Cuando Kesto abrió los ojos aún no había amanecido. Al menos eso indicaba su termosensor, situado encima de su mesita de noche. Pulsó el botón que abría cómodamente las persianas. Al asomarse contempló su ciudad: era una amplia extensión de hierro y neocobre. Los altos edificios, se extendían a lo largo de avenidas, formando un perfecto circuito de calles cuadradas. Al menos el tráfico no molesta, pensó Kesto. Desde que se impusieron en la ciudad las aerodeslizadoras, los vehículos circulaban automáticamente por las carreteras aéreas, situadas en las plataformas por encima de las viviendas.
Una voz casi humana hizo que Kesto se diera la vuelta.
- Buenos días, señor Kesto. Son las siete horas y ventidos minutos del nueve de abril del año 2145, ¿desea realizar alguna de mis opciones?.
La “omni-agend T-230” abrió un sencillo menú en forma de hologramas azules, que deslumbró a Kesto. Infinitas ideas pasaron por la mente de Kesto, al releer las opciones del aparato, sin embargo ni le apetecía leer el periódico virtual, ni hacer la compra por Internet, ni siquiera llamar a un familiar.
- No, gracias, puedes desconectarte.
Las palabras de Kesto sonaron tristes, aunque nada había en la habitación que pudiera darse cuenta, a no ser que los cables pudieran percibir los sentimientos de los ¿humanos?
Leer el periódico había perdido interés desde hace tiempo. Aunque al principio le parecía curioso, ya estaba aburrido de las mismas noticias un día tras otro. Las noticias de accidentes habían dado lugar a estúpidas decisiones entre políticos para implantar viviendas inteligentes, equipadas con “tecno-no-se-ques” y con “auto-no-se-cuantos”.
- Tan inteligentes y tan estupidas.- susurró Kesto.
Se refería a la omni-agend. No recordaba desde cuando la tenía pero si recordaba que día tras día le había recordado que podía llamar a un familiar, a pesar de que Kesto, no tenía ningún familiar. Pensar en ese tema le atormentaba. Desde que murió su mujer, había estado sólo, intentando suplir su presencia con numerosas máquinas, que poblaban hoy en día su casa. Una mirada a su alrededor, le obligó a soltar una lágrima. Kesto tenía 156 años, pero muy de vez en cuando solía pensar en los recuerdos de su larga vida. Pero no los recordaba. Y eso le daba miedo. Intentar recordar su vida le cansaba, le agotaba, le angustiaba.
Kesto se percató de que llevaba de pie más de media hora, ensimismado en sus pensamientos. Si por Kesto fuera, estaría horas pensando, de pie, pero la pulsera electrónica Hi-chemist que tenía en la muñeca, emitió un pitido para anunciarle que “su pierna izquierda esta apunto de agotar su energía de apoyo”.
Kesto lanzó una mirada de odio al aparato. A veces deseaba quitárselo y arrojarlo por la ventana, pero era consciente de que gracias a ese invento se conservaba óptimamente. La Hi-chemist informaba de cualquier tipo de enfermedad, dolencia o síntoma y pronosticaba los medicamentos que el paciente debía tomar para su curación. Incluso avisaba a la aero-ambulancia más cercana si la cosa era demasiado grave.
Aunque Kesto estaba cansado ya de la vida, no quería abandonarla sin un último propósito: recordar. Pero estaba tan bloqueado que necesitaba dar una vuelta para despejarse, aunque sólo fuera virtualmente. Se sentó en el centro de mando, situado en medio del amplio salón y pulsó el botón de inicio.
- Paseo virtual.- dijo Kesto. Y automáticamente apareció la lista de los paseos más demandados por los usuarios: Neo-Génesis, New-New-York, etc.
Nuevos pensamientos inundaron la mente de Kesto. Todo nuevo, novedad. Lo antiguo ya nadie lo quiere. ¿Yo soy antiguo? ¿Habrá acabado mi momento?. Pero yo no quiero morir, quiero recordar. Un arrebato de furia le impulsó del sillón
- ¡¡QUIERO RECORDAR!!.- gritó Kesto.
Un pitido de pulsera le sobresalto. “Tensión alta”. Pruebe a descansar durante 13’42’’ minutos.
La precisión y la prepotencia del aparato hizo que su cólera aumentara. Su mente era un hervidero de emociones, sentimientos y... ¿recuerdos?. Sí, empezaba a recordar.
Se arrancó la pulsera de un tirón, con una repentina fuerza que jamás había sentido hasta ese momento. La marca de los sensores que había tenido durante más de 30 años le dolía. Pero no podía parar, se sentía libre. Miró a la pantalla, donde aparecía un absurdo mensaje: “Quiero recordar no ha sido encontrado en la lista de paseos virtuales. Por favor, vuelva a intentarlo”. Una nueva idea le vino a la mente.
- Orden descendente.- ordenó Kesto. Y la lista dio la vuelta. Maravillado se le mostró ante sus ojos la lista de los paseos virtuales menos solicitados: Antigua Roma, Antigua Barcelona, Antigua...., Antigua..., Pirámides de Egipto, Selva Negra, el Amazonas..........
