Domingo 15 de abril de 2007, 23:53h
Rostro borroso
Lo he hecho. Lo he parado y me siento cómo Dios.
Eran casi las once de la noche de ayer cuando escuché un grito ahogado procedente del cruce a oscuras que tenía unos veinte metros por delante, seguido de lo que parecían un par de golpes y el sonido de algo pesado siendo arrastrado por el asfalto. Avancé hasta el cruce y me asomé para mirar a ambos lados. Allí estaba, a una distancia de tres coches a mi derecha, intentando ocultar sus actos bajo la sombra de un enorme eucaliptus que crecía entre la acera y la calle. Siempre recordaré aquél olor que impregnaba el aire y no podré evitar relacionarlo con los minutos que siguieron. El maníaco tenía inmovilizada a una mujer de mediana edad, que se revolvía en el suelo, y le cubría la boca con una mano enguantada.
Me vió y se quedó totalmente quieto, mirándome fijamente desde las sombras mientras yo avanzaba hacia él. Por la facilidad con que sujetaba a su víctima el tío debía ser bastante fuerte. Más me valía no subestimarle.
A medida que me fuí acercando intentaba verle la cara, pero realmente parecía borrosa, tal cómo habían descrito sus anteriores víctimas.
-Suéltala -dije acercándome, ya sólo nos separaban unos metros y él seguía sin moverse, observándome. Incluso parecía que ni siquiera respirara. Era bastante inquietante, la verdad.
Cuando llegué junto al coche aparcado bajo el árbol, a escasos tres metros de ellos, hizo un movimiento muy rápido con el brazo con que sujetaba a la mujer y la soltó. Ella cayó inconsciente sobre la acera, cómo un saco de patatas, y en ése momento me asusté. Creía que la había matado.
Él retrocedió unos pasos lentamente sin dejar de mirarme y yo le seguí sin tenerlas todas conmigo. No sabía dónde me estaba metiendo, y me empezaba a preguntar si realmente estaba preparado para ello.
Pasé junto a la mujer y ví que aún respiraba. Suspiré aliviado y volví a centrar mi atención en mi "amigo", que ya había salido de las sombras. Vestía ropa de calle muy corriente, y lo único extraño era aquel rostro indefinido y el modo en que retrocedía , cómo si cada movimiento estuviera calculado y tuviera un propósito.
Llegó hasta el centro de la calle y se detuvo bajo la luz de una farola. Parecía estar esperándome. Ahora o nunca, pensé, y me lancé sobre él con la intención de pillarle por sorpresa. Pero él fué más rápido y con el codo me golpeó en el cuello, en toda la nuez de adán, haciéndome retroceder al tiempo que del bolsillo de su chaqueta sacaba una navaja con una rapidez inesperada. Intenté apartarme, pero aturdido cómo estaba sólo logré que no me ensartara de lleno. Sentí el frío mordisco del acero en un costado y retrocedí de un salto. Nos quedamos mirando el uno al otro, midiéndonos, y en la hoja de su navaja pude ver resbalando mi sangre.
No recuerdo muy bien que sucedió a partir de ése momento, pero sí sé lo que sentí: un odio brutal hacia aquél tipo. Quería acabar con él, destrozarlo, hacerlo desaparecer. Convertirlo en nada. Dejé que la rabia me cegara.
Cuando recuperé el control el maníaco estaba en el suelo en posición fetal, tembloroso y respirando con dificultad. El brazo con el que me había atacado con la navaja estaba doblado en un ángulo imposible, y en el suelo junto a él había una mancha de sangre. El arma estaba un par de metros más allá, tirada sobre el asfalto y con la hoja partida.
No sabía cuánto rato había pasado, pero no podía ser mucho. La mujer seguía inconsciente.
Arrastré al criminal bajo el eucaliptus y me cercioré de que no tenía ninguna herida grave. Luego me centré en su rostro y descubrí qué era lo que lo hacía parecer borroso: una estúpida media de color carne, recortada de forma que sólo le cubriera la cara.
En ése momento me dí cuenta de que con los nervios no me había puesto el pasamontañas antes de entrar en acción. Menuda chapuza. Por suerte la mujer no podía haberme visto bien y en cuánto al lunático..., poco importaba lo que tuviera que decir cuándo lo encontrara la policía. Le até a conciencia con la cinta de pintor y le dejé puesta la media después de comprobar que era un tipo con un rostro de lo más común.
Me acerqué a la mujer y la senté en la acera. Permanecí junto a ella hasta que ví que empezaba a reanimarse y entonces me fuí, no sin antes decirle que el tipo que había atado bajo el eucaliptus era el criminal buscado por la policía. Esperaba que me hubiera entendido.
De todas formas, cuando llegué a la primera cabina que encontré, llamé a la policía y les dije dónde podían encontrar al criminal. Colgué en cuánto quisieron saber algo sobre mí y me dirigí a casa.
Después de lo sucedido sólo me queda decir que he dormido cómo un niño, del tirón y durante más de diez horas seguidas por primera vez en meses.
Un saludo,
Daniel End
PD: me alegra ver que cada vez más gente va encontrando interesante ésta historia. Quién me lo iba a decir cuando empecé