Cuando noté mi cabeza aplastada contra el salpicadero no llegué a comprenderlo del todo. La emisora estaba mal sintonizada y el reloj digital marcaba las 08:02.
Esa mañana había estado llorando como de costumbre desde que Julie me abandonó. Mentiría si te contase que no lo había hecho ninguna vez cuando todavía vivíamos juntos. A ella no le haría gracia que explicase todo esto pero ahora parece carecer de importancia. A veces nos sentábamos en el sofá, el uno frente al otro y llorábamos hasta quedarnos secos, sin articular palabra. Vacíos.
Conozco a tipos como Jack que dicen no haber llorado nunca. No me creo ni una sola palabra.
Mi padre me enseñó desde pequeño que como el comer o respirar, llorar era necesario para sobrevivir. Tardé tiempo en aprender que llorar era necesario, incluso derramé lágrimas por miedo a llorar.
Papá, creo que al final lo conseguiste.
La tía Marcie me contó que te marchaste lejos para encontrar un trabajo que te permitiese pagar mi manutención. Espero que te esté yendo bien dondequiera que estés; quiero que sepas que estoy orgulloso de ser hijo tuyo.
Noto mi cabeza aplastada contra el salpicadero y no llego a comprenderlo del todo. La emisora está mal sintonizada y el reloj digital marca las 08:02.
El hombre de la perilla que me está poniendo las esposas, la mujer que me mira con las pupilas encharcadas llamándome hijo de puta y degenerado, el niño al que abraza, el peatón que cruza y se detiene a curiosear, la tía Marcie; Jack.
Contra el capó; esposado y todavía con los pantalones por las rodillas. Hace frío y todavía tengo lágrimas en las manos.
Tía Marcie dice que mamá quiso llamarme Jack pero tú te empeñaste a que me llamase Brian como el abuelo.
No te enfades papá si cuando volvemos a vernos te digo que sigo sin comprenderlo del todo.
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pd) Cuánto tiempo, ¡Hola todos!