De vuelta al hospital
Ahí estaba yo, Con la cabeza aún dándome vueltas, sacando mis cosas de un armario cuya puerta estaba disimulada en la pared. Sin duda hacía falta saber que estaba ahí para encontrarlo, y yo ya estaba sacando mis cosas de él. Buscaba la ropa que tenia que ponerme. Dado que íbamos a ver al rey, las galas reales estarían bien. Aunque sabía que no le preocupaban todas esas “chorradas de protocolo”, era una ropa con la que me sentía cómodo. A estas alturas me parece que no tengo que insistir en lo que en aquellos momentos era mi cabeza. Un auténtico caos de datos inconexos, que me llevaban a una confusión total. Pero trataba de asumirlos de la mejor forma posible, sin tratar de adivinar de donde venían, simplemente utilizándolos.
Mi reloj cantó las nueve de la mañana. Estaba subiendo la cremallera de la chaqueta, cuando Aalto entró por la puerta. Seguía cubierto con ese caparazón de serenidad, pero se le notaba intranquilo. Hasta que punto llegaría esa intranquilidad que ni él mismo era capaz de disimularla completamente.
- ¿Estás listo? – No quería ser ningún estorbo, así que aunque no lo hubiese estado hubiese respondido lo mismo.
- Sí, vamos.
Aalto salió por la puerta de la habitación, y yo seguí detrás suyo. Caminamos unos metros por aquel pasillo, que pese a tener todas las puertas a las demás habitaciones cerradas, hacía que te entrase la sensación de que todo el edificio estaba completamente vacío. Llegamos al ascensor.
- Sofos quiere que sepas que está muy orgulloso por tu labor. – Nunca se me había dado bien recibir cumplidos, y esta vez tampoco sabía qué cara poner. – Él ha confiado en ti desde el principio, y eso que ha recibido presiones de todos lados, pero tu labor las ha acallado.
- Bueno.... Nunca se que decir. Por lo menos gracias.
- Cuando te sitúes de nuevo, y tengas un poco más claro todo en tu cabeza, comprenderás que somos nosotros quienes te estamos agradecidos a ti.
El ascensor llegó abajo, abriendo ante nosotros un recibidor muy amplio, con mucha luz que entraba por unas cristaleras sobre la puerta de entrada, y... completamente vacío. Aunque extrañado, seguí a Aalto. Cruzamos todo aquel recibidor, dejando que cada paso resonara y llenase toda la estancia. Al final, la puerta de cristal se abrió y nos dejó camino libre hacia el exterior. La calle, los demás edificios. Daba la sensación de que toda la ciudad estuviese desierta. Y allí, enfrente nuestro se alzaba aquel edificio extraño que pude ver por la ventana de mi habitación. Desde abajo parecía aun más grande pero tenía la sensación de que no era exactamente igual que lo que vi por la ventana, aunque seguía identificando aquel extraño edificio. Si te parabas a mirarlo, daba la sensación como de que fuera el propio edificio el que cambiaba. En la base unas letras indicaban “Núcleo de salud de Pathos”.
Miré a mi izquierda. Una gran avenida, de unos 50 metros de ancho, se extendía al fondo, por supuesto, desierta. Hacia la derecha, la escena era similar. Ningún edificio era significativamente alto aunque tampoco bajaban de las 12 plantas. Todos distintos, pero con un aire similar. Con muchos cristales y con un predominio del blanco sobre los demás colores. Sí aunque en mi cabeza bullían recuerdos anteriores de lo que ahora se presentaba ante mí, estos no tenían la misma solidez que otros como los que, por ejemplo, me sugería la figura de mi compañero de viaje Aalto.
Mi mirada se cruzó con la suya, a través de los cristales oscuros de sus gafas. Se encontraba a la puerta de su coche, esperando a que acabase con mi inspección, sin querer meterme prisa, pero sin duda deseoso de que me subiese al coche.
- No quiero hacerte perder el tiempo, pero.......¿Dónde está la gente? – Aalto pareció recibir con agrado aquella pregunta. ¿Iría a responderme algo parecido a lo que me había dicho antes en la habitación? “Te das cuenta Andrés, de la cantidad de recuerdos que afloran en tus palabras de forma totalmente inconsciente. ¿Quién ha hablado de buenos y malos?”. Me esperaba una respuesta en plan de: “En realidad sabes qué le ha pasado a la gente” o algo así. Pero una vez más, su respuesta me dejó completamente descolocado.
- Nunca hubo gente aquí. – Con esa sencilla respuesta me dejó claras un montón de cosas, y él lo sabía. Siempre medía mucho sus palabras y decía sólo las justas. “Así que yo no había estado nunca antes en.....¿Pathos? Sí así era. Pero si me he despertado aquí, alguna vez tuve que llegar. A lo mejor, no llegué de manera voluntaria sino que..... me trajeron”. Aalto podía ver como destripaba sus palabras, y eso parecía gustarle, pero yo también pude ver cómo lo que realmente quería era que me subiera al coche. Se le notaba con prisa. Una prisa muy particular, como solo Aalto podía tenerla, pero prisa a fin de cuentas. La puerta del coche se abrió, y tomé asiento en el lugar del pasajero. Me encantaba la sensación de comodidad que tenía cuando me subía a aquel coche.