DaNieL ESP escribió:Decapitado:
Si nos cortan la cabeza, nada nos librará de sufrir 2 segundos de dolor extremo. La cuchilla cercena los huesos que unen la cebza al curepo, y eso, según el forense Harold Hillan en New Scientist: "Tiene que causar un gran dolor".
Grande, pero breve, ya que 2 segundos después caeremos inconscientes por la hemorragia, aunque el cerebro conserve sangre y oxígeno suficientes para sobrevivir 15 segundos más.
¿Explica eso los casos de cabezas cortadas que mueven los ojos o la boca? Según Hillman, sólo son espasmos involuntarios causados por la agonizante química cerebral.
Sediento:
Ya que el exceso de alcohol causa una ligera deshidratación, podemos imaginar que morir de sed provoca un dolor de cabeza 100 veces superior al de la peor resaca posible.
Porque, debido a la deshidratación, el cuerpo se nutre del líquido cefaloraquídeo del cerebro, y por tanto, lo seca. Además, tras 2 días sin beber, dejamos de orinar, los riñones se hinchan como un globo, cuasando un dolor equivalente a una puñalada; los ojos se secan y endurecen como si fueran de cristal.
La agonía dura de 3 a 7 días más antes de morir.
Ahogado:
Aunque muramos en el mar, los pulmones pueden seguir secos gracias a que la laringe corta el paso de agua a ellos mediante espasmos, pero ni eso nos salvará...
El agua anegará el estómago, y la falta de oxígeno nos amoratará el rostro, y provoca coma cerebral mortal en unos pocos minutos.
Quemado vivo:
Si el fuego nos rodea, en pocos segundos se prende el cabello, e irán consumiendo, en este orden, manos, hombros, pecho y rostro; auque no veremos el proceso, ya que los ojos estallan al contacto con el fuego.
Se estima que el dolor es 1000 veces superior al de poner la mano en una sarten al rojo vivo, y dura 10 minutos, lo que tardan las llamas en chamuscar los nervios...pero antes de eso moriremos por las graves heridas.
Congelado:
Algunas víctimas de hipotermina se desnudan antes de fallecer, aunque se ignora el porqué. Lo que si se sabe es que el peligro comienza al descender la temperatura corporal los 35º C.
Tras los escalofrios iniciales, las manos se entumecen, señal de que nos quedan 90 min. de vida. Los vasos sanguíneos se congelan, impidiendo el paso de la sangre: en 1 hora, las extremidades se han congelado y el dolor será atroz.
Antes de caer inconsciente por falta de riego cerebral, ocurre lo antes mencionado, algunas personas se desnundan, posiblemente por las alucinaciones.
Asfixiado:
Algo que nos atragante o alguien que nos estrangule provocan hipoxia, que es la falta de suministro de oxígeno a los tejidos y al cerebro.
Las células sanguíneas, desoxigenizadas, se vuleven moradas, y se refleja en la piel.
La víctima pierde la consciencia en pocos minutos, y muere por paro cardíaco.
Gaseado:
El monóxido de carbono no provoca una muerte rápida e inolora; por eso se le llama el asesino silencioso.
En caso de intoxicación, el CO2 sustituye al oxígeno en el organismo, ya que su afinidad para mezclarse con la sangre es 250 veces superirior. La víctima sólo nota un dolor de cabeza seguido de náuseas.
Lo más probable es que se duerma antes de morir, pero si intenta huir, no podrá moverse, ya que los músculos se agarrotan por el gas, y la víctima sólo puede reptar unos pocos metros.
Desangrado:
Tenemos 5 litros de sangre en el cuerpo; perdela toda puede llevar desde minutos hasta horas, según el tipo de herida.
Al sabio romano Petronio, que se suicidó cortandose la venas durante un banquete, le dió tiempo hasta a hablar de filosofía, pero no sufrió en absoluto.
Podemos perder hasta el 15% de la sangre sólo con un ligero mareo, pero mientras aumente la hemorragia, sufriremos una grave hipotermia que, hasta llegar a los 2,5 litros de sangre, entraremos en coma.
Torturas medievales La cara oculta de la historia es la tortura.
Varios de los elementos utilizados durante la Edad Media para realizar estas salvajadas fueron:
EL POTRO: La víctima era atada a los extremos y después se tiraba de las cuerdas hasta que los miembros se descoyuntaban. Fue utilizado sobre todo en Francia y Alemania, durante los tiempos de la Inquisición.
