de la cama por la mañana y me arropas por la noche. Estás aquí y no debo tener miedo: estás porque quieres estar, porque soy como soy y soy tal como soy. Porque así es como esperas que sea. Porque, sencillamente, sólo debo seguir siendo yo para tenerte, sin cambiar, sin imposiciones, sin prohibiciones ni súplicas.
Te siento. Soñando y despierto. Te espero, sin cambiar, con la mano siempre abierta y el corazón dispuesto a aceptarme para ser tuyo.