Por las calles mojadas empedradas,
junto al ruido interminable
de la nada en mis oídos,
con los pasos agitados de los abrigos
de paño en que se esconden los señores...
Húmedo quizás en mi memoria,
con el timbre de una voz
más bien hermosa,
presuroso y enfermo de moral
apoyando mi alma en las muletas...
Bajo el fuego de los gritos
de los muertos,
que se agitan allá lejos en el frente,
me acurruco bajo la luz pesada
del aceite ardiendo en el candil...
Con las manos manchadas de muerte,
de la vida robada al pecho
de aquel hombre, bajo bombas
y lamentos de los débiles,
el largo susurro de la guerra azota...