EL APLASTACABEZAS: Destinado a comprimir y reventar los huesos del cráneo. La barbilla de la víctima se colocaba en barra inferior, y el casquete era empujado hacia abajo por el tornillo. Los efectos de este artilugio son, en primer lugar, la ruptura de los alveólos dentarios, después las mandíbulas y por último el cerebro se escurre por la cavidad de los ojos y entre los fragmentos del cráneo.
EL TORMENTO DE LA RATA: Sobresalía por su refinamiento. También fue utilizado por la Inquisición, pero su existencia se conoce desde los tiempos de la antiguo China. Consistía en colocar una rata sobre el abdómen del torturado, encerrada en un jaula abierta por abajo, mientras los verdugos la hacían rabiar con palos ardiendo, de forma que el animal tenía que buscar una salida y a mordiscos abría un túnel en las tripas del condenado, llegando, a veces, a salir por otro lado del cuerpo.
LAS JAULAS COLGANTES: Hasta finales del Siglo XVIII, en los paisajes urbanos Europeos, era habitual encontrar jaulas de hierro y madera, adosadas al exterior de los edificios municipales, palacios ducales o de justicia, etc. Los reos, desnudos o semidesnudos, eran encerrados en las mismas. Morían de hambre y sed, por el mal tiempo y el frío en invierno; por el calor y las quemaduras solares en verano. A veces, las víctimas habían sido torturados o mutilados como escarmiento. No solo significaban una incomodidad tal que hacían imposible al preso dormir o relajarse, ya que estaban atados a los barrotes de las mismas. A veces se introducían en ellas gatos salvajes, a los que los verdugos azuzaban con varillas al rojo vivo, o se encendían fogatas debajo para abrasar al condenado.
LA DONCELLA DE HIERRO: Aun había otros artilugios como la doncella de hierro, esos ataúdes que eran piezas de exquisita artesanía por fuera y por dentro. Por fuera por la gran cantidad de grabados y relieves que adornaban su superficie; por dentro, por la espectacular colección de pinchos, dirigidos a puntos concretos del cuerpo, que se iban clavando lentamente sobre el inquilino, a medida que se cerraba la puerta. Los clavos eran desmontables, con lo que se podían cambiar de lugar, con el fin de poseer un amplio abanico de posibles mutilaciones y heridas que daban lugar a una muerte más o menos lenta.
EL METODO DEL AGUA: Consistía en hacer tragar al torturado, un mínimo de 10 litros por sesión, ayudándose de un embudo. Además de producir una insoportable sensación de ahogo, el estómago podía llegar a reventar.
LA CABRA: Este sistema se hizo muy popular en las mazmorras de la Edad Media. Una vez que al torturado se le habían fijado los pies a un cepo, se procedía a untar las plantas con sal o sebo. La cabra atraída por el condimento, comenzaba a lamerlas, y la aspereza de su lengua hacía que atravesara la piel y dejara los pies en carne viva, llegando en ocasiones hasta el hueso.
LA RUEDA: Era el más común en la Europa germánica. Convertía al preso, completamente inmovilizado, en verdadero material de trabajo, para que el verdugo fuera descoyuntándole o arrancándole miembros a voluntad. Era uno de los suplicios más horrendos de la Edad Media. El condenado, desnudo, era estirado boca arriba en el suelo, o en el patíbulo, con los miembros extendidos al máximo y atados a estacas o anillas de hierro. Bajo las muñecas, codos, rodillas y caderas se colocaban trozos de madera. El verdugo asestaba golpes violentos a la rueda, machacaba todos los huesos y articulaciones, intentando no dar golpes fatales. Despúes era desatado e introducido entre los radios de la gran rueda horizontal al extremo de un poste que después se alzaba. Los cuervos y otros animales arrancaban tiras de carne y vaciaban las cuencas de los ojos de la víctima, hasta que a ésta le llegaba la muerte.
EL GARROTE: Método por el cual un punzón de hierro penetra y rompe las vértebras cervicales al mismo tiempo que empuja todo el cuello hacia delante aplastando la tráquea contra el collar fijo, matando así por asfixia o por lenta destrucción de la médula espinal. La presencia de la punta en la parte posterior no sólo no provoca una muerte rápida, sino que aumenta las posibilidades de una agonía prolongada. Fue usado hasta principios del siglo XX en Cataluña y en algunos países latinoamericanos. Se usa todavía en el Nuevo Mundo, sobre todo para la tortura policial, y también para ejecuciones.
