Napoleón caminaba erguido por el pasillo, desafiante a cada paso. Frente a el Arquímedes le salió al paso.
-¡Buenas tardes, francés! ¿Cómo va la guerra? – le pregunto educado-
-¡Esos ingleses acabaron bajo mis suelas, físico!- le contesto alzando las manos-
-¡¿que has dicho?!- Churchil llegaba desde la dirección contraria masticando su habano- ¡repite eso!-
-No mas peleas! No mas peleas! – Gimió Arquímedes recostado en el suelo y chupándose el dedo- quiero volver con mi mama-
-¡Mira lo que has hecho!- le gritó Napoleón- ¡así lo solucionan los ingleses todo ¿eh?!-
La discusión fue cortada por una alarma luminosa. Todos alzaron las cabezas y miraron las luces centelleantes. Incluido un joven desnudo que llevando el cartel de “Invisible”, había sido educadamente ignorado por los demás.
-¡Han llegado los nazis!- gritó Churchil- ¡que despeguen los cazas! ¡A mí la cuarta flota!-
-¡Los rusos! ¡Malditos bolchevices!-
-¡Los romanos!- exclamó Arquímedes- ¡a las máquinas de guerra!-
-¡No me piséis! ¡Yo también voy!- grito el invisible corriendo entre ellos-
Los tres corrieron hacia la escotilla, allí fueron vestidos con sus trajes de combate y fueron lanzados al espacio, entre gritos de guerra. Las naves atravesarían el espacio en sus caóticas trayectorias que, inevitablemente, les llevarían a la batalla.
-Sigo sin verlo claro… segundo - exclamó el coronel sentado en la sala de guerra- como llegamos a usar a esos pobres locos para pilotar las naves de combate….-
-Señor, sabe que los motores de incertidumbre solo pueden ser manejados por alguien muy desequilibrado, recuerde los buenos pilotos que perdimos en las pruebas antes de descubrirlo… es un mal menor que debemos asumir… - contesto el segundo oficial-
-Entiendo el porqué… pero aun así me pregunto si es ético mandarlos a la muerte sin que acaben de comprenderlo…-
-Es un buen hombre señor, pero la guerra no es ética ni justa…-
-Así es segundo… gracias por sus palabras… ahora tráigame mis zapatillas de guerra… la fiesta va a comenzar-
El segundo se retiró para traer las zapatillas de conejito, que el coronel necesitaba para ser invencible en la batalla. Por supuesto que él mismo segundo pensaba que era una tontería… ¿una zapatilla de conejo?… ¡quién se lo creería! el en cambia, sabía que si lograba llegar al puente sin pisar una sola línea del suelo, saldrián victoriosos en este combate… deberían estar orgullosos de el, ¡siempre les salvaba con su constancia pues jamás pisaba una línea!