Día 10.
Se recolocó las gafas con el dedo índice mientras se sentaba frente a aquel muchacho de aspecto distraído y, sorprendentemente, relajado a pesar del lugar en que se encontraba. Una sala de interrogatorio no es el lugar más tranquilo del mundo. Y haber pasado la noche en el calabozo debería haberle, al menos, despertado algún deseo de salir de aquellas instalaciones.
Repasó la carpeta con el breve informe de lo sucedido. Unas líneas en el papel que supuestamente servían para reflejar la biografía del chico que tenía sentado frente a él. Pero su cuerpo, su posición en la silla, su mirada… todo ello desconcertaba al psiquiatra que debía llevar este caso.
Sin embargo, debía ceñirse al guión policial:
- ¿Por qué? ¿cómo has llegado a esto?
- Soy un adulto ya. Soy responsable. El me pidió que lo hiciera y yo tenía que demostrarle que podía hacerlo.
Día 9.
Llamaron a la puerta. Este hecho era ya de por si inusual pues desde hacía varios días nadie se acercaba por allí. Pero más inusual era la hora: las 20:37. Abrir la puerta supondría tener que levantarse sin terminar su cena recién recalentada, taparse con la bata en aras de la decencia y según las normas sociales básicas atender a quien llamara breve y educadamente mientras en la televisión su programa favorito continuaba sin tomar en consideración su ausencia.
Decidió que quien quisiera hablar con él debería esperar a la pausa para la publicidad.
Volvieron a llamar a la puerta y esta vez los golpes llegaron acompañados por un grito:
- Abra, policía.
Los primeros agentes en entrar declararían más tarde que lo más chocante había sido el contraste entre el orden y limpieza de la casa y el terrible olor que llenaba el ambiente.
Día 8.
Una nota de papel se deslizó por debajo de la puerta mientras él no estaba en casa. La encontró cuando regresó de su paseo del mediodía.
“Si esto no cambia, tomaremos medidas”.
No había firmas bajo el texto, pero sin ninguna duda alguno de los vecinos se había tomado la molestia de acercarse hasta su casa para dejarle tal mensaje.
Por supuesto, tal amenaza no supuso el más mínimo de inquietud para quien de sobra sabe que está haciendo lo correcto. La ignorancia de todos esos que vivían en la misma calle que él le resultaba incómoda pero había decidido no prestarle atención.
Día 7.
Decidió tirar en unas grandes bolsas negras todo aquello inútil que aún guardaba en su armario. Ropa que ya no utilizaba, algunos objetos que supuestamente deberían traerle buenos recuerdos de tiempos pasados. Reemplazaría todos aquellos objetos inútiles ya por las bolsas que había llenado durante sus paseos y que ya empezaban a estorbar en la cocina.
Decidió lavar y tender la ropa antes de acostarse.
Día 6.
Los espacios libres de su habitación estaban ya ocupados. Sostenía en la mano una nueva bolsa llena de más bolsas y contemplaba aquel espacio como si sólo con su mirada pudiera crear más espacio libre allí donde no lo había.
Se convenció para dejar este paquete en la cocina de manera temporal. Su padre lo entendería. Por si acaso, lo puso simplemente a un lado, cerca de la lavadora.
Día 5.
Así se sentía mejor. Podía cumplir con sus obligaciones a pesar de todo. Ahora que los vecinos habían dejado de acercarse, tenía la nevera llena de comida, una preocupación menos y mucho más tiempo para sus paseos diarios y rutinarios de las 7:00, 13:00, 15:00, 17:00, 19:00 , 21:00 y 23:00. Sólo el domingo canceló los paseos de las 13:00 y las 17:00 para evitar cruzarse con los vecinos, distantes y callados pero que descargaban sobre él miradas de compasión, resignación y asco a partes iguales. No era nada malo, pero no le apetecía tener que soportarlo, simplemente eso. Y sabía que a pesar de eso, había cumplido con sus obligaciones.
Día 4.
Cuando salió de casa para ir al colegio, ya había dado dos paseos: uno antes de desayunar y otro después de guardar en la nevera la comida que algunos vecinos habían dejado en su puerta. Las flores las colocó en orden a lo largo del porche. Antes de bajar corriendo para salir a alcanzar el autobús comprobó que en todas las bolsitas negras estaban bien alineadas junto a la cama. Quería que su padre estuviera orgulloso de él cuando pasara por allí para comprobar que tal iba todo.
Día 3.
Salió a pasear después de volver de la escuela también. Más veces que el día anterior. Su perro lo agradecía y orinaba marcando cada nueva esquina, banco o farola que los paseos le presentaban. Él llevaba la mirada clavada en el verde de las zonas ajardinadas y apenas la levantaba para comprobar que por la calle no llegaba el coche de su padre.
Durante tiempo que pasó en casa ese día notó las miradas de algunos curiosos desde el otro lado del jardín. La noticia del incidente en el periódico local había dado los detalles necesarios como para que sumándoles los rumores que corrían de boca en boca cualquiera medianamente interesado supiera en qué casa había un niño huérfano.
Al final del día la señora de la casa de enfrente llamó a la puerta. Él no abrió. La comida entró por el hueco que su padre había hecho en la puerta que el perro pudiera entrar y salir sin problema. Las flores se quedaron fuera.
Día 2.
Dio su primer paseo. A las 7:00. Su perro se portó bien, hizo lo que tenía que hacer y él recogió las heces en la bolsita negra correspondiente. Las sintió aún calientes y sonrió feliz de saber que estaba comportándose con un adulto, siendo responsable, haciendo a su padre sentirse orgulloso de él.
En el jardín había aún algunas heces más, de otros perros con dueños, sin duda, no tan responsables como él era. Se dijo que debía dar ejemplo y recogió todas las que vio. Sonrió cuando llegó a llenar la cuarta de aquellas pequeñas bolsas y al ir a coger la quinta comprobó desolado que no había más. Decidió que volvería y terminaría la tarea más tarde.
Entro en casa y guardó las bolsas en su habitación, cerca de la cama. Quería enseñárselas a su padre por la noche, después de cenar y hacer los deberes de la escuela. Cuando su padre entrara por la puerta después del trabajo, lo recibiría con la tarea hecha y las bolsas como prueba de lo responsable que estaba siendo.
Sin embargo a las 21:15 su padre no llegó a casa.
A las 22:30 decidió dejar de esperar de pie junto a la puerta y retrocedió dos metros para sentarse en la escalera.
A las 23:27 miró el reloj y sonó la puerta. Abrió. El agente de policía preguntó por su madre:
- No está. Ya no vive con nosotros.
- Hijo, lo siento –se quitó la gorra y la apretó entre las manos, carraspeó-. Tu padre ha tenido un accidente. Con el coche.
- ¿Está bien?
- No, hijo, no está bien. Ha muerto. Lo siento –pasó su mano revolviendo el pelo del muchacho-. Vendrán de Asuntos Sociales a verte, pronto, vendrán pronto.
Día 1.
- Es tu responsabilidad. Ahora que has conseguido que te compre tu perro debes cuidarlo a él y también lo que él hace. Aquí tienes esta bolsa. No puedes dejar ni un pedazo de su caca en las zonas verdes ¿has entendido?
- Sí, papá, tranquilo.