Todo encaja. Pero no.
Dos piezas que colocas juntas, parece que encajan, parece que forman el mismo dibujo, parece que así tienen que estar. Pero no. Resulta que no. Encajan, sí. Pero no, no funciona así.
Y lo curioso es que ni una ni otra pieza pueden cambiar de forma. Ni una ni otra pueden adaptarse a la contraria. Simplemente encajan pero no.
Y están ahí, juntas. Bien, aparentemente en armonía, hasta que el resto del puzzle se compone y resulta que hay en otra parte un hueco para una de ellas. Y en este momento de separar las dos piezas que encajan pero no van juntas estamos tú y yo. Juntos y sabiendo que un hueco de vacío va a quedar pronto a nuestro lado.
Y no importa quien no encaja en realidad en quien. Y no importa quien encuentra antes ese hueco que le espera y donde de verdad va a estar. No importa eso porque eso es lo que pasa después de fragmentarse de nuevo. Eso, todo eso, pasa ya después de volver a ser 2 y no 1, parte y no todo. Una parte que resulta ahora, sin la otra, tan insignificante que se siente como nada, como un vacío que se suma al vacío dejado por la partida de la otra mitad.
Imagina un puzzle al que al quitarle una pieza todo el resto comienza a desmoronarse y caer por una espiral de vacío oscuro. Si puedes ver esa espiral negra que engulle aquella belleza de la que formamos parte otro tiempo, entonces puedes verme.
Pero ya no.