Una larga lista de lugares hizo que Kesto abriera los ojos y comenzara a recordar. Los nombres de los lugares le eran conocidos. Incluso creyó leer la ciudad en la que creía haber nacido, pero eso no le importaba. Sus ojos se fijaron en un nombre de la lista que le impactó de repente.
- “Antigua Venecia”.- ordenó Kesto.
Un mensaje de “Cargando mapa” apareció en la pantalla, mientras el programa mostraba fotos de la Venecia actual: no se diferenciaba mucho de su ciudad, simplemente calles y edificios, edificios y calles, tráfico silencioso y personas silenciosas. Pero Kesto recordaba, empezaba a recordar. Y no recordaba Venecia de esa forma.
“Mapa cargado”
Las imágenes de la pantalla giraron en torno a Kesto. Lo que vio, lo que sintió, no lo podría explicar con las palabras. Kesto vio cristales de edificios, que deslumbraban con la luz de la mañana, vio las góndolas mecerse ante la brisa de las olas, vio personas a su alrededor, con extrañas vestimentas que recordaba vagamente, vio felicidad en los rostros de las personas, inquietud y curiosidad en los niños. Kesto subió la mirada. Vio un extraño animal, volar por el.... que le recordaba a algo de su época. Se le cegaron los ojos por una extraña luz que recordaba como .... Las nubes blancas, pasaban rápidas, fugaces.... Niños riendo.... ¿cielo?, ¿agua?... pruebe a.... barcas.... ¿pájaros?... luz.... descansar durante.... ¿cielo?... 13’42’’ minutos.... recuerdos, recuerdos, recuerdos.... ¿Cielo?. Niños de la mano de, de la mano de, sus ¿pajaros?.... “New-New-New-New York”..... ¡¡¡ PADRES !!!
- AAAAAAAAAAAAAAAH !!!!!!!!!!!......
El grito resonó en la habitación. ¿Cómo había podido olvidar a sus padres?. Al fin recordaba, recordaba haber estado en Venecia, con sus padres. Recordaba haber dado un paseo en góndola, recordaba mirar al cielo y cegarse por esa luz del ... No conseguía recordar que era eso, ¿qué era eso? ¿qué era eso?. Sudando, Kesto se quitó los cascos de realidad virtual y corrió hacia una pequeña estantería situada en un rincón. Entre sollozos y llantos abrió nervioso todos los cajones hasta encontrar lo que buscaba. La caja de zapatos parecía ¿vieja? ¿antigua?, ¿qué importaba ahora eso?. La abrió y arrojó la tapa a un rincón. Necesitaba recordar algo más, ¿qué era esa luz?. Sacó las fotografías de la caja y comenzó a observarlas una por una. Las fotografías digitales le recordaron momentos de su infancia, de su juventud, de su vida. Se sorprendió al verse vestido de marinero, jugando al fútbol con sus amigos, en viajes con sus padres, en preciosos paisajes, alumbrados por la luz del ¿Sol?. Sí, eso era, era el Sol lo que no conseguía recordar. Aquella gran bola amarilla que recalentaba la ropa en verano y desparecía en invierno. ¿Por qué no había conseguido recordarlo?. ¿Por qué?. Corriendo se asomó a la ventana, en busca del Sol, quería volver a verlo, sentir sus rayos en la cara.
Kesto levantó la mirada en busca de su preciado regalo, pero se encontró con algo inesperado, se encontró con gigantes plataformas de color gris oscuro, situadas por encima de su cabeza, que sostenían a millones y millones de naves aerodeslizadores, que corrían inquietas hacia su destino, se encontró con el futuro, se encontró con la innovación, con la novedad, con las máquinas, con el aislamiento, con la soledad, con la muerte.
Con un golpe sordo Kesto cayó al suelo, muerto. Su ultima sensación se le quedó en los ojos, unos ojos abiertos, llenos de miedo y angustia, unos ojos que mostraban como el silencio de los coches que recorren día y noche las avenidas nos llega a invadir, como el silencio del futuro nos acoge sin salida, nos aprisiona, nos muestra su mentira innovadora, nos mata.
Kesto yació en el suelo durante años, ya que nadie iba a imaginarse que una persona en su sano juicio sería capaz de quitarse la pulsera Hi-chemist, que la daba la vida, que le proporcionaba un mundo de comodidades en unos pocos metros cuadrados de una vivienda, un mundo sin inquietud, un mundo falso, un mundo de mentiras, en el que sus habitantes están tan cegados, que no recuerdan ni a sus padres, ni a los pájaros, ni a la luz del Sol.
Un mundo que no está tan lejos de nosotros, que se acerca en silencio, como esas futuristas naves aerodeslizadoras, que nos va lanzando sus ideas sin que nos demos cuenta, un mundo que tarde o temprano llegará, sin que personas inútiles como Kesto puedan impedirlo.
Bienvenido al futuro