EL TORO DE FALARIS: En este caso se quemaban a los herejes dentro de la efigie de un toro a Falaris, tirano de Agrakas, que murió en el año 554 a.C. Los alaridos y los gritos de las víctimas salían por la boca del toro, haciendo parecer que la figura mugía. El toro de Falaris estaba presente en numerosas salas de tortura de la Inquisición de los siglos XVI, XVII y XVIII.
LA SIERRA: Este instrumento de tortura no necesita muchas explicaciones. Sus mártires son abundantes. A consecuencia de la posición invertida del condenado, se asegura suficiente oxigenación al cerebro y se impide la pérdida general de sangre, con lo que la víctima no pierde el conocimiento hasta que la sierra alcanza el ombligo, e incluso el pecho, según relatos del siglo XIX. La Biblia (II Samuel 12:31) hace mención a este tipo de tortura, en la época del Rey David. Este hecho contribuyo a la aceptación de la sierra, el hacha y la hoguera. La sierra se aplicaba a menudo a homosexuales (gays y lesbianas), aunque principalmente a hombres. En España la sierra era un medio de ejecución militar hasta el siglo XVIII. En Cataluña, durante la Guerra de la Independencia (1808-14), los guerrilleros catalanes sometieron a decenas de oficiales enemigos a la sierra. En la Alemania luterana la sierra esperaba a los cabecillas campesinos rebeldes, y en Francia a las brujas preñadas por Satanás
LA CUNA DE JUDAS: El reo era atado e izado y una vez estaba elevado se le soltaba dejándolo caer sobre una pirámide haciendo que, con su propio peso, se clavara la punta de la misma en el ano, la vagina, el escroto, etc. Esta maniobra se realizaba varias veces. Se utilizaba practicamente para hacer confesar al condenado.
LA CIGUEÑA: El sistema de la cigueña, a parte de inmovilizar a la víctima, al poco rato ésta sufre unos fuertes calamabres en los músculos rectales y abdominales, y poco a poco se van extendiendo por el resto del cuerpo. Al cabo de las horas producen un dolor muy intenso sobre todo en el recto. Además el reo era pateado y golpeado, e incluso en ocasiones llegaba a ser quemado y mutilado.
EL CEPO: No hacen falta muchas explicaciones para este método. La víctima era inmovilizada de pies y manos, expuesta, generalmente, en la plaza del pueblo, y sometida a todo tipo de vegaciones, como golpeada, escupida, insultada, e incluso en ocasiones la plebe orinaba y defecaba sobre ella.
EL PENDULO: Solía ser la antesala de posteriores torturas. Su función consistía básicamente en la dislocación de los hombros doblando los brazos hacía atrás y después hacia arriba. La víctima atada de manos en la espalda era izada por las mismas. Para provocar un mayor sufrimiento se le colocaban en los pies una pesas.
LAS GARRAS DE GATO: Consistía en arrancar al prisionero la carne a tiras, llegándola a arrancar de los huesos. Eran utilizadas como un rastrillo.
LA PERA: Estos instrumentos se usaban en formatos orales y rectales. Se colocaban en la boca, recto o vagina de la víctima, y allí se desplegaban por medio de un tornillo hasta su máxima apertura. El interior de la cavidad quedaba dañado irremediablemente.Las puntas que sobresalen del extremo de cada segmento servían para desgarrar mejor el fondo de la garganta, del recto o de la cerviz del útero. La pera oral normalmente se aplicaba a los predicadores heréticos, pero también a seglares reos de tendencia antiortodoxas. La pera vaginal, en cambio, estaba destinada a las mujeres culpables de tener relaciones con Satanás o con uno de sus familiares, y la rectal a los homosexuales.
Los medios mecánicos tampoco eran de despreciar. Algo tan simple como unas tenazas en las manos de un hábil torturador podía arrancar de cuajo muchos dientes e incluso, si se terciaba, la lengua.
Tampoco hay que olvidar las calzas colocadas en las piernas, que a martillazo limpio acababan destrozando los huesos del tobillo. O las astillas metálicas que se introducían bajo las uñas, y se clavaban poco a poco hasta que ya no quedaba uña donde clavar.